Los proyectos iniciales de los castillos se inspiraron en diseños y técnicas constructivas de origen renacentista.
Los castillos del morro se transformaron y se hicieron más sólidos y adecuados a la nueva estrategia militar de la época.

Tres grandes obras monumentales, dos levantadas en Cuba y otra en San Juan de Puerto Rico, tienen el privilegio de tener la condición de Patrimonio Mundial: los Castillos del Morro. Su historia, iniciada en un período cercano al descubrimiento de un «Nuevo Mundo»; su función defensiva, ejercida en la época del dominio de España sobre sus colonias americanas; y su identidad, fruto de un plan de defensa de gran dimensión en el Caribe, fueron los principales atributos que le confirieron esta condición universal en 1982.

A partir del último cuarto del siglo XX, comienza un período de sensibilización de sus valores históricos y culturales, se promueve su rescate y conservación, y se convierten en una nueva expectativa y potencialidad para el desarrollo del turismo cultural. Es una etapa en que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), a través de la Convención del Patrimonio Mundial, logra otorgar esta distinción a una gran parte de las fortificaciones de la región.

Los castillos de los Tres Reyes del Morro, de La Habana (1589), San Pedro de la Roca del Morro, de Santiago de Cuba (1638), y San Felipe del Morro, de San Juan de Puerto Rico (1591), son fortificaciones que permanecen altivas ante el tiempo y en un entorno y paisaje natural de excepcional belleza.

Cuba y Puerto Rico tienen estas emblemáticas fortificaciones colocadas sobre enormes elevaciones rocosas denominadas morros, que les otorgan este nombre. Morro significa peñasco alto, aislado y próximo a la costa.

Cuando construyeron estas fortalezas, La Habana, Santiago de Cuba y San Juan eran ciudades comerciales aún pequeñas, poco desarrolladas. Los Morros fueron las edificaciones que había que priorizar y, por tanto, tuvieron el privilegio de ser las primeras en solidez y monumentalidad. Por estas razones, hoy se conservan junto a otras expresivas construcciones religiosas, civiles, industriales y domésticas de significativos valores patrimoniales.

Los castillos fueron situados en el lugar idóneo para ahuyentar, enfrentar y defender estas ciudades contra ataques de corsarios y piratas. La altura del morro era el principal punto para establecer contactos con otras fortificaciones y hacer señales de aviso. Se colocaron en las entradas de las «bahías de bolsa», llamadas así porque su principal acceso era estrecho, y luego se abrían en amplias ensenadas, con gran capacidad y calado para albergar un número cuantioso de embarcaciones.

En el extremo contrario del angosto canal, se colocaba otra fortificación de menor escala para cerrar el paso con los fuegos cruzados y una gruesa cadena. Hoy estos puertos sustentan la misma jerarquía de antaño. Enormes barcos mercantes, petroleros y fabulosos cruceros entran y salen a diario de ellos, dejando atrás estas ciudades, engrandecidas por su historia, su música, sus bailes, cantos populares y otros aspectos de la cultura inmaterial.

Las huellas de la historia dejaron también inscrito con profundo respeto el apellido Antonelli, ilustre familia de ingenieros militares italianos que trabajaron a las órdenes de Felipe II, rey de España. Juan Bautista Antonelli se quedó en la Península y su hermano Bautista Antonelli se trasladó a la región del Caribe para realizar una labor constructiva que después heredó su hijo Juan Bautista y su sobrino Cristóbal de Roda. Ellos hicieron estas obras magistrales de los Morros. Como otros ingenieros militares, sacrificaron la ausencia de la familia y de su tierra natal durante casi toda la vida, para crear una obra monumental en el Caribe y, en especial, en Cuba y Puerto Rico. La Habana, capital de Cuba, por su extraordinaria bahía y una posición geográfica privilegiada, en la entrada del Golfo de México, favoreció el acceso transitorio de la

Flota comercial española antes de su retorno a la Península. Durante meses se acumulaba mucha riqueza en este puerto, hasta que llegaran todas las embarcaciones de su acostumbrado recorrido por la Guaira, Puerto Cabello, Santa Marta, Cartagena de Indias, Panamá, Chagre, Portobelo y Veracruz. ¡Cuánto oro, plata, piedras preciosas e incalculables tesoros resguardaba esta ciudad! Ese tráfico convirtió a la ciudad en una de las plazas más importantes de América y una de las más fortificadas del Continente.

Santiago de Cuba, al sureste de Cuba y limitada por las inquietas y profundas aguas del mar Caribe, también ocupó un lugar importante. Su ubicación propició la partida de múltiples expediciones hacia otras tierras americanas, entre éstas la de Hernán Cortés, que zarpó hacia México para conquistar el antiguo Imperio azteca. Por otra parte, su excelente bahía permitió la entrada eventual de las naves de la Flota y la exportación sistemática del cobre, metal que empezó a explotarse allí desde fines del siglo XVI. Puerto Rico no adquirió el mismo rango de La Habana, aunque sí fue un punto estratégico dominante. La Isla estaba cercana a las Antillas Menores, acceso de la Flota y vía de circulación de la ruta comercial. Por tanto, San Juan fue un lugar de escala obligatoria de la Flota, donde se intercambiaban mercancías, se abastecían de agua potable, de alimentos, y de otros productos y utensilios para continuar el recorrido.

Los proyectos iniciales de los castillos estaban inspirados en diseños y técnicas modernas de construcción que habían sido aplicadas en Italia durante el Renacimiento y en un periodo de revolución de las armas de fuego. Los modelos de las tres fortificaciones fueron similares: monumentales y de planta poligonal. A pocos metros sobre el nivel del mar se colocaron baterías auxiliares como la de La Estrella y los Doce Apóstoles en La Habana, la del Santísimo Sacramento en Santiago de Cuba, y la Flotante en Puerto Rico. Algunas de estas baterías no resultaron eficaces porque estaban sometidas frecuentemente a la agresividad del mar.

