Manuel López Oliva

OFICIOS DE MERCADEO

Aunque coincido con valiosos amigos de sólida formación intelectual, respecto a que estas meditaciones y llamadas de atención pueden ser solo «arar en el mar», porque ya lo equívoco se ha tornado norma en este campo, y porque hay en nuestro país cierto número de artistas, especialistas y funcionarios obnubilados por el principio de la ganancia financiera como meta del arte, no me queda otro camino —de acuerdo con la conciencia y el deseo de verdad que me rigen— de decir lo que es necesario decir para los oídos receptivos y las mentes del sector y del trabajo cultural en general que no han sido contaminados por esa corriente pragmática y en esencia anti-artística, que hace del «vendedor» una suerte de «faraón» o regidor supremo del valor del arte visual, sin discriminar entre el vendedor que funciona en pos del desarrollo estético y cultural legítimo, y aquel otro en el cual lo único que vale son los tipos de realizaciones que se han transformado en mercancías de éxito, o que han surgido fabricadas para tal propósito.
Si repensamos las décadas transcurridas desde que se abrió en Cuba una «revolución social en la cultura», advertiremos que el arte genuino (de creación libérrima, autónomo, que expresa la existencia y subjetividad de los autores, que aporta desde lo personal o generacional a la evolución artística, etc.) no ha sido el que ha abarcado siempre las diversas miras, acciones y valoraciones a nivel de Estado. Aunque determinadas instituciones sociales y de la cultura sí han reconocido y defendido con tesón a los magisterios reales y las obras aportadoras en su especificidad, se han dado probadas desviaciones circunstanciales como: supeditar lo artístico a contenidos y objetivos externos que lo tornaron ancilar y propiciaron el peso inductor en él del «ideólogo político»; contraponer algunas líneas prácticas de la labor promocional en artes visuales a los enfoques sustanciales de la política cultural declarada; adoptar paradigmas axiológicos ajenos en condición de criterio de rango mayor (propulsado por la égida de críticos y curadores transnacionalizados); y —lo que ahora predomina— envestir al «vendedor de arte» y a sus instrumentos operativos (la galería, la subasta, la Feria, la guía de precios, etc.) con la condición extrema de «brújulas» de lo que debe «crearse», reconocerse, coleccionarse y apoyarse dentro del ya universalizado sistema de producción, circulación, valoración y destino del arte. (Continuará).