La fama del Cementerio Cristóbal Colón, cuyas obras comenzaron el 30 de octubre de 1871, fue reconocida internacionalmente, antes de finalizar ese mismo siglo, por las guías turísticas de mayor prestigio que describían a La Habana en aquella época.

Dos amplias avenidas, de norte a sur llamadas Cristóbal Colón y Obispo de Espada, y de este a oeste Fray Jacinto, forman la cruz principal que divide la planta cementerial en cuatro partes o cuarteles. Calixto Aureliano de Loira y Cardoso (1840-1872), arquitecto de origen gallego, graduado de la Real Academia de Artes de San Fernando de Madrid, fue el autor general del proyecto que con el título de “La pálida muerte entra por igual en las cabañas de los pobres que en los palacios de los reyes”, ganó en 1869 el concurso convocado para el nuevo camposanto habanero. El monumento más importante, de esta ciudad funeraria, es la majestuosa portada norte, que posee tres accesos principales, donde se desarrolla el motivo del arco de triunfo. Los símbolos funerarios que aparecen en el anverso y reverso de la puerta norte de la Necrópolis, cuya altura máxima en su centro es de 22,5 metros, son las antorchas invertidas que recuerdan el final de la vida, las honrosas ramas de laurel y relojes de arena alados cuyos granos marcan cada minuto de la efímera existencia humana. En 1901 un conjunto escultórico realizado en mármol blanco, de Carrara, titulado “Las tres virtudes Teologales” (Fe, Esperanza y Caridad), coronó el ático de la puerta norte. La inscripción en latín “Janua sum Pacis”, que puede leerse en la base de esa mole marmórea, da nombre a la portada principal de la Necrópolis: Puerta de la Paz. Dos medallones referidos a “La crucifixión de Jesús” y a “La resurrección de Lázaro” completaron la decoración de este acceso jerarquizado. José Vilalta Saavedra, primer gran escultor cubano, fue el autor de dichas obras ejecutadas en Italia, bajo su dirección. Las puertas de hierro forjado que cierran los vanos de la Puerta de la Paz contienen tres C, que representan las iniciales del único Cementerio americano dedicado a Cristóbal Colón (CCC). Las capillas-panteones familiares son pequeños templos que guardan sepulturas en su interior, observando las antiguas tradiciones que habían desaparecido, gracias a los esfuerzos de hombres de pensamiento ilustrado como el segundo Obispo de la Habana, Juan José de Espada y Landa, desde 1805. Tales edificaciones fueron ejecutadas en los más variados estilos y materiales, de acuerdo con su fecha de construcción y recursos del comitente. Por su número y cualidades arquitectónicas e históricas, son una de las peculiaridades notables de la Necrópolis. Constituyen una colección de más 400 obras distribuidas entre los diferentes cuarteles y hay ejemplos muy sobresalientes. En algunos casos el nombre de los constructores de panteones, mausoleos y capillas quedó reconocido. Otras capillas más amplias, que incluyen en su ámbito nichos y osarios, son dedicados a las sociedades de beneficencia de emigrados, principalmente de origen español, entre las que se destaca por su finura en el diseño la que pertenece a la Sociedad asturiana de Beneficencia. Allí quedan recuerdos de la patria chica, regiones, ayuntamientos, y hasta partidos, de muchas generaciones íberas y de sus descendientes cubanos. Una cuidadosa réplica de La Pietá de Miguel Ángel Buonarotti, de autor anónimo, atrae la mirada cuando se atraviesa la Plaza Cristóbal Colón. Mario Benlliure, catalán, es el autor de otro de los monumentos más originales de este lugar, “La ascensión del Señor” (1936) y la puerta en bronce que forman parte de la capilla piramidal de la familia Falla Bonet. Las personalidades históricas que allí han sido inhumadas son otra razón de peso para una visita al lugar. El panteón del domicano Generalísimo Máximo Gómez, Jefe Supremo del Ejército Libertador cubano, está junto a la Avenida de Colón. En dirección hacia el sur, en la avenida del Obispo de Espada, puede ser visitado el mausoleo dedicado a las Fuerzas Armadas, actualmente reservado para personalidades políticas de gran fervor popular entre ellas está Celia Sánchez, heroína de la Sierra Maestra. Científicos, artistas y literatos cubanos del siglo XIX como Carlos J. Finlay, descubridor del agente trasmisor de la fiebre amarilla, ocupan sendos lugares en el Cuartel noreste. A poca distancia se halla la tumba del autor de “El siglo de las Luces”, Alejo Carpentier. José Lezama Lima (“Paradiso”), otro emblema de la cultura nacional del siglo XX, reposa eternamente en un austero panteón del cuartel Noroeste. La tumba de Amelia Goyri Adot, llamada la “Milagrosa” del Cementerio de Colón, muerta en 1903, es un paraje adonde se realizan peregrinaciones asiduamente. En la Necrópolis habanera el visitante acude al encuentro con lo real maravilloso americano, en medio de una sociedad que sobrevive, día a día. Aún en este lugar, bajo el sol, tienen valor los recuerdos y se confía en el amor.

LA MILAGROSA, UNA LEYENDA DE AMOR Y ESPERANZA

A pocos metros de la Capilla Central de la Necrópolis de Colón, una pequeña tumba siempre cubierta de flores frescas, es atendida por muchas personas con cariño y respeto. Esta es la sepultura de Amelia Goyri, La Milagrosa. La leyenda trata de una joven que murió a los 23 años de edad, en La Habana, el 3 de mayo de 1903, a causa del parto. Tampoco el recién nacido pudo sobrevivir, y ambos, fueron enterrados en aquel humilde sepulcro en medio de la desesperación del viudo José Vicente Adot y Rabell. Él visitaba diariamente la tumba, trayendo flores frescas y hablándole a su amada esposa. Nunca aceptó su muerte; ella solamente dormía y despertaba por el toque de José Vicente, quien golpeaba la lápida funeraria tres veces. Ésta era la señal secreta. Cuando pasaron algunos años, exhumaron los restos de la madre e hijo y, para asombro de todos, los cuerpos continuaban intactos pero, Amelia estrechaba con amor a la criatura. Se tapió nuevamente la bóveda y para siempre se conservó así. Tanto y tan fiel amor, conmovió al artista, y en esa pasión se inspiró el escultor cubano José Vilalta Saavedra en 1914. Es una escultura de tamaño natural, hecha en mármol de Carrara, que recuerda la imagen de una mujer joven con rostro bello, sus ojos miran hacia lo alto en prueba de fe. Una túnica ligera cubre el cuerpo, su brazo izquierdo sujeta el de un recién nacido que aprieta contra su pecho, y el derecho se apoya en una cruz latina, símbolo del sacrificio. Muchas personas de la sociedad habanera que supieron de la tragedia, acudían a rogar por la protección de sus niños, por un buen parto, o para que le fuesen concedidos los hijos a las parejas estériles. El mito de la milagrosa creció. Hoy es un patrimonio espiritual de la Necrópolis de Colón.