«En esta casa nació Federico García Lorca el 5 de junio de 1898», reza la placa.

A solo diecisiete kilómetros de Granada, rodeado de alamedas y fértiles campos bañados por el río Genil, se encuentra Fuente Vaqueros, patria chica del gran poeta andaluz Federico García Lorca, donde nació en 1898, «a las cinco de un cinco de junio», y cerca de allí también se fue de este mundo, cuando apenas asomaba sobre Europa la sombra del fascismo.
Al pequeño pueblo, de apenas dieciséis kilómetros cuadrados, no es fácil llegar sin la ayuda de un GPS, aunque a quienes sigan la Ruta de Washington Irving les será fácil pasar por Fuente Vaqueros, sin percatarse tal vez que pasaron.
Supe de la casa natal porque el doctor José Luis Moreno del Toro la frecuentó, impartió conferencias y presentó allí sus Poemas de Granada. Pero también porque la poesía de Federico me acompaña desde niño, cuando aprendí de memoria «La casada infiel», delicia de cuantos nos visitaban, quizá porque Rodolfo la había popularizado en su canción Nayla.
Desde 1993 guardo entre mis libros más preciados su Romancero gitano (1928), el más popular de cuantos escribió, y desde un poco más tarde La casa de Bernarda Alba (1936), con sus trágicas mujeres disputándose el amor de Pepe El Romano, retablo de una España necesitada de cambios estructurales que solo le llegarían tras el fin de Franco, casi cuarenta años después de escrita la obra y muerto el autor.
Mucho se ha hablado y escrito sobre su visita a La Habana en 1930 -cuando compartió con la familia Loynaz del Castillo-, de la escapada a Santiago, que le inspiró su «Son de negros en Cuba» y del cual ha quedado aquella frase memorable: «Si yo me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba». En la Isla escribió también parte de sus obras Así que pasen cinco años y El público.
Tales razones, más ciertas características personales que me acercan al dramaturgo, me impulsaron a «devolverle la visita», como intenta hacer todo buen cubano que frecuenta Andalucía y la Vega de Granada.
Abundan en Fuente Vaqueros, y en España toda, monumentos y museos construidos en memoria de Lorca. La calle frente a la casa natal lleva su nombre, y en la plaza cercana una fuente recuerda a habitantes y forasteros que, desde allí, ascendió una de las voces más importantes de la Generación del 27.
Tres personas recorrimos el Museo esa mañana. Estábamos en lo que fue la casa de su madre, doña Vicenta Lorca, la maestra del pueblo, quien fomentó su gusto literario. Al recorrerla, el guía hurgaba en momentos significativos de la vida del también pianista y abogado, hasta llegar al fatídico 18 de agosto de 1936, en que fue ejecutado en las afueras de Granada, tras el levantamiento militar que inició la Guerra Civil Española.
A pesar de su afinidad con el Frente Popular y ser abiertamente homosexual -delitos imperdonables en su época-, Lorca nunca se afilió a ninguna facción política. Se había declarado públicamente «católico, comunista, anarquista, libertario, tradicionalista y monárquico».
La ubicación meridional de Granada, la herencia morisca que aún reina aquí, su folclor y agreste geografía quedaron impresos en toda su obra poética, así como las costumbres y cultura del mundo gitano, al cual, sin embargo, le molestaba que lo relacionaran.
Su cosmos lo integran símbolos recurrentes como luna, agua, sangre, caballos, jinetes, hierbas y metales, que siempre terminan forjados en armas blancas que provocan tragedias. También son constantes el desgarro amoroso, la valentía, la melancolía y la pasión que caracterizan a su tierra y su gente. Todo esto lo confirmé andando por su terruño, escenario tangible de su vasta obra.
Debajo de un olivo fue fusilado Federico García Lorca, en el camino que va de Víznar a Alfacar, cerca de la ciudad de Granada. Su cuerpo permanece todavía en una fosa común anónima, en algún lugar de esos parajes.
Desde 2009, en aplicación de la Ley para la Recuperación de la Memoria Histórica, se ha excavado en muchos sitios de la comarca, sin encontrar nada. Sin embargo, su fructífera labor está en la cima del teatro hispano, y lo ubica como el poeta de mayor influencia y popularidad de la literatura española del siglo xx.
Al mediodía abandonábamos las antiguas tierras del duque de Wellington. Ciento veinte años después de su nacimiento, daba por cumplida mi deuda con Federico, y completado el camino que emprendí aquel día lejano en que aprendí los versos de «La casada infiel».