Vivienda derrumbada por el huracán Sandy
Calles de Santiago luego del huracán Sandy
Vista de la Catedral de Santiago y Parque Carlos Manuel de Céspedes
Catedral de Santiago y Parque Carlos Manuel de Céspedes en la actualidad

Con las primeras luces del 25 de octubre de 2012, como cocuyos sobrevivientes del naufragio, mis vecinos comenzaron a alumbrarse, a dar voces. Algunos lo habían perdido todo, pero se felicitaban por estar vivos. Recorrer la carretera, la de todos los días, me exigió horas. Por entre ramas calcinadas, como un trapecista, llegué al centro. Cuando me asomé a la ciudad, lloré. No era el único.

Sandy tocó tierra la madrugada de ese día, cerca de la playa de Mar Verde. El Centro de Pronósticos del Instituto de Meteorología –tras una evaluación posterior ubicó al huracán en la categoría tres, con vientos máximos sostenidos de 185 km/h y rachas de hasta 265 km/h. Los minitornados ocurridos y la topografía de la zona urbana santiaguera, potenciaron el poder destructivo del fenómeno. La ciudad recibió los fuertes vientos del sector derecho, quedando en la pared del ojo, zona donde se registra la mayor intensidad.

A su paso dejó en Santiago de Cuba más de 171 000 viviendas afectadas la mitad de su fondo habitacional y casi siete millones de metros cúbicos de desechos, superior a lo que genera la provincia en todo un año. Su sistema eléctrico colapsado, la cobertura vegetal arrasada. Once víctimas mortales.

Como la Tormenta Perfecta bautizaron a Sandy, como El Leñador. No habrá que insistir en las razones.

Los números son impresionantes, es cierto; pero no podrán calibrar la consternación, la perplejidad, el desconcierto de las primeras horas; el no saber por dónde empezar, la angustia de un techo de estrellas…

No podrán describir el heroísmo de la doctora Bárbara Acosta, que cruzó las aguas procelosas de la bahía para salvar a su paciente en Cayo Granma; la sensación del profesor Omar y su tía, refugiados en la meseta de la cocina, rezando alto para que Dios les escuchara; el rostro desolado de Iraida, la mujer de la blusa amarilla, al contemplar su casa; el centenar de personas apretadas en la Cabaña 14 de Mar Verde, que vieron al mar teñirse de rojo, que vieron como el ojo del huracán se les venía encima…

No  podrán nombrar la mirada sobre aquella bandera que va a saltar, que revienta en el pequeño mástil, que  surcó las calles al frente de una brigada de linieros, que llegó desde toda Cuba. Aquí nadie olvida. Por esas manos, por esos hilos, llegó el amanecer.

¿Qué cifras dar al asombro de los primeros brotes, a la naturaleza empecinada que resurgió del muñón, del tallo partido, de la tierra pelada, de la basura?

Han transcurrido tres años, pero Sandy no es una madrugada ni un nombre. Es un parteaguas en la historia de la ciudad.

Es la lección. La mano tendida desde muchas geografías. El zinc, la espera, el músculo, el esfuerzo gigante de la recuperación. La euforia de Mercedes y su madre anciana ante su casa nueva. Las paredes que faltan. Las cupulinas.de la catedral que vuelven.

Es, sobre todo, el espíritu de esta tierra, de este pedazo de isla, donde “son más altas las palmas (…) la infatigable Santiago”.