El día 16 de octubre, tras recibir en el aeropuerto de Santiago de Cuba, procedentes de los Estados Unidos, a Bruce Byers, William Vazquez, Jennifer Lawrence y Pedro Cerón, comenzamos todos la parte del final de nuestro «alunizaje». Me explico: en nuestro intercambio de mensajes, a raíz de los últimos gestos de ambos gobiernos para acercar a nuestros respectivos pueblos, acudíamos siempre a una metáfora chistosa acerca de la situación que existía hasta el momento: viajar de un lado hacia el otro —que debería ser normal entre vecinos— era más difícil que aterrizar en la Luna.
Temprano en la mañana del 17 salimos de mi natal Santiago de Cuba, que ya habíamos recorrido el día anterior, rumbo a La Habana, en un auto rentado. Partimos hacia la capital con el fin de visitar y fotografiar, en cuatro jornadas, la mayor cantidad de sitios y gente. Hay que reconocer que cualquier tiempo es poco para cumplimentar un objetivo de este tipo. Sin embargo, a la luz de los más diversos criterios, el viaje fue un éxito total, sobre todo porque Cuba constituye un paraíso visual para fotógrafos y personas sensibles.
La historia de este viaje se remonta a 1996, en Nueva York, en un pequeño apartamento de Manhattan, donde gentilmente me acogieran durante ocho meses William Vazquez y su esposa, la gran pintora Scherezade García. Allí nació una amistad de más de veinte años. Les prometí que un día les mostraría mi país. William, cuya profesionalidad como artista del lente me dejaba abismado, cumpliría su deseo de explorar con la cámara una Cuba que empezaba a atraerle mucho más gracias a mis apasionados relatos.
Recuerdo que entonces, mientras él hacía una serie de fotografías de neoyorquinos importantes, le vino a la mente intentar lo mismo en Cuba: venir y fotografiar al tipo de personas que suele constituir siempre un pequeño grupo en cualquier sociedad: gente conspicua, influyente, carismática, famosa. La gran sorpresa de nuestro viaje resultó el encuentro con un «todos estrellas» de millones de personas con mucho que decir, y que sin mover los labios hablaban con elocuente gestualidad: deportistas, campesinos, pintores, médicos, bailarines, choferes, catedráticos…
El momento de adentrarnos en valles y montañas llegó gracias a la asociación que fundara William Vazquez con Bruce Byers: Camera Voyages. Ambos, creativos y profesionales, con miles de horas de vuelo recorriendo cámara en mano los más luminosos rincones del mundo, comenzaron a ofrecer su vasta experiencia a quienes desearan utilizar la fotografía como medio de expresión. Así se nos unieron Jennifer Lawrence y Pedro Cerón, desconocidos para mí hasta que aterrizaron en Santiago.
Yo, por mi parte, lograba satisfacer mi deseo de repetir lo que tantas veces hice en mi etapa de estudiante y que me permitió conseguir mi amplia y variada «colección de compatriotas», adquirida durante años.
En las colinas de San Juan, en Santiago de Cuba, se inició esta travesía mágica y misteriosa. Como había tenido la oportunidad de diseñar el núcleo del recorrido por la Isla, coloqué este sitio histórico porque creo que ilustra de inmediato el alma cubana. En esas alturas y sus inmediaciones se derramó sangre joven cubana, española y norteamericana. Allí la pericia de los oficiales mambises impidió que el fogueado ejército español, el más potente de entonces, diezmara a las tropas norteamericanas. En ese lugar se erige tal vez el único monumento al soldado norteamericano que exista en nuestro territorio, pero junto al bravo soldado español y al mambí cubano insurrecto.
Así es el alma del cubano: celosa, territorial, pero ajena al rencor y proclive a reconocer la gloria en el otro como en sí mismo. Recuérdese que tras décadas de cruenta guerra, al llegar el fin de la colonia, el español fue bienvenido como parte que es de nuestra sangre. ¡Eso es grandeza! Por eso la gente que nos encontramos en el camino, portadora de esa alma, resultó tan atractiva al lente, prodigando encanto. Olvídese la actitud de posar ante la aparición de una cámara. Más allá de la pericia del profesional que es capaz de conseguir el momento más natural y fluido, los cubanos se brindan con mezcla de autoconfianza e ingenuidad, rodeados de la dureza que pudo erosionar el paisaje, pero no a ellos. O al menos no tanto como se hubiera esperado.
