La Hoyos en una de sus aplaudidas presentaciones en Cuba.
Cristina Hoyos tiene los brazos más elegantes del baile español.
La bailaora conversa con la prima ballerina assoluta Alicia Alonso.

A POCOS MESES DE RECIBIR EN LA HABANA EL PREMIO INTERNACIONAL JOSEFINA MÉNDEZ, LA BAILAORA ESPAÑOLA CONSERVA ENTRE LOS CUBANOS UNA ESTELA DE SIMPATÍAS RESERVADA EN LA ISLA DE LA GRACIA SOLO A LAS GRANDES FIGURAS DE LA DANZA MUNDIAL

En cierta ocasión dijo que el flamenco va con ella. Juntos vinieron a esta isla danzante, por primera vez, en 1975, y desde entonces Cristina Hoyos y Cuba se encantan mutuamente: aquí la bailaora ve «arte en todo, en las calles, en las casas, en el ambiente, en la gente», mientras los cubanos aplauden con prodigalidad caribeña a una de esas estrellas que solo en ocasiones muy especiales alumbran un escenario. Cuando anda entre nosotros, la ilustre sevillana recuerda su infancia y está, según admite, constantemente emocionándose.
Cristina Hoyos, Cuba y el flamenco vivieron una emoción sin pausa el pasado noviembre, cuando la artista española se convirtió en la primera figura en recibir el Premio Internacional Josefina Méndez, que la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) echó a la mar del arte para que anclara solamente en el currículo de las más descollantes personalidades de la danza mundial.
A esa hora, a la vera de las lágrimas de la prima ballerina assoluta cubana Alicia Alonso —excitada por la evocación de una joya ausente de nuestro Ballet Nacional—, también la Hoyos recordó a Josefina: «A ella me unen muchas cosas. Hemos interpretado similares papeles; ella en el clásico y yo en el flamenco: Carmen, La casa de Bernarda Alba… El Teatro de la Ópera de París fue importante en la carrera de ambas. Las dos amamos el baile y este nos devolvió ese amor con creces, dándonos una vida plena».  
Con el Premio, nuestra Josefina —junto a Loipa Araújo, Mirta Plá y Aurora Bosch una de las Cuatro Joyas del Ballet Nacional de Cuba, según estableció con ojo de orfebre en 1967 el crítico inglés Arnold Haskell— sigue en escena más acá de la muerte: bailarina y maestra de técnica límpida y primoroso estilo, diva de hondura dramática y cuidada contención, estrella clásica y contemporánea, gran cubana del mundo… Josefina será homenajeada en cada nueva edición.
Lo constató la Hoyos, quien además recibió en 2007, de manos de Alicia, un Premio otorgado cuatro años antes por el Gran Teatro de La Habana, el coliseo donde más ha brillado, en refulgente escenario, el rico joyero del ballet cubano.
Los especialistas no se cansan de escribirlo: Cristina Hoyos tiene los brazos más elegantes del baile español, que es mucho decir. Y, en cada presentación, la mujer de ojos bravíos y aura hechizante enriquecía el aserto, ¡porque ella es mucho más que brazos! 
Muy de niña, llegaba del colegio y… ¡a bailar! Cualquier música estaba bien. A los 12 años ya recogía aplausos de teatros y a los 16 se hizo profesional; fue a partir de entonces que el flamenco poseyó a la bailarina.
Un día, Antonio Gades, que había llevado el flamenco a los exclusivos teatros de ópera, pasó por el tablao madrileño El Duende y vio a la muchacha: de inmediato la invitó e inició un vínculo que duró veinte años e incluyó, desde 1969, hacerla su pareja artística. «Como si me hubiera tocao la lotería», describió Cristina su experiencia con ese maestro esencial.
Con Gades, el amigo mayúsculo de Cuba cuyas cenizas reposan —¿o bailan para siempre?— en una tumba de la Sierra Maestra con forma de palma real, la bailaora trabajó en tres películas de Carlos Saura: Bodas de sangre (1978), Carmen (1983) y Amor brujo (1985), pero con su propia compañía, creada en 1989, la Hoyos movió al mundo con las piezas de inspiración lorquianas Yerma y Romancero gitano, y con la no menos impactante Viaje al sur.
Sumando los ahorros de su vida, Cristina Hoyos creó en Sevilla el único Museo del Baile Flamenco del planeta, para que no se pierda esa huella. Ella quiere «guardar la raíz del flamenco, su esencia, pero ir con el tiempo», porque no le gusta «quedarse atrás». Ello explica que los jóvenes florecieran en los espectáculos de esta mujer que hemos visto retirándose «despacito y a compás» y que creó una compañía —el Ballet Flamenco de Andalucía— para que la gente reconozca ese arte aunque ella misma no esté. «No es mi retirada; es un cambio de ritmo», ha matizado la Maestra, que sigue dando cursos mientras gana más espacio para la casa y la familia.
¿Cómo ordena su vida? Ella misma, flexible y rebelde en lo físico y lo espiritual, dice «haber tenido la varita mágica para tomar las decisiones oportunas». Y los milagros no han sido escasos en su sombrero.
Cristina Hoyos piensa que el ritmo es algo con lo cual se nace y el que baile «vive contigo, se desarrolla contigo y sirve además para echar muchos humores fuera».
A otro ritmo, en otros espacios, esta ibérica suprema sigue esculpiendo el aire con su cuerpo. Los críticos se detienen en sus brazos mientras ella da una explicación más rara y convincente: «Yo bailo con las tripas». Muy probablemente la frase se entienda mejor llevándola a otro tablao donde, hace unos años, Cristina Hoyos enfrentó y venció un cáncer de mama. Consciente a medias, saliendo del quirófano, extirpados sus ganglios, limitado un brazo, la bailaora convaleciente rascaba la sábana cual si tocara una castañuela. A los dos meses y medio, fortalecida, asistía a nueva cita con su público.