- Paraíso de las artes.
Más allá de la cuidad atrapada para siempre en el laberinto del tiempo, más allá de la joya turística que a diario desandan miles de extranjeros y cubanos, la tercera villa fundada en el archipiélago cubano, hace más de medio milenio, semejó recientemente una especie de comarca en pleno apogeo cultural, como parte del I Festival Internacional de las Artes Trinidad de Cuba, una suerte de pilot chapter de lo que ocurrirá el próximo año por estos lares.
Zancudos, payasos, actores de primer nivel, avezados en la investigación científica, tambores, lencería, pintura, música, danza, peñas literarias, espectáculos para niños, arte culinario, presentación de audiovisuales, performance… erigirán un megaescenario que no entiende de espacios convencionales, sino que sale al encuentro del público en parques y arterias empedradas, sube la cuesta hasta las empinadas cumbres rurales para también llenar de arte las comunidades campestres del territorio, y ofrece jornadas ininterrumpidas donde las tradiciones de antaño conviven con nuevas tendencias del arte contemporáneo.
Así, durante esta vigilia permanente, lo mismo puede verse a los dioses del panteón yoruba bailar frenéticos a la caída de la tarde en el corazón de la Plaza Mayor, que la Matanza de la Culebra (baile típico de la Ciudad Museo) casi llegada la medianoche. «Se trata de un encuentro sin precedentes en Trinidad —apunta Juan Carlos González Castro, presidente del Consejo Provincial de las Artes Escénicas—, para recolocar en el epicentro cultural de la isla el terruño que otrora constituyó referente en citas artísticas».
El ensayo de lo que será el próximo año este Festival se pudo apreciar en la calle, antes silenciosa y moribunda, pero que por aquellos días se repletó de hombres y mujeres llenos de curiosidad ante la representación en tablas, a cargo de una agrupación avileña, de La mano del negro, suceso de la época colonial en que un esclavo, luego de recibir cincuenta azotes públicos, fue condenado a que se le cortara la mano derecha por hurtar comida al jefe del pueblo, hecho que el historiador Francisco Marín Villafuerte considerara «uno de los más trágicos y dolorosos del período».
Nadie resumió mejor la significación de este evento que una anciana de los alrededores cuando vio a las estatuas humanas merodear por su calle. «Es como volver a los años de gloria, mijito», repetía una y otra vez a Arte por Excelencias, y es que esta lugareña raigal conoce la valía del caudal artístico de Trinidad. Basta, simplemente, hacerlos comulgar en un engranaje coherente.
Bebiendo de las esencias de eventos paradigmáticos como las Romerías de Mayo, de Holguín, y la Fiesta del Caribe, de Santiago de Cuba, Trinidad se arriesga como nunca antes, dispuesta a recuperar los bríos que un día exhibió. Todo parece indicar que el próximo noviembre, cuando desembarquen los participantes foráneos, la villa experimentará un nuevo amanecer y devendrá en una suerte de paraíso terrenal donde las artes encuentran tierra fértil.