La Habana, que come y canta
Las artes, por su condición de espejo y reflejo de la cotidianeidad, refrendan con introspectivas miradas y mediante particulares discursos estéticos, las realidades sociales. Semejante precepto se manifiesta en la mayor parte del patrimonio musical cubano. Y de modo algo especial, en una interesante diversidad de partituras y letras, las cuales, al tiempo que delinean épocas, aconteceres y sentires, hacen pensar que quienes habitan en esta bien llamada Llave del Nuevo Mundo los conjugan a partir de singulares verbos modales: gozar, comer y vivir.
Prolífica resulta la vernácula producción de melodías que evocan los tan humanos actos de alimentarse y beber; nada ausentes, dicho sea, del llamado doble -¿o quizá triple?- sentido, herencia de la picaresca venida de España; y el “choteo”, secularmente instalado en el Caribe. En suma, toda una identidad gastronómica llevada de la mano por las sutilezas de los acordes, un arraigado sentido del ritmo, el saber reír –aún por ilógicas que puedan parecer las causas ante la mirada foránea- y la prominente sensualidad de los trópicos.
Los pregones: consecuente inspiración
Forman parte del escenario costumbrista cubano desde los mismísimos tiempos de la colonización hispana. Fueron los pregoneros sentenciados al silencio durante el gobierno del Capitán General don Miguel Tacón, cuyo período de mandato se extendiera desde 1834 a 1836, quien catalogaba los pregones como “ruidos molestos”. Sin embargo, puede decirse con toda justeza de estos vendedores ambulantes que contagiaban con su apasionada incitación a desembolsar dineros, acompañados de clamores versificados y entonados a capela, cuando no acompañados de silbatos, timbres, campanas, cencerros u otros artefactos sonoros, emisores de agudos tonos. Representaban a toda hora una nueva salutación a la existencia, recordándole al vecindario que todos se encontraban vivos. Famosos fueron tantos y tantos de estos humildes mercaderes de cosas para ingerir, afectivamente acompañados de poesía, musicalidad y alegría. El sabio cubano Don Fernando Ortiz registra en su Nuevo catauro de cubanismos el término aleluya (voz hebrea que significa gloria a Dios), descrito como antigua golosina elaborada con leche de vaca, almendras molidas y azúcar, mezcla cocinada hasta alcanzar el punto requerido que se vierte en superficie plana y se corta con moldes. Quienes las portaban para la comercialización callejera, solían anunciarla con una rima provocadora: “¡Aleluya, aleluya, cada uno con la suya!”.
Como es de suponer, su interpretación resultaba bien poco bíblica pero harto representativa de la idiosincrasia criolla. Entre las innumerables mercancías destinadas para ser engullidas al paso, desde la etapa colonial, se encontraban los bollos, que en Cuba es poco usual se les llame así, sino frituras, ya que en la mayor de Las Antillas predomina su acepción de parte pudenda femenina. Por ello la existencia de una tradicional comparsa de los carnavales habaneros, fundada en el barrio de Los Sitios, actual municipio de Centro Habana, en el año 1937, siendo la única de estas manifestaciones de la cultura folclórica popular integrada por mujeres solas y que irrumpen con un siempre esperado estribillo:“¡Yo vendo el bollo caliente, Yo vendo el bollo calieeenteeee!”.
Ocasión, por supuesto, que no puede ser desaprovechada para cantar a coro, con toda vocación por el relajo, cuando en realidad se trata de una recreación de aquellas simpáticas vendedoras, figuras imprescindibles del antaño deambular citadino.
También en el antes mencionado Nuevo catauro…, el maestro Ortiz explica sobre la expresión mangüé, en alusión a un igualmente antiquísimo pregón de los vendedores ambulantes de mangos o mangueros: “¡Mangos, mangüé!”, voz presumiblemente gitana, tomada del caló, que significaría: “Mangos, ¡a mí”, “A mí que los traigo buenos!”. Posteriormente, sobre la década de los 40 del siglo XX, Francisco Fellove (La Habana, 1923 – México, 2013) compone una guaracha-son, basada y con el mismo nombre del viejo pregón “Mango, mangüé”, popularizado por la cantante de origen cubano Celia Cruz:
Oigan, llegó el frutero,/ con frutas de mi país./ Casera, cómprame frutas,/ que son ricas y para usted./ También le traigo el rico mango/ de bizcochuelo que es para usted,/ la piña blanca, la fruta bomba/ y el sabroso canistel/ (…)/ Ay, pero arrímate a la carreta/ que yo traigo mango bizcochuelo pa’ que pruebe usted./
Mango, mangüé/ Ay, mango mangüé, mango mangüé, mango mangüé,/ yo traigo mango bizcochuelo que le gusta a usted. / Mango mangüé.
