La fascinación, las revelaciones filosóficas y los sentimientos que las culturas (y las personas) del Amazonas venezolano despertaron en un músico cubano que profesionalmente se acercó a ellas, impregnan las más hermosas páginas de la primera GRAN NOVELA del escritor cubano Alejo Carpentier: Los Pasos Perdidos (1953). Comparada con la fuerza y la emoción de la realidad, las ideas que el protagonista de la novela lleva consigo -en su viaje académico- son tan pálidas e inexactas como transformadoras serán las experiencias que se reflejan en ese diario ficticio.

Y esto se explica por la fuerza que la experiencia tiene en comparación con el conocimiento adquirido mediante otras vías. Nos hacemos miles de figuraciones sobre el modo de vivir, sentir y pensar de otras culturas, obtenidas a través de fuentes a veces muy confiables, y otras, por medio de películas y novelas estereotipadas, o historias prejuiciadas que se transmiten de unas personas a otras sin mucho fundamento. Incluso con buenas lecturas y buenos filmes, tenemos a veces visiones parciales que no agotan o alcanzan (porque tal vez no es el objetivo) la imagen total -más completa y diversa- que nos puede ofrecer la experiencia.

Parece ser que un remedio muy efectivo contra los prejuicios y estereotipos que los grupos humanos construimos y compartimos es –además del estudio y la buena lectura– ir en busca de los conocimientos y emociones que se obtienen a partir de las experiencias propias.

¿Cómo nos ven los del otro lado del Atlántico? ¿Cómo nos imaginan? ¿Qué tipo de personas esperan encontrar en nuestros países? Negros, bailes, tambores y azules playas inundan los discursos sobre nuestras tierras, historias y ciudades, simplificando, muchas veces, la enorme riqueza y profundidad que en nuestras culturas existe.

Lo que predomina es el estereotipo. Se nos concibe bastante parecidos a lo que, en parte, somos (bailadores, mestizos, rítmicos, extrovertidos…), pero una parte de nosotros parece excluida de estas representaciones sociales, sustituyendo esta falta de saberes y experiencias por prejuicios y estereotipos menos agradables que nuestra simpatía y alegría.

La alegría y el baile opacan, a veces, a la seriedad; el divertimento al trabajo; el arte popular a la formación rigurosa, y el folclorismo superficial a la riqueza de la historia y las culturas. Lo peor, más superado en nuestros tiempos, ha sido la falta de aprecio a las cualidades de disciplina, rigor y tenacidad de los caribeños o americanos, tan asociada a las imágenes de “indio indolente” o “negro vago y bruto” que la colonización favoreció.

Entonces, ofrecemos a ustedes -los viajeros que visiten nuestras tierras- la oportunidad de conocer de cerca las tierras americanas y las personas que las habitan, en su diversidad y riqueza.

Caribeños, por poner solo dos ejemplos, eran Eugenio María de Hostos, el puertorriqueño ilustre que tanto aportó al conocimiento de la sociología y la moral, y José Martí, el más grande y completo intelectual que no sólo abló y escribió en nombre de su patria, Cuba, sino representó a muchos otros países americanos como periodista, patriota o diplomático.

Caribeños y latinoamericanos han sido ilustres médicos, descubridores, naturalistas de la talla de Humboldt y artistas de la plástica, de la danza clásica, de la arquitectura, del nuevo cine latinoamericano y de la palabra.

Lo que hace falta es venir y conocer de cerca estas culturas, visitar sus museos, caminar sus ciudades y compartir con sus gentes. Así, se encontrarán en las calles de nuestras ciudades y campos, no solamente grandes bailadores y hermosas mulatas, sino jóvenes inquietos y cultos; familias prominentes con varias generaciones de intelectuales; obreros disciplinados y creativos; y también, gente sencilla capaz de hacernos, oralmente, las más cautivantes historias de sus antepasados esclavos, de sus abuelos que pelearon en las guerras de independencia, de sus tradiciones y sus mitos, de sus curanderos y chamanes, o de las más recientes etapas de nuestras respectivas historias.

“Yo me voy diferente”, “Ahora sí los conozco”, “Creía que todo era baile y rumba”, “Este es un pueblo admirable”…. Repiten los turistas al visitar admirados las ruinas mayas de México y Belice, el Centro Histórico de La Habana Vieja, Cartagena de Indias o el Viejo San Juan. Allí, entre las ruinas mayas o las columnas habaneras (que precisamente Carpentier alabara) hay gente muy diversa que espera por los turistas –también diversos y con distintas motivaciones.

Nada hay de malo en la búsqueda del baile, la playa, la arena y el sol; lo importante es que se sepa que eso no es todo y que otros tipos de miradas, así como un mayor intercambio con los naturales de cada país, puede abrir las puertas a un conocimiento más profundo de los caribeños y los americanos.

Este tipo de intercambio nos dejará algo más rico y duradero que las fotos y los souvenirs: NUEVOS AMIGOS Y AMIGAS con los cuales, tal vez, establezcamos amistades duraderas.

Nada hay de parecido entre mi imagen de algunas nacionalidades y mi experiencia real con la gente que he conocido. Tal vez por esas mismas razones Carpentier viajó para escribir mejor. También puso a viajar a sus personajes, como pretexto para ofrecernos una mirada americana que revolucionó no sólo la literatura, sino la misma forma en que otros pueblos se acercaban a nuestras culturas.

Afortunadamente, hoy en día, viajar al Caribe es menos difícil que la odisea del mencionado músico de “Los Pasos Perdidos”. Y mucho más fácil aún de lo que resultó para Victor Hughes , el mítico personaje de la novela “El Siglo de las Luces”, recorrer nuestras tierras y descubrir –al tiempo que trataba de cumplir sus misiones– a los pueblos y culturas del Caribe, así como apreciar los lampadarios barrocos, arcadas, persianas, vitrales, balcones, columnas y riquezas; todas fruto de “la fiebre de construcción de sus habitantes”.