El infalible TALISMÁN de Arnaldo
Esa rara mezcla de sencillez guajira y visión cosmopolita seduce cuando se escucha la música de Arnaldo, pero también cuando se conversa con el Mulato Acelera’o, como le dicen gracias a su primer gran éxito con el Talismán, la banda que dirige desde 2002.
Arnaldo tiene un espíritu inquieto, siempre en busca de desafíos, de reinventarse, de dejar una huella… Ese estimulante afán por marcar la diferencia ha movido su vida, la alimenta e inspira desde su niñez, como nos contó en exclusiva para Excelencias...
“Nací en Ceballos, casi de casualidad, de la unión de un habanero pichón de catalán y una guantanamera descendiente de haitianos, que coincidieron en ese pequeño rincón de Cuba. Desde chiquito quise ser artista, incluso fui malabarista en un circo infantil, pero la música me gustaba más. Aprendí algunos acordes de guitarra y canté cosas de la Década Prodigiosa, hasta que escuché los Beatles, y mi mundo cambió”, confesó.
En 1989, con apenas 14 años, entró a la Escuela de Instructores de Arte del Yarey, a 500 kilómetros de casa. Al fin tenía la oportunidad de estudiar música, y ahí estuvo dos años hasta que por azares de la vida acabó donde quería: en La Habana.
“Estudiaba bajo y guitarra en la Escuela Nacional de Arte, y a los 17 años ya tocaba en Cuerpo de Guardia, la banda de Frank Delgado, mi tutor en la trova. Poco después comencé a relacionarme con aquellos locos que luego formaron Habana Abierta, como Kelvis Ochoa y Boris Larramendi, que ejercieron una influencia muy positiva”, evoca.
Arnaldo vivió el boom de la salsa, en los años 1990, como bajista de Enrique Álvarez y su Charanga Latina. Ahí conoció mundo y se curtió para lo que vendría después, su paso por Azúcar, la banda donde se hizo famoso desde su ingreso en 1999.
Para entonces tenía 24 años y ya era conocido como compositor y arreglista, fruto de la suerte que proporciona el rigor. Sin embargo, apenas tres años después decide irse por su lado, porque sentía inquietudes que no tenían cabida en el perfil de Azúcar.
Así, en junio de 2002 reunió a varios jóvenes talentos, fundó el Talismán y en apenas tres meses ya estaba grabando su primer disco, con el sello EGREM. El impacto fue inmediato gracias a su propuesta poco convencional, sincera e ideal para bailar.
“Aquello fue un fenómeno, primero con Acelera’o y luego con Tierra de Soledad, que reavivó en la gente el orgullo por sus raíces. Pero después vinieron más discos y nuevos éxitos, como La Lucecita, el tema que nos proyectó internacionalmente. Otro impulso nos lo dio la gran Omara Portuondo al cantar mi Havana Travel”, recuerda.
Sus canciones se caracterizan por su optimismo, incluso cuando siente la necesidad de reflexionar y cuestionar cosas. “Las musas saltan de alguna frase, de situaciones, de ideas que me sugieren ciertos temas. Por ejemplo, Tras la tormenta nació huyéndole a un ciclón, justo en una época de grandes cambios en mi vida”, asegura.
Ese afán por construir y su amor por Ceballos se conjugaron para el nacimiento en 2004 del Festival Piña Colada, dedicado a la música fusión. De golpe, aquel pueblo en el corazón de la provincia Ciego de Ávila se convirtió en una plaza fuerte de la música contemporánea en Cuba, amén de una plataforma para la promoción de jóvenes artistas.
A su vez, aquel entorno tan campesino se abrió a géneros urbanos como el rock, el hip-hop, la trova, el funk, el pop e incluso el reguetón. “De cierta manera retribuyo así la deuda espiritual que tengo con mis orígenes, y lo ayudo a lidiar con estos tiempos en que tanto se ha diversificado el consumo musical”, advierte, sin ocultar su satisfacción.
Sin cumplir aún los 40 años de edad, Arnaldo es ya un clásico, pero su legado no le quita el sueño. No obstante, confiesa que quisiera ser recordado por sus canciones y por lo que pueda aportar a la espiritualidad de su pueblo: esa es la verdadera lucecita que guía su vida, el infalible talismán que lo protege y nunca lo abandona.