El arte y la vida en el tiempo de un viaje: La obra reciente de Hildamaría
Cuando la vida y el arte son las claves de los procesos de creación, las obras se inclinan ante ciertos designios. El proceso artístico adquiere múltiples rostros filosóficos, humanistas, y las obras penetran el silencioso espacio de lo espiritual para situar allí sus coordenadas que no son otras que las de la propia existencia. En las obras más recientes de Hildamaría1 arte y vida se entrecruzan. En el trayecto se revelan todas las implicaciones de un viaje por muchos caminos posibles pero orientados siempre en un recorrido hacia el interior: el de los tiempos de la historia atravesando las edades de los hombres hasta llegar a aquellos que mejor comprendieron el sentido de la trascendencia; o al tiempo presente, el que vivimos, marcado por el signo vital y rítmico de los latidos del corazón con que vivimos. Esos son los ejes X / Y de Hildamaría, y en la intersección de esas líneas están esos tiempos que se atraviesan. Es en ese lugar común donde se encuentran las verdades de las escrituras y las tablas de la sabiduría, donde los censores digitales de las nuevas tecnologías pulsan los secretos íntimos que todos llevamos dentro. En ese punto convergen todos los viajes, es el origen,2 donde se interceptan el arte y la vida. Ése es el territorio de las obras recientes de Hildamaría.
Dibujos, pinturas e instalaciones diversifican su trabajo en los que domina la fuerza del dibujo y el uso de medios extra-artísticos siempre asociados a un acucioso estudio de los significados que los materiales le aportan a sus piezas, especialmente las de valor escultórico y tridimensional. Los corazones reposando sobre el suelo son emblemáticos en su obra reciente y tienen su precedencia en aquel que realizó en maíz durante los días de la Novena Bienal de La Habana, en el año 2009. Estas piezas, vacías en su interior, reproduciendo las formas anatómicas que tan bien la artista ha estudiado, ofrecen uno de los caminos que desea explorar y al que los espectadores están convocados. Ese órgano vacío es un cuenco que cada cual llenará con sus propios secretos, alegrías y aflicciones; y la artista expone –sin inquietudes– el molde en cemento del que se sirvió para producir serialmente sus corazones de resina epóxica, translúcidos y abiertos. Colocado sobre el suelo en una alfombra de pétalos de flores rojas, el molde reproductor –procesado y curado como contenedor– sirvió de cáliz portador de vino tinto, vertido ante el público para después ser servido desde él a los asistentes. Un rito, una liturgia, un acto metafórico de socialización desde esa fuente simbólica dispuesta allí para construir el instante mágico de la comunión, el lugar afín de las relaciones.
Una fe envuelve los corazones de Hildamaría para cargarlos de energías simbólicas. Biblias, clavos y alambres de púas los convierten en ofrendas de marcada ritualidad. Fragmentos y fragmentos de versículos recubren una de sus piezas. De forma contínua se dispersan las palabras sagradas sobre el enorme corazón depositado en la arena, rodeado de muchos otros libros abiertos que, en páginas distintas, siguen haciendo presente el valor de los textos genésicos, los leídos a través del tiempo por muchos y adquiridos por la artista en librerías de recuperación con otros valores añadidos en su interior, aquellos que alguien olvidó o dejó allí, me ha dicho la artista, y que ahora regresan misteriosos como esos mensajes viajeros que los marineros ponían a navegar en el interior de botellas vacías.
Las obras recientes de Hildamaría se enuncian en el lenguaje de la sabiduría atávica del hombre a través de sus múltiples fuentes. Un politeísmo profundo las atraviesa porque lo esencial que expresan no es la particular fuerza de una creencia sino la seguridad en el gran equilibrio que las enlaza a todos los saberes de la humanidad. “El tablero” (2009) remite al África ancestral , al odu de Ifá , a su palabra; y “Decálogo” (2009) a una otra tabla de salvación ética y cultural donde se inscriben las sentencias de muchos, provenientes de todas partes y de diversos momentos de la existencia histórica de la humanidad. La palabra es parte esencial de la obra reciente de Hildamaría, una palabra de tipografías más o menos espontáneas, más o menos dibujadas y caligrafiadas, pero que siempre remite a la certeza que fundamenta su poética, al entramado que construye su sistema de valores. En su dibujo “Laberinto salomónico” (2009), las frases contornean las líneas anatómicas del corazón haciéndose parte orgánica de él y de la coherencia de su campo visual, con la sinuosidad de esos muchos caminos por los que transitan la lectura y los lectores. Es una obra realizada en pastel de una profunda delicadeza, una técnica que Hildamaría domina en todos sus variados matices. Los senderos construidos por las palabras son proverbiales modos de acercar arte y vida a través de aquello que la artista ofrece como una dádiva, la capacidad regenerativa de los textos para la condición y el mejoramiento humano.
