La Linda Ciudad del Mar.
Fundada en 1819 como Fernandina de Jagua, es la más joven de las grandes ciudades establecidas en la Isla en la etapa colonial, la única cuyos primeros vecinos no fueron españoles y que antes de ser tal, dispuso de fortaleza –la tercera mayor del país después de los Castillos de los Tres Reyes Magos del Morro y de San Pedro de la Roca, en La Habana y Santiago de Cuba, respectivamente.
Durante los siglos XVII y XVIII, la enorme bahía de Cienfuegos fue un nido de piratas, una especie de reino propio dentro de los reinos europeos que gobernaban las islas del Caribe y un importante centro de contrabando, donde las autoridades españolas, concretamente, sufrían considerables pérdidas económicas. Por eso se le encargó al ingeniero José Tantete diseñar una gran defensa para custodiar el enclave y entre tanto, se dio batida por tierra a los salteadores marinos, cuyas incursiones y presencia eran un serio obstáculo para el establecimiento de comunidades y pueblos en esa zona del centro sur de Cuba. Las obras concluyeron en 1745 y la Fortaleza de Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua, dispondría de una nutrida dotación de soldados en régimen de guarnición, artillería pesada y todas las condiciones para funcionar en caso de que lo requiriesen las circunstancias. Al no llegar jamás el momento, quedó para la posteridad como uno de los grandes empeños defensivos de los españoles en la Isla. No obstante, perduraría la mala reputación de un lugar de tan activo pasado vinculado a la piratería y a nombres como Jacques de Sores, quien se sabe ancló varias veces en Cienfuegos; Francis Drake, Morgan, Bruce, Baskerville y Girón; y no quedaría más remedio que esperar para ver aparecer allí una ciudad como bien merecía aquella enorme y hermosa bahía, la más importante de la costa sur de Cuba. El nacimiento La empresa de establecer Cienfuegos en el lugar que ocupa hoy la iniciaron 50 familias francesas de Burdeos, Nueva Orleans, Haití y otras islas caribeñas con el compromiso supremo de fundar una villa próspera. La expedición fue comandada por Louis D´Clouet, y días después, tras invocar al rey Fernando VII, y recordar bajo la sombra de una enorme majagua que se hallaban en tierras del desaparecido Cacicazgo de Jagua, la ceremonia de fundación se celebró con los honores pertinentes, el 22 de abril de 1819. El acta recogió la decisión conjunta de ponerle como nombre Ferdandina de Jagua, el cual cambió definitivamente en 1830 por el que se le conoce hoy, un tributo que quisieron rendir sus fundadores al representante en la región de la autoridad colonial, el señor José Cienfuegos, por cuya recomendación la Capitanía General autorizó ese asentamiento, reconocido como ciudad en 1881. Ciudad neoclásica El perfecto trazado rectilíneo de esta urbanización, que configura una retícula cuidadosamente cuadriculada como gran tablero de ajedrez, es algo que identifica y hace singular a Cienfuegos en el contexto de Cuba. Inspirada en los conceptos preciosistas del neoclásico, fue dotada del orden y rigor geométricos en los que este estilo basó su expansión por el mundo. Los altos puntales, las cúpulas, las paredes medianeras de las viviendas, la sobria elegancia de sus principales edificaciones y, asimismo, su aire señorial y la armonía predominante en su arquitectura toda, le han valido títulos no muy modestos tal vez, pero sí correctos tratándose de una capital provincial, tales como la Linda Ciudad del Mar o la Perla del Sur. La Antigua Plaza de Armas, hoy Parque Martí, de 200 metros de largo y 100 de ancho, es el centro del casco antiguo, declarado por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad. Tiene como elementos sobresalientes, un Arco de Triunfo y una glorieta, además de un hermoso monumento en mármol de José Martí –del escultor italiano Giovanni Nicolini–, emplazado en 1906 donde estuviera antes una estatua de Isabel La Católica, que derribó un ciclón en 1882. El Teatro Terry, de 1889, es uno de los edificios que rodean este espacio y es identificable por los tres mosaicos artísticos de la casa Salvatti que rematan su alta fachada con Talía, la musa de la comedia y el idilio; Euterpe, la de la música; y Melpómene, de la tragedia. También sobresalen el Palacio Ferrer, el edificio del Ayuntamiento, la Catedral de la Purísima Concepción de dos torres desiguales y, finalmente, el hermoso edificio del Museo Municipal, un neoclásico puro, de 1893 que antes fue la sede del Casino Español y donde hoy se exhiben hermosas colecciones de arte decorativo con exquisitas piezas de bronce vaciado en cera, mármoles y alabastros tallados, muñequería de biscuit y fina cristalería de marcas prestigiosas como la Tiffani y la Mary Gregory, que en su momento pertenecieron a ricas familias de la ciudad. Por el Prado hasta Punta Gorda Cienfuegos tiene una interesante peculiaridad: las vías que van de norte a sur, hacia la bahía, sean importantes o no, amplias o estrechas, serán simplemente calles y su numeración será impar; mientras que las transversales de este a oeste serán avenidas y, además, pares. Por eso, al recién llegado podrá resultarle raro que el Paseo del Prado, con todas las características propias de lo que normalmente en cualquier lugar tiene categoría de avenida sea una simple calle y, al mismo tiempo, las arterias que desembocan en él, tengan el título inesperado de avenidas. Hecha esta salvedad, vale decir que estamos en el eje de mayor significación de la ordenada villa francesa. Abierto en 1922 bastó poco tiempo para que atrajera hacia él la atención de los cienfuegueros, hasta entonces más dados a reunirse en el Parque Martí. Rodeado de cuidadas edificaciones con portales corridos sobre columnas, el Prado lleva sin pérdida hasta Punta Gorda, dentro de la bahía y es un excelente punto de referencia para hacer cualquier movimiento. Aún antes de asomar al mar, posee algunos monumentos patrióticos y de homenaje a personas ilustres de la ciudad. Entre ellos: un busto sobre mediano pedestal de Ceferino Méndez Aguirre, colocado en 1919, como recordación a un hombre clave en el fomento del transporte marítimo desde y hacia la ciudad. Donde desemboca la avenida Zaldo, al centro del Prado, se alza una bella mujer con un niño que muestra levantada una cadena rota. Es el monumento a la independencia. A sus pies reza: Cienfuegos honra a sus mártires. Siempre en dirección a la bahía, otros dos bustos: a Mercedes Matamoros (Ofelín), la desventurada cantora del amor; y a Enrique Edoy Llop, importante periodista y comediógrafo local. Aquí se llega al nacimiento de Punta Gorda, una península con malecón que se adentra en la luminosa bahía y donde se desarrolló una de las más atractivas zonas residenciales de la ciudad, con algunas casas, como la que ocupa el Palacio de Turismo, de notable refinamiento. Cual suerte de puñal va estrechándose esta lengua de tierra fina entre las tranquilas aguas, con complejos recreativos, terrazas a la vista del mar, comercios y la vivificadora atmósfera cargada de un suave olor a sales removidas. Muy al final, después de remontar el hotel Jagua y la Casa de Valle, una reducida urbanización con amplias casas de madera muy inspiradas en el baloon flame norteamericano, resulta un colofón maravilloso.