Bahía no. 2, 2008 / Técnica mixta sobre lienzo / Mixed technique on canvas / 80 x 100 cm
Pieza no. 2 del políptico El éxodo de la estrella, 1993 / Instalación / Dimensiones variables / Installation / Variable sizes
Bahía no. 4, 2009 / Técnica mixta / Mixed technique / 69 x 82 cm

La exposición del artista cubano Juan Suárez Blanco Rapsodia insular, que en los meses de diciembre, enero y febrero se expuso en el Palacio de Lombillo de La Habana Vieja, marca un momento de transición en el desempeño de este creador pinareño, conocido fundamentalmente por su obra objetual e instalativa. En ella, Juan Suárez nos muestra fragmentos de una ciudad que rediseña, inventa y reconstruye a partir de determinadas circunstancias epocales y presupuestos estéticos, haciendo gala de gran dominio del color, del lirismo y la sonoridad, esta última representada por las tonalidades más graves y agudas que acercan su obra a una pieza musical: la rapsodia. Para muchos seguidores de la obra del artista este vuelco hacia la pintura, y más que todo hacia la abstracción ha sido una gran sorpresa, en algunos casos recibida con beneplácito y en otros, con cierta reserva. Lo que muchos desconocen es que Juan Suárez siempre pintó todos estos años en privado, para sí mismo…

¿Cómo se inició tu acercamiento al arte y a la pintura, y por qué en los años ochenta y noventa primó la obra objetual e instalativa? Mi primer acercamiento al arte ocurrió en la Escuela Taller Libre de Artes Plásticas de Artemisa, tenía yo diez años, y allí tuve la oportunidad de contar con un tremendo maestro, el escultor español Benito Paredes, que vino a Cuba por los años 30 y trabajaba en el equipo de Rita Longa e impartía clases en Artemisa y en otros municipios como una extensión de su trabajo. Ese gran hombre me introdujo en el mundo del arte, sobre todo en la escultura, y creo que esa impronta de la escultura en mi obra la arrastro desde entonces y se observa en la preocupación por las texturas, los relieves y los volúmenes. Al llegar en 1967 a la Escuela Provincial de Arte de Pinar del Río, los maestros Águedo Alonso y Carlos Hernández Alcocer, discípulo de Romañach y compañero de aula de Tiburcio Lorenzo, me enseñaron el mundo del color y experimenté en mi actividad pictórica un deslumbramiento. En el último año de mi carrera, motivado por obras de Antonio Tapies, de Tapia Ruano y otros artistas cubanos del grupo de Los Once, sentí fascinación por la abstracción, empecé a hacer mis primeras obras abstractas y estuve trabajando unos tres años en ese género, siempre en silencio, nunca expuse nada. Cumplí el servicio social entre 1971 y 1975. Por esa fecha me desvinculé del arte alrededor de seis años; en ese tiempo lo que hice fue escribir, hacer apuntes, proyectos y cuando decidí reiniciar en el año 1980, existía una situación compleja en el país con respecto a los materiales para pintar y continuar lo que había empezado a hacer en pintura en los años 70. No tenía materiales ni apoyo económico y tuve que hacer un arte de reciclaje, buscar en los basureros cosas que me interesaban, objetos que me llamaban la atención y pudiera intervenirlos. Comencé a hacer un arte objetual, matérico y con la influencia que aún tenía de Tapies aprendí a descubrir dentro de la basura objetos extra artísticos, pero con inmensas posibilidades para dar soluciones formales, conceptuales y en general estéticas desde mi trabajo, convirtiéndolos después en obras de arte. Así fueron surgiendo la serie de las cercas, las puertas, las ventanas, paracaídas, todo realizado con embalajes de armamentos soviéticos de aquella época, cajones, sacos de yute, zapatos, soga, un violín viejo, etc., y fui armando todo ese mundo al que prácticamente dediqué una década; arte objetual e instalativo poblaron mi espacio de trabajo. Sin embargo, siempre mantuve grandes deseos de pintar, cada vez que tenía tiempo hacía algo de acuarela o de pintura, para mí, no tenía la posibilidad de hacer una obra consistente como pintor y haciendo la otra obra también me sentía a gusto. El déficit de materiales lo tuve que sustituir por mucha imaginación y así seguir trabajando, descubriendo nuevas posibilidades, de vital importancia para mí en ese momento. También decidí construir una familia porque la necesitaba, y asumirla con todos los riesgos y con toda la fortuna que significa tener hijos, una pareja que te entienda y te acompañe, también mi esposa es artista y pude avanzar gracias a ella, era una especie de mecenas, prácticamente se ocupaba de todo para yo hacer mi obra. Mi trabajo se fue puliendo y dentro de la propia obra instalativa y objetual empezó a aparecer el color, retomé lo cromático, quizás hice un trabajo a contracorriente porque en la década de los ochenta en Cuba se hizo el arte muy efímero, polémico, contestario y yo venía haciendo una obra objetual e instalativa de mucho rigor, en la que nunca descuidé ese tipo de ejecución porque realmente lo necesitaba, fui sincero, decidí transmitir el mensaje más polémico, más diverso del mundo o cuestionar determinada situación pero sin descuidar la factura de la obra. Fui muy bombardeado por ello, me decían que hiciera una obra más violenta, más descuidada, más efímera, que no me preocupara tanto por determinados aspectos formales; pero ése no es un problema de quítate tú para ponerme yo, es un problema de sentimientos. Y bueno así me mantuve casi toda la década del noventa haciendo ese tipo de trabajo. Alguien me decía que los noventa fueron el período más fértil, más fecundo de mi obra, hice casi 150 piezas entre objetos e instalaciones.