En un instante cuentan sus vidas, sus empeños, sus luchas… Sucedió en los lugares más apartados, tal vez por la avidez que existe de comunicación con los pocos extranjeros que aparecen en la zona, pero también en las ciudades más frecuentadas. La gente exhibe su cotidianeidad convertida en lo extraordinario del día a día. Ávidos de mundo, están conscientes de que portan un alma imposible de erosionar, resistente a cualquier capa exterior añadida. Saben que cada minuto de sus vidas implica una batalla inmensa, cósmica, que es apreciada cuando se conoce de cerca. Esperanzados, con muchas preguntas y también con muchas respuestas, abren las puertas y ventanas de sus casas como para darle siempre paso a la luz. Como quienes permiten el ingreso a un paraíso perdido y posible al mismo tiempo. Como quienes buscan inspiración en la pura y hermosa comunicación humana.
No fuimos molestados en ningún momento. Nadie se nos dirigió con suspicacia. Más bien nos regalaron su vencedor sentido del humor. «¡Llegaron los americanos!», fue la expresión burlona de un lugareño en uno de los tantos sitios visitados. Luego de la pregunta en inglés sobre la nacionalidad, sobrevino la legítima sorpresa, seguida de frases de deseos de buena suerte. Otro momento hilarante ocurrió cuando, utilizando una táctica de aproximación para obtener la fotografía perfecta, después de acercar el objetivo de la Canon a unos trabajadores que cortaban, acarreaban y cargaban unos hermosos plátanos, se les preguntó: «¿Cortando plátanos?». Sin detenerse, los ocupados campesinos nos dieron por respuesta una encogida de hombros y un gesto elocuente con las manos, perfectamente traducibles en: «¿Y qué diablos creen que estamos haciendo?». Por supuesto que todos reímos, pero aún más cuando alguien añadió: «Imagina que estás en tu oficina de Nueva York y aparece de pronto alguien con una cámara por la ventana, te apunta y te dice: «Tecleando en la computadora, ¿eh?».
Por todas partes paisajes increíbles. Incluso allí donde hay evidente deterioro se encuentran texturas inauditas que el ojo del fotógrafo convierte en belleza, como realizando un acto de venganza ante la visible destrucción. Y si sobre esos fondos se yuxtapone un ser humano extraordinario, la foto se hace irresistible.
Y no se trata de buscar el lado oscuro a la Luna. No. Lo que busca Camera Voyages, la compañía que William Vazquez creara con Bruce Byers, es justamente el punto de vista estético de una mirada, no solo a Cuba, sino a cualquier lugar del mundo donde posan los objetivos de sus cámaras, la visión artística que puede convertir incluso la devastación en un banquete para los sentidos y para el intelecto; es decir, ofrecer una victoria sobre los desastres del paso del tiempo, la indolencia o la desgracia.
En todos esos sitios ellos son capaces de descubrir el momento sicológico en el cual la dignidad humana, en la soledad y la introspección, crea imágenes gigantes. Es una suerte que la mirada de profesionales como Bruce Byers y William Vazquez se centre sobre Cuba, pues llevan años perfeccionando el arte de revelar lo que pasa inadvertido al ojo común, desentrañando las intimidades de un rostro o de un paraje.
Con la observación entrenada durante años aparecen, como por arte de magia, en los momentos especiales, y los dejan registrados en fotogramas que no necesitan retoques. Aquellos instantes, destinados a desvanecerse por el indetenible tren del tiempo, quedan perpetuados en nuestra memoria desde un ángulo inteligente, gracias a los lentes de estos dos maestros.

William Vazquez

William Vazquez es un reconocido fotógrafo profesional, radicado en Nueva York, Estados Unidos, que se mueve en el mundo del retrato, de la imagen de corte social y documental, y de la publicidad. Preside Visual Waves Inc., un estudio de fotografía y multimedias. Es directivo principal de la American Photographic Artists New York (APA).

Bruce Byers

Bruce Byers, radicado en Nueva York desde 1975, cuenta con una amplia y variada experiencia. Es un fotógrafo profesional muy versátil que abarca la publicidad y el mundo de la moda, además de que gusta dejar testimonio de la realidad de otras naciones. Con una exhibición de su trabajo ayudó a Robert Newman a fundar, en el 2000, la Galería de Arte Fotográfico. Su destacado quehacer ha sido apreciado en galerías de países como Alemania, Holanda, China, Inglaterra y Japón.