Emilio Bacardí se propuso salvar reliquias de la guerra de independencia que aún se conservan en el museo que lleva su nombre.
Sorprenden las soluciones formales en los ambientes interiores, producto de la labor de experimentados arquitectos y maestros de obras.

En las edificaciones santiagueras se mezclan diferentes estilos provenientes de la Colonia, la República y la Revolución

Reflejo de un amplio repertorio adquirido en su transitar por los períodos colonial, republicano y revolucionario, Santiago de Cuba posee una gran riqueza y variedad arquitectónica. Segunda ciudad en importancia del país, ostenta reconocidos valores históricos, paisajísticos, culturales, urbanos y arquitectónicos.

Cuenta con más de 2 000 edificios categorizados como bienes patrimoniales y 23 áreas monumentales, entre las cuales destaca, como pieza principal y más compleja, el Centro Histórico Urbano, resultante de su devenir desde 1515 hasta 1898. Una variedad funcional, formal y técnico-constructiva caracteriza las edificaciones santiagueras, donde se mezclan estilos y tipologías que arman el repertorio arquitectónico de la urbe, definidos en cada uno de sus períodos.

La ciudad histórica se desarrolló a partir de los lineamientos de las Reales Ordenanzas de las Leyes de Indias, evidenciadas en su Plaza de Armas, con una posición central dentro del núcleo urbano, alrededor de la cual se asentaron las instituciones representativas del poder colonial. En ella se efectuaban las actividades mercantiles, ejercicios militares, religiosos y culturales.

La estructura urbana en su origen era sencilla pero al expandirse los conglomerados surgieron nuevos distritos, espacios y plazas de carácter secundario. De ese modo se conformó una trama aún más compleja, que incluía espacios como la Plaza de Santo Tomás, la Plaza de Marte, la Plaza Dolores y otras, que figuraban como antesala de las iglesias.

La etapa colonial se distinguió por la arquitectura civil, doméstica, religiosa y militar. La religiosa se expresó por medio de un amplio sistema de construcciones, entre las que sobresalen ermitas, iglesias, conventos, seminarios y la sede episcopal. Si bien en el siglo XVI fueron escasas las obras de esta índole, en el siglo XVII florecieron estas edificaciones, con sus fachadas simétricas y de proporciones modestas –en algunos casos se hallaba una torre campanario.

Las construcciones domésticas tuvieron un lenguaje común: una planta con un conjunto de dependencias alrededor del patio, rodeado de galerías o corredores. Sus fachadas podían ser simples, de corredor y balconajes. Las edificaciones civiles, como hospitales y edificios de gobierno, se destacaron por su tipología, escala y composición. Aspectos diferentes presentaron los comercios y locales de servicios, de escalas modestas y fachadas muy simples.

El siglo XX fue el período de máxima expresión en cuanto a variedad de estilos arquitectónicos. Fue en esta etapa en que se conjugaron en el panorama urbano los estilos eclécticos, art decó, monumental moderno, racionalismo y protorracionalismo.
Mientras el eclecticismo santiaguero llamó la atención por la sobrecarga formal en espacios interiores y exteriores, por el amplio uso de técnicas de moldeo en elementos decorativos de la fachada y en la terminación de sus pisos, el art decó tuvo mayor presencia en edificios civiles, militares y en el tema de la vivienda.

El racionalismo, por su parte, se hizo fuerte en barrios residenciales y en proyectos civiles, así como en edificios públicos, administrativos y comerciales, en el Centro Histórico Urbano.

Gracias a la introducción de las técnicas constructivas de prefabricación, en la etapa revolucionaria aparecieron inmuebles de dos niveles, en el caso de las edificaciones ejecutadas con esfuerzos propios; y de cuatro, cinco, 12 y 18 plantas, sobre todo para los edificios multifamiliares, en los ejes principales de la ciudad y en los nuevos repartos. La expresión formal es variada y condicionada por el desarrollo técnico-económico, social y cultural.

En general, las edificaciones santiagueras se agrupan en tres grandes conjuntos: los edificios construidos hasta finales del siglo XIX, los que datan de la primera mitad del siglo XX y, por último, el período revolucionario. El siglo XX fue el período de máxima expresión en cuanto a variedad de estilos arquitectónicos.