La Cafetera Colonial
Durante los primeros cinco minutos nada me atraía lo suficiente en el lugar como para escribir algo, ni me hacía sospechar que aquello pudiera ser un lugar con encanto, pero todo cambió con una sola pregunta al otro extremo de la barra.
«¿Preguntan por el dueño?», era Dionisio R. Pichardo, el pintor (lo sabríamos después). Este hombre, casi habitante del local, ya que durante un tiempo tuvo en la trastienda su atelier, comenzó a conversar con nosotros y nos capturó. Él nos contó que Franco Sagredo, el dueño, estaba enfermo y a partir de ahí la conversación se convirtió en un viaje al pasado. La Cafetera fue establecida en 1930 por Benito Paliza, emigrante de origen vasco y pionero en la torrefacción de café en República Dominicana. Fue él quien, movido por una gran afición por la cultura, promovió las tertulias en su local, mientras se degustaba el café «El Negrito», marca comercial de su torrefacción. Parece ser que en esta época las reuniones se celebraban en horario casi establecido. Amado Julián Bada, su segundo dueño, lo vendió a los italianos Lamolia y Forestieri. Permanecieron algunos años allí, pero acabaron vendiendo el local a un señor de apellido Trifilio, a este se asoció el actual propietario, Juan Manuel Franco Sagredo, quedándose en el lugar cuando Trifilio se marchó a Puerto Rico en 1953.
Franco Sagredo sólo pensaba tenerlo dos años, para sacarle un dinerillo, pero le gustó y ya han pasado 46 años. Por la vida de este pequeño local han desfilado muchas historias y muchos personajes de gran interés, relacionados con el mundo de la cultura del país, así como emigrantes españoles que alrededor de una humeante taza de café, recordaban durante horas su patria.
La Cafetera ocupó otro lugar anteriormente, donde hoy se encuentra la tienda Manolito, pero fue vendido a Fernando Ricart, y Franco Sagredo tuvo que trasladarse al que hoy ocupa. En estos últimos años muchas dificultades han perseguido a este hombre, ya que al ser el local propiedad del Banco Hipotecario Dominicano, estuvo a punto de perderse hace unos años. Todos sus fieles, habituales tertulianos unidos por horas de café y charla lucharon para que no se cerrara y lo consiguieron, para alegría de todos. Después de este éxito, Sagredo se quedó con el local y, para celebrarlo, creó un restaurante que conserva los elementos originales. En la obra participó nuestro guía, Dionisio R. Pichardo. Después de una hora sentada en una banqueta, me sentí afortunada por haber tenido la oportunidad de compartir una amistosa charla en un local que invita a ello y de participar en un trocito insignificante de su rica vida.