El alma del mundo caribeño
Poetisa, ensayista y traductora, la directora del Centro de Estudios del Caribe de la Casa de las Américas apuesta por la historia que nos llega de esa región marcada por el mar y las migraciones. En conversación con Excelencias, la prestigiosa intelectual cubana comparte sus impresiones sobre la pertenencia de Cuba al Caribe y las esencias culturales de Santiago de Cuba, la ciudad más caribeña de la Isla.
«No concibo la cultura cubana, sino como una parte inmensa de la cultura caribeña. Hay muchas similitudes y diferencias dentro de la diversidad de la zona. En el Caribe hispano -integrado por Cuba, Puerto Rico y República Dominicana- hablamos el español y no creamos una lengua criolla o tercera lengua como es el caso del Caribe anglófono y el francófono. Amén de que las familias acaudaladas y quienes han tenido acceso a la educación hablan inglés o francés, los campesinos en Haití, Martinica, Guadalupe, hablan el creole, incluso con sus propias diferencias.
«En Cuba, las comunidades haitianas, establecidas en la base de la Sierra Maestra, han conservado sus tradiciones y usan el creole como un elemento de comunicación en la vida doméstica. De hecho, sus hijos son cubanos y aunque pueden ser bilingües, hablan la lengua española. Con esto quiero decir, que aun en las ceremonias religiosas donde pueden cantar un rezo en la lengua original, la comunicación se establece en español. Este es un elemento fundamental de diferencia entre la cultura cubana y la de otras zonas, donde existe una literatura emergente llamada la creolité. Cuando se inauguró el Premio Casa de las Américas eran convocados los países hispanoamericanos, pero a finales de los 70 del siglo pasado se integraron los brasileños y caribeños. En el caso de estos últimos, hubo que extenderse al mundo de los creoles, donde existen escritores de gran estima que sostienen una teoría sobre lo criollo.»
Pero la gran familia de la región comparte características comunes definidas por la estudiosa Nancy Morejón, quien suma a su vocación literaria un amplio caudal de conocimientos acerca de esa cultura. «Nos unen experiencias históricas, la economía de plantación, el mundo de la diversidad de culturas y de razas, la dependencia y el planeo de los Estados Unidos, siempre con la intención expansionista e imperialista, como decía José Martí a finales del siglo XIX.»
En su libro Lengua de pájaros, comentarios reales reza la cita de Pablo de la Torriente Brau: «Si quieren ir a otro país sin salir de Cuba, vayan a las montañas de Oriente». ¿Parodiando la frase, cuánto de cierto encierra esta sentencia respecto a Santiago de Cuba?
«Yo descubrí Santiago de Cuba gracias a este trabajo de investigación. Allí tuve una experiencia extraordinaria, sobre todo en el norte, porque el mundo de Santiago y Guantánamo lo conocía de mis lecturas de antropología y de mi amistad con Miguel Barnet y Rogelio Martínez Furé. También en mis conversaciones con Miguel Ángel Butalí, santiaguero de origen y nuestro anfitrión en aquel entonces, supe de la llamada zona negra, integrada por Santiago, Guantánamo, Songo La Maya, sitios donde se concentraron grandes poblaciones de esclavos. El norte oriental estaba marcado por la presencia de compañías relacionadas no solo con el níquel, indicador más importante de la localidad, sino también con la industria azucarera. Descubrí personalmente que la servidumbre de los norteamericanos se componía de jamaiquinos y no haitianos, porque los primeros hablaban el inglés. En Oriente y en Santiago de Cuba se vive una gran experiencia; como he dicho en otras ocasiones esa ciudad es la capital del Caribe y, por su posición geográfica, historia y cultura, el alma del mundo caribeño. Allí las manifestaciones de la región están prácticamente más a flor de piel que en otras urbes como la propia capital, mi ciudad natal que tanto amo y que considero también caribeña.»
El amor a La Habana, tema clave en su poesía, aparece junto al que profesa por Matanzas y Santiago de Cuba, ciudades que poseen un encanto especial para Nancy Morejón. «Una vez le escuché decir a una gran amiga una sentencia que relaciona a estas ciudades: La Habana tiene mar y ríos, pero no tiene montañas; Santiago tiene mar y montañas, pero no tiene ríos; y Matanzas tiene mar, montañas y ríos. Esas tres ciudades entran por derecho propio en la leyenda que es la historia de la diversidad cultural del Caribe. Siempre me he sentido muy cercana al mar, todos los isleños aunque vivamos en zonas alejadas de la costa, somos hijos del mar. En el Caribe siempre hay un barco, el mar nos circunda, así lo dice una frase: Nuestra historia es el mar. De modo que las ciudades-puertos conforman ese mundo de migraciones, de transculturaciones, que perfila la historia de la región. Fueron puertos de esclavitud, a donde llegaron los esclavos que nos conformaron. No es que seamos África, pero las culturas del Caribe tienen una raíz común de origen africano.»