La Langosta Reina del Mar
Conocida en las mesas desde la antigüedad, este crustáceo extendido por casi todo el planeta es muy apreciado en la cocina caribeña, donde forma parte de platos verdaderamente deliciosos.
Cuenta la leyenda que Palinarus, timonel del rey troyano Eneas, se quedó dormido y cayó al mar convirtiéndose en un crustáceo como castigo a su descuido. Quizás por eso, cuando en 1787 el famoso entomólogo Johan Christian Fabricius describió por primera vez a la langosta, decidió ponerle el nombre científico de Palinurus elephas. Sin embargo, más allá de las decenas de variedades que existen del género Palinarus y de la extensión de esta familia de crustáceos desde las Islas Británicas a Nueva Zelanda o las cálidas aguas del mar Caribe, la langosta ha adquirido fama universal como plato delicado y exquisito, además de muy nutritivo y bien valorado, que corona las mesas de sibaritas o los banquetes para reyes. Preparadas sobre una plancha, con un aderezo simple de perejil, mantequilla, limón o sal o como parte de las mundialmente famosas calderetas de Fornells, Islas Baleares, las langostas son una comida que marida bien con una salsa simple y una copa de vino blanco bien fría. Los ejemplares adultos de este crustáceo como promedio miden aproximadamente 23 cm de largo y pesan de 700 a 900 gramos. Las mejores langostas para el consumo son las jóvenes con tamaño medio. Este es un crustáceo que crece durante toda su vida y puede ser muy longevo, pero en ese punto deja de ser tan agradable, pues su masa se torna dura y se vuelve mucho menos agradable. Es un animal cuya sangre mantiene el nivel de temperatura del agua y del que son características sus largas antenas delanteras y una cola segmentada en varios sectores que se contraen y expanden para propulsarle. Esta es precisamente su parte más apreciada en la gastronomía, aunque apenas constituye un tercio de su peso viva. Gustan de las aguas movidas y frescas, y se alimentan de moluscos, algas y pequeños pececillos, mientras crecen con varias mudas del caparazón, lo que les hace por etapas muy vulnerables a otros depredadores, al igual que sucede durante el día debido a su lento desplazamiento. Es por ello que prefieren el abrigo de las anfractuosidades de la orografía marina y buscar de noche sus alimentos. De todos modos, este crustáceo protagoniza largos desplazamientos migratorios, en los cuales curiosamente para proteger su caparazón se entrelazan varios individuos entre sí, formando filas de hasta cincuenta animales en busca de aguas más profundas. En muchos lugares del mundo «cultivar» langostas constituye una actividad económica muy importante –debido a su alto precio en el mercado internacional-, aunque todavía es abundante su captura mediante nasas langosteras con cebos de peces e incluso su pesca mediante el buceo a pulmón. Aunque servidas en un delicioso plato es muy difícil diferenciar su procedencia, tampoco es sencillo hacerlo cuando están vivas, ya que para el común de los mortales, son mínimos los detalles que singularizan a las langostas procedentes de África, las costas gallegas, las Islas Británicas o del Caribe. Lo que sí es distintivo y casi único es su delicado sabor y consistente textura, que la han convertido en uno de los alimentos preferidos entre afamados gourmet y acérrimos sibaritas, a lo cual hay que añadir los poderes afrodisíacos que se le atribuyen al crustáceo, debido a su capacidad nutricia y energizante.
Es común que las guías culinarias mejor avaladas y los restaurantes de mayor renombre, incluyan en sus páginas o menús alguna que otra elaboración a base de langosta. Son mundialmente famosas la Caldereta Balear y la Langosta Thermidor, si bien han conquistado las preferencias esas preparaciones características de muchos lugares del Caribe basadas en los sencillos principios de la cocina ágil, directa y natural, como la langosta a la plancha o a la brasa. Al cocinarse el crustáceo dentro de su propio caparazón abierto por la parte inferior, emana un olor maravilloso, intenso y puro. El modo de preparación rápido y apenas con unas gotas de limón y una pizca de sal y un rociado de aceite, concentran el sabor marino de la masa y refuerzan su consistencia. Un toque final según gustos es la pimienta blanca en polvo.