¿Y es justamente en esa época fecunda que realizas tu primera exposición de pintura? ¿Cuáles fueron tus motivaciones? En el año 1999 realizo una exposición de pintura en Sevilla con obras que venía trabajando desde 1996. Una amiga y galerista, Pura Martínez Jordá, vio piezas inéditas, se entusiasmó y me dijo: vamos a hacer una exposición de pintura en mi galería; expuse las pinturas en Toledo que venía haciendo sin conocer aún esa ciudad, motivado más bien por las vistas que había pintado El Greco. Cuando tuve la oportunidad de visitar Toledo, me pareció que ya había estado allí, sentí que había pasado por determinados laberintos, que había estado en algunos de esos lugares, en fin, cosas inexplicables y místicas.

Con esa exposición retorné a la pintura, mejoró mi situación económica y pude proseguir mi labor, también me motivó la obra del uruguayo, Torres García, que a mi juicio es uno de los artistas más impactantes de América Latina por su trabajo constructivista y su visión pionera de la abstracción en América, y como desde la adolescencia venía trabajando en ese sentido, me dije parece que aquí el eslabón se enganchará de nuevo. Todo empezó a conjugarse, empezó a fluir y definitivamente empecé a pintar sin dejar de hacer objetos, pues tengo piezas que expuse en la retrospectiva del 2008 de esa etapa instalativa, ya sean objetuales o ambientales.

Decías en tu cuaderno de apuntes en “A manera de epílogo”: “Entonces medito sobre mis proyectos futuros: trasladaré sobre el lienzo todas mis sensaciones y estados de ánimo con la máxima expresividad y crudeza posibles”. Y te pregunto: ¿es que la pintura, en específico la abstracción, te brinda más la posibilidad de expresar libremente esos estados de ánimo, sensaciones, que el trabajo que venías haciendo en décadas anteriores? En el 2000 arranqué con el trabajo pictórico y ahora lo que quiero realmente es pintar, es una necesidad espiritual, quiero sentirme libre, quiero sacarme todo lo que había ido acumulando durante mucho tiempo y considero que la abstracción es lo que más se ajusta a lo que debo hacer, no tener referencias de nada, simplemente, desbocar mi espíritu, mi alma, mis sentimientos, mi estado de ánimo, pues en definitiva voy a decir cosas de mi mundo y de mi tiempo aunque no aparezcan imágenes porque verán en mis obras color, texturas agresivas, erosiones…, convertir la pintura en sujeto-objeto en su más primaria y brutal realidad; oír exclusivamente los sonidos de la materia pictórica en movimiento y del jadeo humano; sustituir todas las subidas escalonadas por el salto al vacío; arrojar pintura sólo guiado por instintos y emociones, salpicar y chorrear todo lo que esté a mi alrededor.

Al leer tus cuadernos de apuntes me detuve en “Paralelos”, escrito en el año 2003, que me pareció una premonición de lo que en estos momentos estás haciendo, y quisiera traer a colación un pequeño fragmento que a mi entender resume un poco esto: “A veces sueño con pintar, estructurar los sitios y espacios donde los objetos estuvieron, la huella que dejaron: concavidades, marcas, tajos, quemaduras, heridas, desgarramientos… y para concebir este sitio es preciso separar los objetos del lugar que ocupan, desplazarlos, hacerlos flotar. Creo que ésta es la nueva puerta que pretendo abrir”.

