Atacama espectáculo incomparable
Este altiplano chileno es por momentos como una gran imagen lunar en tierra firme y a pesar de lo inhóspito y desafiante que puede ser el desierto más árido del mundo, se ha puesto de moda y atrae cada año a decenas de miles de aforinos –como llaman los atacameños a los forasteros.
Este altiplano chileno es por momentos como una gran imagen lunar en tierra firme y a pesar de lo inhóspito y desafiante que puede ser el desierto más árido del mundo, se ha puesto de moda y atrae cada año a decenas de miles de aforinos –como llaman los atacameños a los forasteros.
Artistas, poetas, gente de mundo, aventureros y animistas desencantados provenientes de cualquier rincón del planeta, han encabezado el peregrinar a este paraje único de arcilla, arenas y sal en un altiplano a más de dos mil metros de altura al norte de Chile, entre Los Andes y el mar, donde todo parece ser estático como en una gigante fotografía, un espacio abierto y libre con la inconmensurable dimensión del infinito. Géiseres y termas exhalan densas columnas de vapor que contrastan con el cielo limpio y azul y esa agua hirviente expide un sonido fragoroso como de olas, rompiendo contra el acantilado. Turistas en bicicleta suben y bajan a través de unas estrechas rutas bien señalizadas y en el paisaje se atisban pequeños oasis, líneas verdes que serpentean al fondo de los desfiladeros abrazadas a los ríos, que en la distancia no son más que unos hilos de agua centelleante, entre juncos y maleza. Las liebres, que los atacameños llaman vizcachas en lengua vernácula, se asoman a lo lejos, pero vuelven a perderse velozmente cuando detectan una zorra acercarse con cautela por el matorral espinoso. Sobrevuelan aisladamente cóndores y los mansos guanacos, especie de llama, son los reyes por estos lares de una dimensión visualmente inabarcable y en los que saben, sin embargo, cada resquicio en que pueden hallar alimento fresco. Altos volcanes surcan el horizonte y uno sobresale imponente, el Licancabur, cono perfecto de 6 mil metros al que adoran con ceremonias y ritos ancestrales los escasos y aislados pobladores del desierto chileno de Atacama, en los días de solsticios y equinoccios. Estas fiestas de muy remotos orígenes incas y aimarás también se celebran en el tradicional pueblo de San Pedro, para cuya fundación se escogió un alargado oasis. Hoy exhibe una simple pero bonita arquitectura, con cafés y restaurantes bien montados que ayudan a recordar que no se está en el fin del mundo –aunque en realidad la altura, el clima y el aislamiento, hacen pensarlo. Sus casas de adobe y tejas concentran el grueso de las facilidades para el turismo en la zona, con múltiples oficinas y representaciones de agencias de viaje especializadas en ofertas de aventura, como entre otras, un tipo de rally en ciclomotores de cuatro ruedas para dos pasajeros; escalamiento, alpinismo y acampadas. También hay hoteles de un confort a la altura del mejor que pueda hallarse en cualquier lugar del mundo, como el Explora; pensiones económicas y alojamientos ya más espartanos, ideales para jóvenes estudiantes, con baños compartidos y servicios de desayuno y comida. Naturaleza extrema Atacama es el territorio más árido del mundo y distinto totalmente de ese paisaje de dunas árabes que nos hemos acostumbrado a identificar como la única imagen posible del desierto y que siempre nos pone ante la retina un camello, un beduino y una palma datilera. Se trata de un lugar donde los años se suceden sin que se registre una llovizna digna de mención, con unos desencuentros de las temperaturas entre los días y las noches –de 30 desciende a los 4 grados centígrados– peligrosamente contrastados para cualquiera que no tome todas las precauciones necesarias; y una altura que va desde los dos mil hasta los cuatro mil metros y más, cuyos efectos amodorrantes los lugareños combaten gracias a la coca, de la que mastican sus hojas en grandes bolas durante horas y les extraen sus estimulantes esencias anfetamínicas. Predomina el color terracota y el paisaje es un páramo de superficie agrietada y reseca como un pergamino surcado por varias carreteras a través de las cuales se puede manejar entre un sitio y otro sin divisar una sola persona durante horas. Columnas de vapor se alzan eternas como cortinas y los oasis aislados siempre al borde de lagunas o ríos en valles bajos, ofrecen un instante de sosiego a la vista, ya empachada de soledad. Allí abundan las flores, los duraznos y otros frutos; y se encuentran campesinos enfundados en ponchos de colores laborando en las huertas verdes de escalas mínimas, que gustan establecer a modo de rectángulos perfectos casi al borde de los arroyuelos para aprovechar toda su humedad y los nutrientes. Los oasis interrumpen el ritmo lento del tiempo en Atacama y le devuelven a la vida su real dimensión, definida por el propio espacio de estos extractos de naturaleza. Una enorme llanura de horizonte a horizonte tapizada por una capa de sal espesa y rugosa encima de la cuenca de una laguna prehistórica ya seca, es otra de las extrañas visiones cosmogónicas que depara al visitante este desierto del altiplano chileno. Se le conoce como El Salar y constituye una ficción de gran campo de nieve en el desierto más árido del mundo, cuyos cristales brillan al sol como un océano de pequeños diamantes azulosos, en medio de la vastedad serena y eterna. (Allí, se asegura, el subsuelo de Chile atesora el 40 % de las reservas de litio descubiertas y probadas hasta hoy en el mundo). A las seis de la tarde, la habitual farándula de entusiastas y errabundos exploradores que gusta de aparecer por este exótico lugar ya ha regresado de sus aventuras del día y está ahora en San Pedro entregada al placer del peyote, un brebaje de cactus que funciona como el aguardiente de Atacama y que venden por allí barato, con muchas recomendaciones de ser reparador y estimulante. Es la mejor hora para salir a caminar por el pueblo un rato y dedicarle un tiempo a sus arreglados mercadillos de tejidos y artesanías, entre las que sobresale la cerámica, con la que producen cientos de variados artículos, desde vasijas y otros de tipo utilitario, hasta figurillas antropomórficas en remedo de antiguas deidades que aún en nuestros días siguen siendo regentes espirituales de los atacameños originales.
* El desierto de Atacama se encuentra situado en la parte septentrional de Chile conocida como Norte Grande y se extiende a las regiones de Tarapacá, Antofagasta y la parte norte de Atacama. Limita con Perú al norte, con Bolivia y Argentina, al este; y con el Océano Pacífico, al oeste. El terreno que ocupa se eleva bruscamente desde las planicies costeras hasta los macizos volcánicos de las estribaciones de Los Andes, superando en algunas de sus cumbres, los 6 000 metros sobre el nivel del mar. Chile tiene una superficie continental de 756 626 kilómetros cuadrados y se extiende de norte a sur a lo largo de 4 300 kilómetros, con un ancho promedio de 200 kilómetros.