Sus espacios internos eran dinámicos. La guarnición se movía a través de rampas, escaleras y pasadizos que conducían a las baterías y plataformas; algunas de éstas cavadas en la propia roca. Los sólidos muros resguardaban los cuarteles, los almacenes de víveres y municiones, la iglesia, las casas para el sacerdote y el comandante del castillo, los cuerpos de guardia, polvorines y calabozos.

Los aljibes fueron muy importantes. El agua se almacenaba en estos grandes depósitos para garantizar un largo asedio. Múltiples canales española antes de su retorno a la Península. Durante meses se acumulaba mucha riqueza en este puerto, hasta que llegaran todas las embarcaciones de su acostumbrado recorrido por la Guaira, Puerto Cabello, Santa Marta, Cartagena de Indias, Panamá, Chagre, Portobelo y Veracruz. ¡Cuánto oro, plata, piedras preciosas e incalculables tesoros resguardaba esta ciudad! Ese tráfico convirtió a la ciudad en una de las plazas más importantes de América y una de las más fortificadas del Continente.

Santiago de Cuba, al sureste de Cuba y limitada por las inquietas y profundas aguas del mar Caribe, también ocupó un lugar importante. Su ubicación propició la partida de múltiples expediciones hacia otras tierras americanas, entre éstas la de Hernán Cortés, que zarpó hacia México para conquistar el antiguo Imperio azteca. Por otra parte, su excelente bahía permitió la entrada eventual de las naves de la Flota y la exportación sistemática del cobre, metal que empezó a explotarse allí desde fines del siglo XVI.

Puerto Rico no adquirió el mismo rango de La Habana, aunque sí fue un punto estratégico dominante. La Isla estaba cercana a las Antillas Menores, acceso de la Flota y vía de circulación de la ruta comercial. Por tanto, San Juan fue un lugar de escala obligatoria de la Flota, donde se intercambiaban mercancías, se abastecían de agua potable, de alimentos, y de otros productos y utensilios para continuar el recorrido.

Los proyectos iniciales de los castillos estaban inspirados en diseños y técnicas modernas de construcción que habían sido aplicadas en Italia durante el Renacimiento y en un periodo de revolución de las armas de fuego. Los modelos de las tres fortificaciones fueron similares: monumentales y de planta poligonal. A pocos metros sobre el nivel del mar se colocaron baterías auxiliares como la de La Estrella y los Doce Apóstoles en La Habana, la del Santísimo Sacramento en Santiago de Cuba, y la Flotante en Puerto Rico. Algunas de estas baterías no resultaron eficaces porque estaban sometidas frecuentemente a la agresividad del mar.

Sus espacios internos eran dinámicos. La guarnición se movía a través de rampas, escaleras y pasadizos que conducían a las baterías y plataformas; algunas de éstas cavadas en la propia roca. Los sólidos muros resguardaban los cuarteles, los almacenes de víveres y municiones, la iglesia, las casas para el sacerdote y el comandante del castillo, los cuerpos de guardia, polvorines y calabozos.

Los aljibes fueron muy importantes. El agua se almacenaba en estos grandes depósitos para garantizar un largo asedio. Múltiples canales para la circulación de las aguas de lluvia, con sus cisternillas para purificarlas, fueron los medios utilizados para el desagüe y acopio de este preciado líquido.

Para levantar los muros utilizaron como materiales de construcción la piedra de cantería, extraída de la costa y de las canteras cercanas. La piedra era cortada en grandes piezas rectangulares llamadas sillares y, generalmente, cada sillar era marcado con un símbolo por los canteros para que sus respectivos trabajos fueran identificados y remunerados. También utilizaron la mampostería para los muros internos con piedras más pequeñas que unían con mortero (mezcla proporcionada de cal, arena y agua), usado en las construcciones antiguas. La madera la emplearon para hacer balaustradas, puentes fijos y levadizos, puertas, ventanas y estacadas, y el hierro para las rejas y rastrillos.

El siglo XVIII se caracterizó por las luchas de España contra la política expansionista de Gran Bretaña. La toma de La Habana por los ingleses en 1762 fue un testimonio del enorme poderío defensivo y humano de esta potencia. Esto justificó el fortalecimiento militar de las colonias españolas en el Caribe, la inversión de poderosos recursos económicos y la movilidad de gran cantidad de hombres.

Ambiciosos proyectos de fortificaciones se hicieron a gran escala en la segunda mitad de esta centuria. El perfeccionamiento de la artillería y de las fuerzas navales modificó el trazado y el concepto de la fortificación. Las defensas de Cuba y Puerto Rico fueron ampliadas y modernizadas y los castillos del Morro se transformaron y se hicieron más sólidos y adecuados a la nueva estrategia militar de la época.

El desarrollo tecnológico del siglo XIX repercutió en su destino. Se convirtieron en bastiones auxiliares de sistemas avanzados, y funcionaron como depósitos y cárceles por muchos años.

Actualmente, estas fortificaciones evocan la historia de las luchas coloniales en Cuba y Puerto Rico, las dos últimas colonias de España en América. La arquitectura se presenta como expresión de la labor humana para proteger intereses económicos, comerciales y territoriales; y la naturaleza como un recurso indispensable para desplegar una estrategia militar bien calculada por ilustres ingenieros militares.

Por esta razón, hoy se mantienen tradiciones y ceremonias que recuerdan su antigua función y en sus grandes espacios se despliegan múltiples actividades recreativas y socio-culturales, lo cual los convierte en sitios de obligada peregrinación para quien visite estas islas del Caribe.