Para los amantes de las leyendas o fantaseadoras historias de amor, La Isabelica, es el sitial de honor. Historia o fantasía se dan cita en este hermoso paraje de la geografía de la oriental provincia cubana de Santiago de Cuba. Con ella, revive el orgullo por el mestizaje de diversas culturas: española, africana, haitiana, francesa y asiática. Cuentan que al francés Víctor Constantin, propietario de la hacienda, no se le conoció esposa o mujer blanca como compañera. Sin embargo, se dice que una esclava, Isabel María, llenaba todos los espacios en aquella casa cercana a la Gran Piedra. La Isabelica tiene la virtud de transportarnos 200 años atrás con toda su leyenda amorosa y majestuosidad señorial. En sus alrededores, cafetales y secaderos que conocieron del sudor esclavo y de las ansias de libertad de una población desarraigada de sus costumbres y creencias.

Historia de amor Esta historia de amor tiene su origen cuando de la cercana isla de Haití, llegaban por temor a la Revolución de los esclavos, amos, criados y culturas que se asentaron a más de 1200 metros sobre el nivel del mar en la Gran Piedra, hoy un connotado centro turístico cercano a la ciudad de Santiago de Cuba. En la zona se erigieron durante los siglos XVIII y XIX grandes cafetales, pero la huella más indeleble lo constituye la finca La Isabelica. Su dueño dio a la hacienda este apelativo en honor a su preferida: Isabel María. El andar silencioso de la esclava Isabel María se puede escuchar por los predios de la Finca La Isabelica, convertida en museo desde 1976, y cuyos detalles nos transportan imaginariamente al modo de vida del hacendado francés Víctor Constantin. La espaciosa casa cuenta con dos niveles. En el primero están la carpintería y el almacén. En aquella se aprecian hachas, machetes, restos de la cristalería, grilletes y otros medios que recrean los equipos de trabajo y vida de la época. Seguidamente, el almacén para la conservación de los granos, los vestigios de un rodillo para despulpar el café y cinco secaderos en forma de terraza, además de la tahona o molino utilizado en la época para despulpar el café en seco. En la planta superior, todavía está la campana original que llamaba a la dotación al extenuante trabajo o al ínfimo descanso. Como testigos del esplendor de una época, están la espaciosa sala-comedor; la sala de estar, la biblioteca y el dormitorio, que anida el recuerdo de una apasionada historia de amor. Para otorgar a la finca su aire señorial, se recuperaron de otras haciendas cafetaleras de esa región oriental, objetos que otrora ambientaban esas mansiones, como un antiquísimo piano, el escudo francés de la época, muebles estilo Medallón y restos de vajillas. El retrato del potentado Víctor Constantín da la bienvenida en el salón principal de la casona. Con su imagen, la fantasía brota por doquier, para ser testigos del amor callado, por qué no, de Isabel María, una más entre las domésticas que mantenían el donaire de la mansión señorial y en las noches, el amor del hacendado francés, prohibido para la sociedad de la época. Cuentan que Isabel María era conocedora de todos los gustos de su amo, a quien servía personalmente y aunque casada legítimamente, nunca obtuvo su libertad. Murió esclava, dueña y señora de la notable hacienda. A La Isabelica llegan muchos viajeros cada año, fascinados por la leyenda y lo atractivo del lugar, sitio del oriente cubano que parece revivir el pasado luminoso de una cultura que se refunde en la geografía insular para quedarse y asentar nuevas formas de hacer, de vivir. Restos de la cultura colonial En la Isabelica se evidencian los restos de la cultura colonial, mientras en su entorno permanecen cafetales y senderos que fueron atendidos por aquella oleada de amos franceses y esclavos africanos. Las ruinas de varias decenas de cafetales franco-haitianos establecidos a finales del siglo XVII e inicios del XIX, incorporan atractivos a Santiago de Cuba. Entre esos asentamientos están los conocidos como Santa Sofía y Kentucky. Entre todos, La Isabelica mantiene su huella indeleble; y como un desafío al tiempo permanecen los vestigios de un imperio cafetalero vinculado al desarrollo económico de la isla colonial. El Museo La Isabelica, declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad en el año 2000, atesora además de un gran valor histórico, una fortuna cultural, irradiada en la prosperidad de algunas expresiones como los bailes, la música, la religión, la literatura y la gastronomía en la zona oriental del país, y que tuvo su expansión un poco más allá, tocando a las islas del Caribe