Había mostrado una escalera tejida con marabú en la exposición individual que presentó en 2008 en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, en la Plaza Vieja, con el título “Escalera al cielo” (2008). Aquella pieza contenía en su ascensión espinosa hacia la altura –siempre deseada como esperanza suprema– el trayecto de un sacrificio. Mayor aún sería el que significó la armazón de aquella estructura con los tallos filosos y punzantes de esa planta agresiva. Pero la artista no escatimó esfuerzos para revelar con toda sinceridad su comprensión de la relación arte-vida como el tiempo de ese viaje donde lo importante y esencial es el proceso, llegar para trascender en una obra que mutaría en el propio tiempo expositivo su imagen, naturaleza y color. Esas transiciones motivan a la artista. La provocan para estimular al espectador a través de todos sus sentidos sabiendo que, en la aventura, los marabúes se marchitarían y como ellos también se disiparía la fragancia de los clavos de olor colocados a manera de corona de espinas en “Hotep a Horus” (2009), pieza realizada en carboncillo y acrílico. Pero la presencia de lo natural la seduce y la remite a la tierra, a la fuerza vivificadora de lo germinativo. En “Fruto de la tierra” (2009) Hildamaría asienta el corazón sobre el suelo y lo penetra para completar el ciclo metafórico de lo ascensional trascendente de su “Escalera al cielo” con lo terrenal-transitorio que esta obra sugiere. En esas coordenadas reaparece la convergencia vivificadora de ese encuentro silencioso de un universo en permanente proceso de gestación, de ida y vuelta, de vida y muerte.
El corazón es el motivo de este cuerpo de obras, por su connotación en la historia de la humanidad e importancia en casi todas las civilizaciones, especialmente en la cultura egipcia, en la que acompañaba al fallecido momificado, a la otra vida. El corazón atesoraba las mayores cualidades y virtudes de los seres humanos, como la inteligencia, la voluntad; era el responsable de los sentimientos y el centro de todos los impulsos espirituales.3
Esa continuidad del viaje ha sido un anhelo obsesivo del sujeto para la perpetuación del ser y de su poder para dominar los oscuros espacios de la inmortalidad a partir de una preservación cuerpo-alma. Los conocimientos debían también perpetuarse y la escritura jeroglífica estructuró los relatos. Ese universo atrae a Hildamaría, quien se apropia no sólo de los valores de sus significados sino de las formas de expresión que caracterizaron el arte de los egipcios. Un contraste en el manejo de los medios y los recursos plásticos se hace evidente. La linealidad y la planimetría dominan el lenguaje visual de estas obras para que las deidades y los signos se expresen con toda claridad como ocurre en “Dádiva” (2009). Interesa a la artista la visibilidad de las fuentes que la nutren. “Djehuty” (2010) pieza también realizada en pastel sobre tela, es el dios de la sabiduría y las letras, lleva en una de sus manos el atributo de la vida entre los egipcios, y en la otra Hildamaría ha colocado un corazón en la clara versión anatómica realista que la caracteriza, la que adquiere su máxima expresión visual en la obra “Ebo okán ejé Olorun”, donde la equivalencia de la escala real del corazón en la dimensión de un puño, le aporta toda su expresión humana. La perfección dibujística y su impactante realismo, revelan la profunda intencionalidad de una artista que, ante los temores que la acechaban, “quería saber” y penetró desde el arte los enigmas que la piel protege y a los libros que los describen, y a su propio cuerpo cuando los riesgosos diagnósticos presagiaban la posible interrupción del viaje. En esas situaciones límites las fronteras del arte y la vida se interpenetran en la sensibilidad creativa del artista y las escalas de esa relación se hacen más y más imprecisas. El lenguaje popular lo refiere con palabras sencillas, “se unen cielo y tierra”, el universo se redimensiona en la subjetividad del sujeto y el mundo puede tener las proporciones de un corazón, o viceversa, como lo presagió la divina palabra y “La visión de Ptah” (2009), figura mayor de la mitología egipcia considerada deidad creadora de todos los principios. Entonces el universo puede entrar simbólicamente en el espacio compositivo. Hildamaría así lo siente. Así lo pinta. “Nut” (2009), diosa egipcia identificada con la bóveda celeste, que protege la tierra y está vinculada a la creación, domina –en la obra realizada en pastel y acrílico– la unión de todo lo existente. Pero lo esencial no escapa a la artista, es el camino que sitúa en el centro mismo de la composición y que se escapa, se pierde y se fuga de nuestro campo visual hacia la profundidad del cuadro.
La obra de Hildamaría se visualiza así, como un trayecto, el tiempo de un viaje pasado, presente y por venir. Un ciclo donde “El tiempo lo toma todo” (2010), y la artista sitúa en paradójica convivencia la luna en las fases extremas de su ciclo, revelando una síntesis del movimiento perpetuo en el que se desenvuelve la existencia, un proceso donde no existe el azar. Es así que en su poética, “El viaje es lo que cuenta” (2010). La artista se apropia de las palabras de Homero para mostrar en gran pantalla su ecocardiograma más reciente, el de los signos de su cadencia vital. Ese acompasado movimiento saca al corazón del silencio y la aparente serenidad donde lo colocaron el arte de la escultura, la pintura y el dibujo en sus obras artísticas. Se muestra dinámico en sus latidos y la imagen es de una enérgica carga expresiva y de una impactante fuerza visual. No es sólo el sonido de la vida lo que escuchamos sino su “eco”, su repetición, la propagación y persistencia de lo que creemos que se fue pero vuelve, de lo que percibimos igual pero diferente. Así son el arte y la vida durante el tiempo de un viaje en la obra reciente de Hildamaría: claves y designios para una reflexión, ética y humana.
Cojímar, noviembre de 2010