¿Corcho, rosca o lata? La muerte del alcornoque
Un alcornoque puede vivir decenas de años, pero para dar sus primeros corchos, habrá que esperar más de una década para que las capas de su corteza permitan extraer los tapones de alta calidad que tanto demanda el mundo del vino. Así y todo, descorchar una botella puede convertirse en una gran sorpresa, ya que bien podemos encontrarnos con que al abrirlo tiene “sabor a corcho”, lo cual descompone totalmente su gusto. Ese es el daño que provoca el tricloroanisol (TCA), fenómeno resultante de la unión de moléculas de madera (taninos) y de cloro, imprimiéndole un sabor acorchado al vino, y que afecta según estudios internacionales entre el cuatro y el ocho por ciento de todas las botellas que se abren. Los productores de corcho, con Portugal a la cabeza, seguida de España, los dos mayores del mundo, se afanan en garantizar cada vez mayor calidad en sus tapones, para evitar devoluciones o quejas. Así y todo, en los últimos tiempos han aparecido otras alternativas, que se imponen cada vez más en el gusto de los consumidores. Con razón, el alcornoque llora.
SINTÉTICO Y CON LITURGIA Fue en España donde la polémica se desató más aguda, cuando procedente de tierras inglesas y especialmente de Australia llegaron los primeros vinos con tapones sintéticos. Fabricados de caucho, ceras y poliolifenas, pronto se impusieron en vinos del nuevo mundo procedente de Australia, Chile o Sudáfrica, especialmente entre los vinos blancos y tintos jóvenes, que no requieren gran tiempo de crianza. Sus defensores alegan que tienen más bajo coste de producción, lo que contribuye a abaratar el vino, además de que no contienen TCA, no filtran, son de fácil extracción, no se rompen, no dejan partículas de corcho en la copa, son totalmente inocuos en aromas y sabores y tienen una fabricación controlada, lo que permite que todos los tapones sean iguales. Para el propio vino, además, tienen otra ventaja sobre el corcho tradicional, no dejan pasar el aire, por lo cual las botellas pueden almacenarse en posición vertical, facilitando las operaciones de almacenaje y de embalaje. Ese es también, quizás, su lado débil. El corcho natural, cuya ligereza es similar a la del sintético, con un peso específico entre 0,13 y 0,25 g/cm³, permite según estudios una penetración de oxígeno en una botella tapada de 0,1 ml en un año. Esto lo hace ideal para “sellar” vinos de guarda, destinados a envejecer en botella y seguir adquiriendo cuerpo en ese proceso, para lo cual algunos expertos alegan que precisa poca, pero cierta cantidad de oxígeno. La polémica, aquí, va entonces más allá del tipo de tapón y se centra en la necesidad de oxígeno o el daño que este puede causar a un vino que gana cuerpo en botella. Los bandos están divididos. No hay una respuesta clara. Por el momento, ganan los tradicionalistas. En el mundo se utilizan cerca de 25 000 millones de tapones de corcho frente a tan sólo 150 millones de tapones sintéticos. Para muchos, abrir un vino sigue siendo una tradición de “descorchar”, y aquí gana el corcho… pero, ¿y si las cosas cambian?
VAMOS A “DESENROSCAR” El corcho ya no tiene que luchar solo contra su es purio hermano sintético. En Inglaterra y en otros productores del Nuevo Mundo, por ejemplo, se ha puesto de moda la screw crap o tapa de rosca. Su nacimiento fue en Australia, en la década del 70 del siglo pasado. En aquel entonces, cometieron el error de hacerlas con un forro interior de corcho para garantizar la hermeticidad, manteniendo así el problema del TCA. Ya en los años 90, las investigaciones en ese campo die-ron nuevos frutos, y con los albores del presente siglo la screw crap ha ido ganando cada vez más adeptos, primero entre los vinos blancos y tintos jóvenes, aunque poco a poco se deja ver en algunos de guarda. Fácil de abrir, apuntando a un mercado contemporáneo, que no consume una botella completa y prefiere en algunos casos dejar unos tragos “para después”, la tapa de rosca mantiene cerrada la botella y alejado al corcho. Nueva Zelanda, por ejemplo, selló casi el ochenta por ciento de su producción el año pasado con rosca. Australia lo hizo con aproximadamente el veinte. ¿Los principales enemigos de la rosca? La tradición y la necesidad de reformar el tipo de botella para adaptar las bocas a este tapón.
DEL VIDRIO A LA LATA Quien piense que la polémica acabó entre corcho, sintético o rosca, está muy equivocado. Faltan actores en el escenario. Habría que mencionar, por ejemplo, al “Vino-Lok”, el tapón de cristal tratado para su endurecimiento con una arandela de etilvinilacetato a su alrededor que asegura impermeabilidad con una leve presión. En este caso, la boca de la botella lleva una cápsula de aluminio para proteger el vidrio y garantizar que la bebida no sufra adulteraciones. Esta modalidad nació en Alemania, pero ya anda por medio mundo... Y todavía faltan algunos actores más del reparto. Está, por ejemplo, el vino envasado en tetra brik o cajas de cartón, popular entre las variantes más económicas, pero que algunos productores de más alto vuelo se arriesgan en utilizar en estos tiempos de crisis para abaratar costos. Pero sin duda alguna, la modalidad más trasgresora es el “vino enlatado”. Media docena de bodegas en el mundo son las únicas que se han atrevido con este invento, donde la lata ha sido tratada especialmente para garantizar que el vino no pierda ni su aroma ni su sabor. Su medida es de 250 milili-tros, justo un par de copas, y sus creadores aseguran que puede conservar las propiedades del vino intactas hasta cinco años. Probado por primera vez en Australia, ha tenido un impacto positivo entre los jóvenes consumidores norteamericanos e ingleses. Algunas bodegas españolas productoras de cava ya han anunciado sus primeras producciones. En Argentina, también se piensa en el tema. Mientras, la polémica se aviva. ¿Corcho, tapón sintético, rosca, vidrio, caja o lata? ¿Cuál será la respuesta? Quizás convivan todas. Lo cierto es que el alcornoque ve con preocupación el futuro, y con razón llora.
Aunque hay diferentes modelos, el tapón estándar utilizado para el vino es cilíndrico, de 24 mm de diámetro, y se coloca comprimido en cuellos de botella de 18 mm. Otros modelos habituales son el tapón bordelés de 49,5 a 54 mm de longitud, y el tapón italiano de 40,5 o 45 mm de longitud por más de 26 mm de diámetro.