- Produndas huellas
la Guerra Hispano–Cubano–Norteamericana marcó el devenir de la historia. en Santiago de Cuba y su entorno inmediato quedan rastros de tan importante acontecimiento histórico
Indelebles huellas asumidas como parte de un rico acervo patrimonial, dejaron las acciones de un acontecimiento histórico que marcó el devenir de la historia: la Guerra Hispano–Cubano–Norteamericana que, entre marzo y julio de 1898, tuvo como escenario fundamental a la ciudad de Santiago de Cuba y su entorno inmediato.
Un sistema de monumentos comenzados a construir desde 1906, nos recuerdan los escenarios de desembarco de las tropas norteamericanas asistidas por los mambises. Así en las arenas de las playas de Daiquirí, Juraguá y Siboney se alzan broncíneas tarjas donde se significan los nombres de los soldados y oficiales que desembarcaron por esos sitios.
Esta ingente labor de preservación está presente desde inicios del siglo XX, con el quehacer precursor y fecundo de numerosas figuras, entre las que podemos significar a Emilio Bacardí Moreau, Ambrosio Grillo Portuondo, Antonio Bravo Correoso y el coronel José González Valdés.
De esa manera han quedado perpetuados los escenarios de los principales combates: Las Guásimas, El Pozo; El Caney, en cuyas inmediaciones se alza el Fortín del Viso, donde se realizaron variados monumentos que rememoran el combate del 1ro. de julio de 1898; y San Juan, un largo camino de más de 30 km que se adentra desde la línea de costa y vadea las estribaciones de la cordillera de la Gran Piedra.
Mención especial merece el parque histórico–conmemorativo San Juan–Árbol de la Paz, simbólico espacio, primero de su tipo en Santiago de Cuba, que funciona como pulmón verde de la ciudad.
Allí, alejados del bullicio de la urbe, se entra en contacto con la historia recreada en los libros de bronce, tarjas, cañones y conjuntos monumentales que han sido emplazados, a lo largo de un siglo, a fin de recordar la batalla de San Juan y la firma de la paz de la que excluyeron a Calixto García y a otros compatriotas a quienes se les negó la entrada a la ciudad. A ellos se les dedicó el conjunto monumental que acompaña al Árbol de la Paz, con su ceiba replantada en los albores del siglo XXI.
En la colina resaltan dos obras por su significado histórico: la tarja que expresa el porqué ese conflicto debía llamarse Guerra Hispano–Cubano–Norteamericana y el monolito develado en el centenario del suceso, donde queda manifiesta su trascendencia para el pueblo cubano.
Asimismo, en tríada sugerente se reúnen las representaciones de los tres ejércitos: el Soldado Norteamericano Desconocido (1926), el Mambí Victorioso (1929) y el Soldado Español Caído en el cumplimiento del deber (1929), piezas de notable valía artística que se entrelazan con tarjas, trincheras, fortines y cañones para regalar el más completo de los parques dedicados a este determinante hecho histórico que definió en su momento no solo los destinos de Cuba sino también del mundo.
De igual modo el día 3 de julio de 1898 se inscribió en las páginas de la historia, cuando la bahía santiaguera se convirtió en el teatro del combate naval entre las escuadras norteamericanas y españolas. Las evidencias se aprecian en las baterías emergentes instaladas en sus dos márgenes y que aún permanecen, al estilo de la alta de La Socapa, con sus cañones y singulares parapetos construidos con bocoyes y sacos de azúcar, cuyas formas quedaron modeladas por el material pétreo con que fueron rellenados.
De los seis buques de la armada española al mando del Almirante Pascual Cervera y Topete: Infanta María Teresa, Vizcaya, Oquendo, Colón, Furor y Plutón, cinco terminaron anclados por siempre en las aguas del Mar Caribe. Solo el Infanta María Teresa (buque insignia) fue llevado por los norteamericanos como trofeo de guerra, pero se hundió en la travesía cerca de Bahamas.
Sus armazones de acero conforman en la actualidad un gran cementerio submarino localizado a lo largo de la línea de la costa oeste y se visualizan en los puntos de Nima Nima, Aserradero y la base del Turquino, completando parte de un riquísimo patrimonio subacuático.
Vibra y vive la historia en cada rincón de Santiago de Cuba. Sus hombres y mujeres la eternizan en el mármol más pulido, o en la sencilla piedra; pero siempre persiste la huella.