Base de las torretas y fogonadura del pecio del acorazado Almirante Oquendo.
Tarja de Monumento Nacional emplazada en la cubierta del Almirante Oquendo.

E l Parque Arqueológico Batalla Naval de Santiago de Cuba, como resultado de su estudio y documentación, ha sido declarado Monumento Nacional. Para dejar constancia de ello, han sido ubicadas dos tarjas, la primera en el Castillo del Morro San Pedro de la Roca, a la entrada de la Bahía de Santiago de Cuba, y la segunda al pie de los restos del crucero Acorazado Oquendo, en la ensenada de Juan González, al oeste de la ciudad. Esta declaratoria no es para nosotros el objetivo final, sino el comienzo de una intensa labor de protección y conservación de este legado, labor que es imprescindible para garantizar el conocimiento y disfrute por las presentes y futuras generaciones de la herencia cultural de nuestros pueblos.
La importancia que ostentaron las aguas de la Mayor de las Antillas durante más de cinco siglos de historia naval, como elemento de comunicación entre diferentes pueblos y culturas fue trascendental. El océano Atlántico y el mar Caribe han sido testigos de una parte importante de nuestra historia en la cual han dejado huellas materiales diferentes culturas, diferentes periodos de esplendor de nuestro pasado y de otros pueblos. Esta cultura material que forma el patrimonio arqueológico subacuático es hoy legado histórico cultural de la nación cubana.
El área de la franja costera de la zona suroriental de la provincia de Santiago de Cuba fue escenario de uno de los acontecimientos navales más trascendentales de la historia de Cuba y el mundo. La cruenta y desigual batalla naval, que culminó con el hundimiento de la flota del vicealmirante Pascual Cervera y Topete, puso fin al dominio colonial español en América, y con esto dio paso al surgimiento del imperio más poderoso en la historia de la humanidad: Estados Unidos de América.
Los vestigios de aquella cruzada naval conforman lo que actualmente se conoce como el Parque Arqueológico Subacuático Batalla Naval de Santiago de Cuba, conformado por siete sitios arqueológicos donde yacen los pecios vinculados al desembarco y conflicto naval, así como por todas aquellas evidencias materiales —mástiles, masteletes, restos de las jarcias de las arboladuras, herrajes, partes de los emplazamientos de la artillería, proyectiles de grueso o mediano calibre, fluserías, balaustres y mecanismos de sistema de propulsión— pertenecientes a los buques que guardan relación de una forma u otra con los hechos. De igual forma, entre los restos que yacen sobre el fondo marino se han articulado, en más de un siglo de reposo y actividad biológica, ecosistemas especiales donde la fauna sésil y flora marina se han fusionado con los pecios en una entidad simbiótica que los protege mutuamente.
A pesar del enorme valor histórico, patrimonial y ambiental del que son acreedores los pecios, no son aún suficientes las acciones desplegadas en pro de su conservación. Las observaciones in situ de cada uno, realizadas durante años por investigadores y especialistas, han permitido constatar el grado real de deterioro de los mismos, así como la destrucción y pérdida progresiva y sistemática de sus elementos integrantes, en parte por la propia dinámica del medio marino y de los eventos meteorológicos extremos, pero fundamentalmente por la acción antropogénica.
El patrimonio cultural y natural subacuático hace referencia a todo vestigio de existencia humana que haya quedado sumergido bajo las aguas, sean terrestres o marinas, y que posee alguna importancia para la preservación de la historia de la humanidad en su relación con el entorno. Este patrimonio, al que puede pertenecer desde un barco hasta una ciudad, posee la característica sui generis de encontrarse en un medio especial, donde los valores naturales de los ecosistemas y sus particulares biótopos interactúan de manera decisiva con los valores culturales, ya que se imbrican con estos en una unidad dialéctica que es decisiva para su conservación, única garantía para su legado a las futuras generaciones como herencia compartida.
Ahora bien, el proceso de conservación del patrimonio cultural y natural subacuático, al referirse a un conjunto de acciones humanas con el propósito de salvaguardar valores universales, es expresión, y depende en grado sumo, del nivel cultural que poseen los individuos que se erigen como gestores del mismo, pues si no lo perciben como un tesoro universal, que además les pertenece, no podrán intervenir en su preservación. Lo anterior se refuerza por el hecho de que la mayor amenaza que enfrentan esos sitios arqueológicos proviene de las acciones antrópicas, no de las naturales, las cuales, bien sea por afán de expoliación o por simple desconocimiento, destruyen aceleradamente esos valores. Es atribuible al hombre el saqueo y la depredación irreversible, mientras que los daños provocados por elementos naturales transforman y degradan en el tiempo, pero pueden ser mitigados o evitados con un adecuado plan de manejo para su conservación. Por ello dicho proceso transita por la sistematización de la sensibilidad patrimonial y ambiental de los sujetos que, en unidad dialéctica entre empoderamiento y satisfacción de necesidades, permite la apropiación de la cultura requerida, y con ella el logro de la conservación.