- Eso que sacude la tierra…es el carnaval santiaguero.
«Eso que se levanta, que viene. Eso que sacude la tierra, es el carnaval santiaguero». Tal vez no haya mejor definición. El compositor Enrique Bonne, Premio Nacional de Música, sabe lo que dice. Durante tres décadas estuvo al frente de los desfiles y comparsas de la principal festividad popular de Santiago de Cuba, declarada Patrimonio Cultural de la Nación.
«El de Santiago nunca ha sido un carnaval de lujo, sino un carnaval de pueblo. No es un carnaval para sentarse, es un carnaval para participar, y eso lo diferencia de otras ciudades. Antes de 1959, la gente se separaba en sociedades: los blancos en un lugar y los negros en otro; pero cuando llegaba el carnaval, cuando pasaba la conga, todos se fundían. Había quien se disfrazaba de mujer, de cualquier cosa, porque era algo abierto, donde la gente perdía el complejo.
»Después aparecieron las empresas comerciales, e introdujeron las carrozas con orquestas conocidas y cogieron otro vuelo. A partir de ahí, las orquestas sentían la necesidad de venir a Santiago, y si aquí gustaban, las contrataban en el resto del país. Poco a poco se fue regando el modo de celebrar de los santiagueros, y así surgieron muchas calles similares a nuestra popular Trocha, que hoy sigue reventando de alegría».
La Historiadora de la Ciudad, la doctora Olga Portuondo Zúñiga, ha escrito que el carnaval contemporáneo de Santiago de Cuba es el resultado de festividades profanas y religiosas que «se entrecruzaron, rehicieron y agruparon en fechas específicas, tal y como hoy lo conocemos».
Una atmósfera casi carnavalesca aparece en la procesión del Corpus Christi, en los 1600 y tantos. En diferentes épocas, cronistas e investigadores se refieren a las celebraciones populares. Emilio Bacardí recoge en sus célebres Crónicas de Santiago de Cuba las descripciones de las festividades de San Juan, San Pedro, Santiago, Santa Cristina, Santa Ana…, lo cual reforzó la costumbre de las celebraciones públicas.
Rostros, manos, fulgores
El carnaval santiaguero tiene entre sus orgullos agrupaciones que durante más de cien años han permanecido fieles al también llamado «Rumbón mayor», como los cabildos Carabalí Izuama y Carabalí Olugo, así como la Tumba Francesa La Caridad de Oriente, esta última declarada por la Unesco Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad. Sus raíces bordan la herencia africana y caribeña, la lucha por la libertad y la ayuda mutua. Al lado de la reverencia vive la constante renovación.
Los hechos históricos viven al lado de los toques. En tiempo de carnaval, el 26 de julio de 1953, un grupo de hombres encabezados por Fidel Castro asaltó la segunda fortaleza militar de entonces: el Cuartel Moncada. Rebeldía, cultura y aliento popular han marcado para siempre la fisonomía de la ciudad oriental cubana.
Pudiéramos escoger muchos rostros para tipificar el carnaval. El de un capero, abriendo su tela brillante en medio de la avenida; el paseo de los hombres-carroza o el de las chicas y chicos del paseo de La Placita. Acaso, el rostro sudoroso y feliz de los tocadores de las congas de San Agustín o la de Los Hoyos. O tal vez, la figura larguirucha del actor Dagoberto Gaínza corporizando a Santiago Apóstol, el patrón de la ciudad, esta vez con los pies en la tierra.
Y, por supuesto, no ha de faltar la corneta china, con su sonido inconfundible. Dicen que sonó por vez primera en 1915, en El Tivolí, barrio de ascendencia francesa. Desde entonces, ya no hay carnaval santiaguero sin corneta china. Es el sumun del frenesí.
La memoria del carnaval es fértil en acontecimientos, recreaciones, personajes y rivalidades que, con su sello propio, persisten hasta hoy. Es el río de pueblo Trocha arriba y Martí abajo, los cueros sonantes, los muñecones, las carrozas, los caballitos de trapo, las máscaras, el cerdo asado, el maíz hervido, el baile, la gente arrollando…
Cada julio la ciudad se sacude el estrés y el calor con una jarra de cerveza fría, mueve su cintura ancestral, se desinhibe, se reinventa. ¿No lo ha sentido aún? ¡¿Y qué espera?!