- Teatro ahora o la vuelta de Bertolt Brecht.
En el panorama teatral de Buenos Aires puede suceder cualquier cosa, casi todas auspiciosas. Para los teatreros que llegan de Europa, esta ciudad resulta fascinante, porque hay de todo y en cantidad. Se puede asistir a un retorno al grotesco, a un redescubrimiento de las prefiguraciones filosóficas de Antonin Artaud o a la pervivencia de un hijo genéticamente perfecto del teatro épico de Bertolt Brecht, como es la puesta en escena de Fidel, Fidel por el grupo «el bachín teatro», todo con minúsculas.
Como permite sospechar el título, se sostiene sobre aquel Fidel Castro que un fin de año, entre fuegos artificiales y milongas cubanas, bajó del monte rodeado de barbudos, como un Moisés de nuevo tipo, dispuesto a cambiar las Tablas de la Ley. Un hecho que trastrocó la historia personal de muchos, pongamos por caso al Che y Ricardo Massetti —el que sería un par de años después el Comandante Segundo—, al tiempo que marcaba un antes y un después en toda Latinoamérica.
Aquel punto de inflexión es el soporte, la excusa, para mirar el hoy del mundo, de nuestro continente y en particular de Argentina. Un momento de la historia en que la obra, con una lectura inteligente de la escuela de Bertolt —hay mucho que decir sobre esto— y el verticalismo estalinista del Berliner Ensemble, comandado por una Ellen Weigel más viuda que brechtiana se apoya, desde lo que significaba la noticia y su lectura, tema que no pasa nunca.
¿Que esta particularidad, hablar de hoy sobre un hecho que estaba sucediendo a caballo del 31 de diciembre de 1958 y el Primero de Enero de 1959 cuestiona el realismo? De eso se trata, diría don Bertoldo, de que el espectador no olvide que está en el teatro, ante un hecho construido desde el arte, que hoy tal vez se llamaría «artefacto», para producir verfremdung, extrañamiento, la distancia necesaria que favorezca la comprensión racional del conflicto narrado, no solo un reflejo emocional.
Es cierto que, para un observador cínico que se diga que la única verdad es la realidad, o sea un mundo «tinellizado», aspirar a que alguien racionalice y comprenda puede ser un acto de optimismo casi desmedido. Pero, al fin, cada uno elije su camino. El bachín, que cumple quince años de trajinar tablas, lo dice hasta desde el programa, busca un teatro épico, aquella propuesta de Brecht que dejaba de lado a los protagonistas tradicionales para que el protagonista fuera masivo. Una manera de concebir la historia construida desde la vida misma de la gente común, y no desde la sucesión de reyes, caudillos o salvadores de la patria.
Al margen, o en paralelo, esta nota pretende ser un reconocimiento a su tratamiento dramático. Para este cronista, que ha señalado por escrito la humildad de la mayoría de los textos teatrales, Fidel, Fidel, con su manifiesta aspiración a recrear el formato de las canciones y los carteles enunciadores de Galileo Galilei, Terror y miseria del Tercer Reich o La resistible ascensión de Arturo Ui, es una pieza escrita con intención de belleza estética. El texto, de Manuel Santos Iñurrieta, juega con la palabra, para que el juego teatral sea lo que siempre es el juego, desde la cuna, una manera de aprender, comprender y dominar lo desconocido.
El verso, entonces, aparece como una herramienta expresiva, tanto como el recrear un espacio tiempo de amplitud variable que pone de manifiesto la vigencia de ciertas preguntas, y también el humor. De lo último cabe señalar que el dramaturgo alemán no dudó nunca en usarlo como distanciador, solo que en Fidel, Fidel el humor es made in Argentina y hasta con acento cordobés. Esa particularidad, por sí sola, alcanza para definir qué clase de brechtianos son los bachines, muy alejados del dogmatismo casi teológico de los cuadernos de dirección del Berliner Ensemble y sus seguidores criollos.
La pieza
En una redacción de Buenos Aires aterriza la noticia de los barbudos bajando a La Habana. ¿Se puede contar? ¿Los dueños del medio estarán de acuerdo? Como en La isla desierta, de Roberto Arlt, allí hay personas, periodistas, que quieren creer que pueden ser libres. Y lo dicen clarito: periodista que miente se tiene que matar. Si alguien entiende que, aparte del avance de Fidel, se está hablando del periodista y del diario de hoy y del de mañana, tiene razón.
Desde ese/a interrogante/afirmación, ¿se puede? ¡Se puede!, con situaciones hilarantes, y con una propuesta valerosa que contradice la asumida derrota de aquellos empleados arltianos de la isla, Fidel, Fidel se convierte en una reflexión sobre el ahora del espectador y, aunque digan que está pasado de moda, también es una propuesta para la acción o, más modestamente, un llamado a la reflexión que podría resumirse diciendo: para estar jodidos siempre hay tiempo, pensemos que somos muy grandes y actuemos como si lo fuéramos. Los obcecados «Sonetos medicinales» de Almafuerte tenían mucho que decir sobre esto.
En síntesis, otro de los buenos trabajos que es posible encontrar en los escenarios del Centro Cultural de la Cooperación. Sólido desde la dramaturgia, sólido desde la puesta en escena y no menos sólido desde la actuación compacta de los actores. Es posible salir del teatro sin coincidencias ideológicas, estéticas o formales con Fidel, Fidel. Lo que no va a suceder que es que se salga en vacío.
(Tomado de Miradas al Sur).