Cuando esbocé el título de este artículo, pensé en los primeros viajeros que desde la península ibérica (no hay testimonio escrito de las expediciones vikingas y asiáticas; incluso en fecha reciente se ha especulado sobre la visita de un almirante chino, mucho antes del genovés que conocemos), dibujaron esa cartografía original llena en sí misma de leyendas y aventuras, iluminada de ilustraciones y anotaciones imaginativas, surgidas de la realidad y la fantasía de nuevos Marco Polo delirantes que no tenían conciencia de cuál era la magnitud de las tierras que pretendían conquistar y colonizar, y mucho menos, de cuál sería el futuro de esas regiones aún tímidamente delineadas en los planisferios que levantaban sus manos de cartógrafos.

Pensé en la manera en que autores latinoamericanos, como el colombiano Germán Arsiniegas en su Biografía del Caribe o el venezolano Gustavo Pereira en sus Historias del paraíso o el uruguayo Eduardo Galeano en sus varios libros de crónicas, han hecho una relectura latinoamericana y contemporánea de aquellos primeros testimonios de los conquistadores europeos, en muchos casos atravesados por una visión colonizadora, mutilada y “occidentalista”, donde campea la leyenda negra sobre nuestros pueblos originarios.

Sin embargo, el libro Horizontes insulares revela mucho más del presente de estas islas que de su pasado. Dos tiempos que son uno solo cuando de arte y literatura se trata, y que se convierten en futuro dentro de este proyecto, concebido y dirigido por los comisarios Orlando Britto y Nilo Palazuela Borges.

A criterios geográficos, antropológicos e históricos, corresponde la selección de: Islas Canarias, Madeira, Açores, La Guadeloupe, Cabo Verde, La Réunion, República Dominicana, Cuba, Guyane Française, La Martinique, Puerto Rico.*1Y al impacto propio de la creación simbólica y metafórica que caracteriza el arte contemporáneo, los creadores aquí reunidos: Teresa Arozena, Gregorio González (Islas Canarias), Ricardo Barbeito (Madeira), María José Cavaco (Açores), Jöelle Ferly (La Guadeloupe), Tchalé Figueira (Cabo Verde), Thierry Hoarau (La Réunion), Belkis Ramírez (República Dominicana), Sandra Ramos (Cuba), Roseman Robinot (Guyane Française), Shirley Rufin (La Martinique), y Julio Suárez (Puerto Rico).

A ello se suman los intelectuales que analizan “el contexto contemporáneo de sus manifestaciones culturales en el ámbito de las artes visuales y la literatura”: Cristina Court (Islas Canarias), Assunção Melo (Açores), Isabel Santa Clara (Madeira), Irineu Rocha da Cruz (Cabo Verde), Benjamin Bru (Martinique-Guadaloupe-Guyane Française), David Mateo (Cuba), Amable López Meléndez (República Dominicana), Haydee Venegas (Puerto Rico) y Alain Gili (La Réunion).

Es justamente la atinada selección de islas, artistas plásticos y escritores que convergen en este proyecto lo que hace posible que Horizontes insulares logre, tanto en la exposición como en el catálogo que la acompaña, el objetivo que persiguen sus creadores:

Se ha planteado y diseñado de manera que su resultado final se hace realidad a través de la construcción de una exposición de arte contemporáneo y la creación de una colección literaria. Ambos proyectos interrelacionados entre sí con el objetivo primordial, que hemos reseñado, de ayudar a generar espacios de conocimientos, co- municación e intercambio entre todas las geografías culturales abordadas en él.

Se trata de otro descubrimiento, otro después del “primero”, otro muchísimo después de que algunos de los escritores emblemáticos del “viejo continente” alimentando el triángulo intercultural entre Europa, África y nuestro hemisferio, tuviesen corres- pondencia con nuestra cuenca caribeña: Tirso de Molina que vivió en Dominicana entre 1616 y 1618, o Góngora anticipándose a la mal llamada “poesía de la negritud”, o Zorrilla recorriendo La Habana del xix; y mucho después de que nacieran en nuestras tierras figuras del Imperio y la Revolución en Europa, como Josefina Bonaparte, en Martinica, o Pablo Lafargue, en Santiago de Cuba.

Se descubren, pues, sensaciones comunes, dolores, ideas, prejuicios, anhelos, creencias. Se revelan las cosas que admiran a las mismas miradas: el mar, la tierra, el horizonte, el sol. Se manifiestan similares historias, de colonización, de mixtura, de lucha, desarraigo y migración, de soledad. Todo en función de otorgar sentido a la condición de artista caribeño, insular, que goza de una interculturalidad, diversidad y complejidad sólo posible en estas islas.

La vocación itinerante que caracteriza a este proyecto se traduce en la idea de “conectar” estas islas y los espacios intermedios, no ya físicos, sino culturales, artísticos y lingüísticos que las enlazan. Procurar el entendimiento de la diversidad de los “otros” a partir de lo que nos pertenece a “nosotros”, a “todos”. Por eso asistimos a una experiencia que abre opciones diversas, a la par que muestra rutas comunes. “Unir en la diversidad” es quizás una de las premisas de esta visión panorámica que permite entrar en contacto con la creación literaria y artística contemporánea en estas geografías.

Distintas generaciones de artistas e intelectuales que evidencian diferentes formaciones y estatus de desarrollo, con diversidad de perspectivas, de vías de expresión, de técnicas y soportes (fotografía, video, pintura, instalaciones, montajes).

Esta pluralidad con la que fue concebido el proyecto y de la que hemos pretendido dar una idea, contribuye a una mayor profundización en los significados de la visión de conjunto de las obras, a la vez que una mayor penetración en el análisis de cada una en particular. De esta manera, se podrán apreciar los intereses e inquietudes propias, y las maneras individuales de asumir las líneas temáticas y la intercomunicación entre arte, cultura y contexto.

Horizontes insulares constituye un importante trabajo de curaduría que une arte y pensamiento contemporáneos que ha germinado en estas islas, y que se proyecta hacia el resto del mundo, en una acción que a la vez que “descubre”, “reafirma”. Reafirma la riqueza y vitalidad de nuestras tierras isleñas, sobre todo de sus culturas y de quienes las construyen y las enriquecen para ahondar en su sentido de pertenencia y prosperidad. Reafirma también la necesidad de conocimiento, de autorreconocimiento y de comunicación.

El valor testimonial del arte nos devela una autoconciencia de la historia, individual y colectiva, que otorga legitimidad a una obra, a un texto. La estrategia discursiva que utiliza el artista y el escritor para comunicar lo que desea, sustenta la identidad de cada uno, a la vez que otorga un carácter distintivo al proyecto.

Esta concepción del arte en la insularidad, queda bien definida por el crítico de arte cubano David Mateo, participante en el proyecto: “En los sistemáticos contrapunteos entre sociedad e individuo, nación y sujeto, es donde han germinado, desde la perspectiva específica del arte, las metáforas o juicios trascendentes acerca de lo que nos constituye o define como cubanos, como hombres y mujeres insulares. Ese contrapunteo ha privilegiado además una concertación permanente de los tiempos históricos, un balance emblemático del pasado y del presente, a partir de expectativas que ellos han sido capaces de cubrir, e incluso ampliar”.

El Vedado, diciembre de 2010