La cadenciosa y larga secuencia de ritmo interior que a continuación se muestra, es atribuida a Juan Mayor, “El Sinsonte de Guanabacoa”, ganador de un concurso de pregones celebrado en 1944; genuino bardo de pueblo, que otrora anunciaba sus productos por la capitalina localidad de Guanabacoa:
¡A llorar, muchachos!/ Dile a tu papaíto/ que te dé un centavito/ para comprar bollitos./ Y si no lo tiene,/ regístrale los bolsillitos./ ¡A llorar, muchachos!/ Coco, quemado coco,/ alegría, panetela y merengue,/ galleticas francesas,/ tortica de Morón/ bizcocho de canela,/ pasteles de guayaba,/ pasta de yemas,/ sopa borracha,/ ¡Panetela!
Tanta creatividad espontánea despertaron las musas de muchos compositores cubanos. Así ocurrió, por citar solo algunos ejemplos, con piezas tales como El panquelero, de Abelardo Barroso; El yerbero, de Néstor Milí; Se va el dulcerito, de Rosendo Ruiz; El heladero, de Rodrigo Prats; El florero, de Ernesto Lecuona; A los frijoles, caballero, (D.R.) magistralmente interpretada por María Cervantes, hija del notable compositor Ignacio Cervantes; El pirulero, de Armando Valdés Pi; y Frutas del Caney, de Félix B. Caignet, reconocida como una de las emblemáticas del inolvidable Trío Matamoros. Estas composiciones se caracterizaron por una serie de compases dentro de los más puros patrones rítmicos nacionales; y en no pocos casos, suerte de coplas musicalizadas.
Es considerado El manisero, género son-pregón, compuesto a finales de la década del 20 del pasado siglo por Moisés Simón Rodríguez, más conocido por su nombre artístico, Moisés Simons (La Habana, 1889 – Madrid, 1945), probablemente el más famoso de los pregones cubanos. De inmortal merece ser calificada la interpretación que hiciera en el estreno de esta antológica creación la guanabacoense Rita Montaner, La única, cuya grabación original fue realizada por la compañía discográfica Columbia Records, a principios de la década del 30 del propio siglo XX. Amén de sus muy peculiares registros, timbres y melismas, conjugaba con magistral singularidad las inflexiones y gestualidad de los auténticos pregoneros junto a la indiscutible tesitura de su voz, en franco intercambio coloquial con la presunta clienta. Se presume que esta canción posee más de centenar y medio de interpretaciones (re)conocidas en el ámbito mundial, entre las que destaca la del villareño Antonio Machín, quien se presentó al público de New York vestido con el atuendo representativo del humilde luchador por la subsistencia y cargando la típica lata-estufa artesanal que mantiene calientes los cucuruchos del grato fruto seco:
“Maní, maní, maní…/ Si te quieres por el pico divertir,/ cómprame un cucuruchito de maní./ Ay, que calientico y rico e´tá,/ ya no se puede pedir más./ Ay, caserita, no me dejes ir/ porque después te vas a arrepentir/ y va a ser muy tarde ya./ Manisero se va./ Caserita no te acuestes a dormir/ sin comprarme un cucurucho de maní./ Cuando la calle sola e´tá,/ casera de mi corazón,/ el manisero entona su pregón/ y la niña escucha mi cantar,/ llama desde su balcón:/ dame de tu maní,/ que esta noche no voy a poder dormir,/ sin comprarme un cucurucho de maní./ Ay, ay,/ me voy, me voy,/ me voy…”.
Y cómprese uno usted, querido lector, que aquí terminamos por hoy. Así se entretiene, mientras se edita la segunda parte de esta música para oír y tragar.
Havana Eats and Sings
The arts, by their condition of mirror and reflection of everyday life, endorse social realities with introspective looks and through particular aesthetic discourses. Such precept is viewed in most of the Cuban musical heritage.
Prolific is the vernacular production of melodies that evoke the very human acts of feeding and drinking; nothing absent, that is, from the so-called double -or maybe triple- meaning, a whole gastronomic identity carried by the hand of subtleties and chords, an ingrained sense of rhythm, knowing how to laugh -even as illogical as the causes before the foreign gaze- and the prominent sensuality of the tropics.