La otrora frontera entre los dos antiguos estados alemanes se ha convertido en un destino turístico popular en ese país centroeuropeo. Mientras unos recrean la zona limítrofe para intentar reflejar «cómo fue», otros lamentan aún la historia no contada de la Guerra Fría.

 

En el llamado Mauerpark (parque del Muro), ubicado en los distritos de Berlín Prenzlauer Berg y Wedding, una turista nota un pequeño cuadrado en el piso. Se inclina hacia abajo, observa la irregularidad del suelo que queda en la calle Bernauer y piensa: «Qué pena que no queden postes aquí. Sería como tener el muro ante mis ojos.»

Hace unos veinte años no había ningún poste en esa zona fronteriza de Berlín, sino una farola que alumbraba la tierra de nadie entre el Berlín Oriental y el Occidental. Sin embargo, esto no se puede ver hoy. El muro y la farola fueron desmantelados hace mucho tiempo. Solamente quedó un pequeño hueco en el suelo, toda una adivinanza para los turistas.

Cientos de visitantes atraviesan Berlín a diario buscando el tiempo perdido, pero el Muro –que hace veinte años se podía ver a simple vista desde el espacio–, ha desaparecido casi por completo del aspecto urbano. Únicamente en la calle Bernauer queda en pie un pedazo de frontera de la RDA que mide 212 m de largo. A mediados de los noventa se renovó en contra de la voluntad de los vecinos, para al menos poder mostrar a los turistas un pequeño capítulo de la Guerra Fría.

Sin embargo, es muy difícil orientarse en la antigua zona fronteriza. Una mujer joven de Washington da la vuelta una y otra vez al mapa de Berlín. ¿Qué pasó con este edificio de aquí? ¿Estaba delante o detrás del muro?», le pregunta a una guía turística, la cual conduce semanalmente a los visitantes interesados por el nuevo Berlín a través de una línea divisoria, en su mayor parte invisible.

La ciudad ha recuperado –y disfrazado– el antiguo sector de la frontera que una vez estuvo fortificado con un muro y una alambrada. Los ciclistas pedalean por las antiguas calles de patrullaje de los soldados fronterizos. Los perros juegan en las franjas del muro que ahora están cubiertas de hierba y arbustos. Cuando más, la antigua frontera solamente se reconoce en la luz nocturna de las farolas: en el este la luz es amarilla-naranja, mientras que en el oeste es blanca. Sin embargo, esto únicamente lo saben los antiguos habitantes de Berlín.

En la actualidad apenas quedan en pie 2 km de ruinas del antiguo muro de hormigón que medía 115 km y separaba a Berlín Occidental de Berlín Oriental y de la RDA. Poco a poco, desde 1994, casi todos los restos del muro han sido declarados monumento nacional. Las mayores partes continuas son los 212 m que todavía se conservan en la calle Bernauer y los 1,3 km de la East-Side-Gallery, entre los distritos Kreuzberg y Friedrichshain.

Los vistantes de Berlín acuden en masa al Checkpoint Charlie, el antiguo paso fronterizo para diplomáticos que estaba en la calle Friedrich. Allí les muestran un teatro que no existe desde hace quince años. Desde la antigua frontera, estudiantes de arte dramático vestidos con uniformes norteamericanos o rusos saludan con rostros serios a los grupos de turistas que llegan. Por un euro se pueden hacer una foto de recuerdo con un soldado fronterizo. Un joven con un pulóver fluorescente posa orgulloso con la gorra de un policía de la antigua RDA ante un cartel que dice: «Atención: aquí termina el sector soviético». Al lado, en el museo que queda en el ­Checkpoint Charlie, se exponen vehículos que cayeron mientras se intentaba una huida, y en las tiendas de souvenir se venden muy baratos pedazos del muro –una feria de vendedores ambulantes que ha olvidado la historia, nada más que eso.

Así de irónica es la historia: el capitalismo se ha apropiado de un muro que se construyó para mantenerlo alejado. Un capítulo trágico de la historia alemana se comercializa por una parte. Por la otra, el tema de los debates políticos sobre los recorridos turísticos por el muro significan algo más que las 150 personas que perdieron la vida durante cuatro décadas en la frontera fuertemente militarizada de la RDA. Recientemente, una organización de derechos humanos recordó en medio de los turistas que, en la actualidad, cada año mueren más desplazados en las fronteras del sur y del este de Europa intentando llegar a la Unión Europea. Muy pocos turistas se detuvieron en el stand de información.