Ahora mismo el Caribe entra en esa especie de vorágine que se llama verano, con sus días más radiantes de julio y agosto, una fabulosa suma de amaneceres de oro durante ocho semanas, en las que propios y extraños dejarán su impronta en cualquier paraje. Un cayo enjuto de corazón verde y costas arropadas de arenas finas y blancas puede ser el retiro ideal; pero no hay que olvidar que en esta coctelera gigante de emociones, existen también ritos y deidades de siglos atrás, ciudades encantadoras, una cultura vasta y un mundo natural en el que apenas se descubren retazos del género humano. El Caribe tiene todas las propiedades que puede imaginar cualquier turista deseoso de alcanzar el máximo de espiritualidad y en esa capacidad de seducir, está la verdadera dimensión de esta parte del mundo, como destino turístico internacional. Lo otro es el carácter hospitalario y jovial de sus pueblos, el mestizaje de la gente, la generosa libertad y las facilidades de que han sido provistos estos países en función del turismo; y que ahora se encuentran incluso allí donde nadie podía presentirlo hace apenas unos años. Después de todo, cuando ya es verano y se hace irresistible la tentación de tomarse unos días de vacaciones y renovar el espíritu, lo más importante es saber que el Caribe existe como una forma de pasión en la que la felicidad constituye la mayor de todas las garantías

José Carlos de Santiago