¿Esta exposición vendría a ser esa nueva puerta que pretendías abrir, o consideras que es sólo una etapa de transición en tu obra? Esta exposición es un puente, incluso en las obras hay puentes, después me di cuenta que justamente hay un tránsito de la figuración a la abstracción, en las obras conviven estos dos espíritus, es decir, el deseo de salir y explotar desenfadadamente con toda esta inquietud abstracta y el arrastre que conservo de la figuración. No me arrepiento, es un paso necesario, no estoy saltando de un primero a un último escalón, quiero andar gradualmente, aunque al final, voy a saltar, pero en esta primera etapa, es necesario que coexistan para yo sentirme bien con lo que estoy haciendo, nada me apura, no me interesa que pase el tiempo, no me interesa ir a contracorriente; yo creo que el arte es atemporal, no tiene nada que ver con la moda, ni con el tiempo, puede ser tan moderna o contemporánea una obra de Garaicoa, una de Malevich como la Capilla Sixtina.

¿Por qué aparece en casi todas tus obras algún símbolo que denota religiosidad, es Juan un hombre religioso? En mi familia por parte de madre casi todo el mundo era católico, yo no, yo era ateo; pero tuve una experiencia religiosa tremenda con una crucifixión que hice donde cuestionaba hasta a Mahoma; era una muleta crucificada, ni yo mismo me percaté de la cantidad de lecturas que podía tener esa pieza. En una exposición donde por primera vez se mostraba esa obra, se me acercó una católica practicante y me dijo: “Cristo es el apoyo”, y luego vino un militante del partido y me dijo: “la religión cojea”; la obra se abrió en dos direcciones diametralmente opuestas y fue ahí cuando me percaté de que mi primera intención tenía que ver con la del militante, lo confieso. La religión a través de la historia y los sucesos en el seno de mi país me confundieron y me llevaron a hacer cuestionamientos y tocar aristas y puntos neurálgicos, y decidí hacer una obra muy controversial y polémica, pero igual que esa parábola en la que el pescador al final resultó pescado, yo traté de pescar y fui pescado, y pienso que el que rige este cosmos tan bien organizado me dijo: tú tienes que tener fe para poder trabajar y a partir de esa obra ocurrió en mí una conversión. Con la ayuda del obispo de Pinar del Río fundé el primer taller de restauración de obras de arte sacro de Pinar del Río e hice una escuela taller, dando así continuidad a mi labor docente de 25 años en los que impartí Historia del arte, Diseño, Artes plásticas. Sin proponérmelo, en mi obra todo esto empezó a reflejarse y así fue creciendo mi fe en Dios, pero seguí siendo un hombre muy libre no me até a nada. El obispo Siro, al inaugurar la iglesia de San Pedro en la que yo había restaurado una imagen inmensa de más de dos metros de altura dijo en aquella homilía: “Juan no es un hombre de iglesia pero él siempre nos va a sorprender con una fe que yo todavía no he podido descodificar”. Creo que fueron unas palabras muy acertadas pues yo nunca lograré ser un católico práctico disciplinado, siempre fui un hombre libre a pesar de que aparento ser un hombre muy amarrado, con una obra muy hermética, difícil de traspasar. Soy en realidad muy sencillo y nada me puede encasillar, considero que la religiosidad es una actitud ante la vida, lo que pasa es que muchos la confunden con la institución, con el clero, con la orden. Lo mismo que la fe, eso no se aprende, la fe es algo que tú traes, a veces está dormida y de pronto sale, la fe en el hombre, en el trabajo, en el mejoramiento humano, eso está por encima de cualquier orden, de cualquier religión; es la esencia, la actitud, todo lo demás lo inventó el hombre.

En mi obra aparecen una y otra vez catedrales góticas, pues dentro de la historia de la arquitectura son los edificios que mejor expresan la conexión de lo terreno y lo divino, la búsqueda de lo celestial, con sus elevadas torres quieren tocar el cielo, punzarlo, conquistarlo, estar en comunicación con el espacio sideral; son el puente que responde a la pregunta que constantemente se hace el hombre: qué hay después de la muerte, hacia dónde vamos, dónde yace el límite entre la vida y la muerte.