Le seguimos bailando a los paraísos perdidos
Bailarín, coreógrafo y escritor, Jesús Rubio Gamo nació en Madrid en 1982. Estudió ballet clásico y danza contemporánea en esa ciudad, y en Londres se tituló en Interpretación Gestual en la madrileña Real Escuela Superior de Arte Dramático (Resad) y obtuvo un máster de coreografía en The Place, legendario centro londinense de danza.
Su trabajo como creador —asegura la crítica— fluctúa de una etapa más conectada con la experimentación (Anunciación, Lección de anatomía en helicóptero, El rapto de Europa), a una más comprometida con los usos habituales de la danza contemporánea (su versión del Bolero de Ravel o Álvaro & Tania): «El camino no es recto. He querido
renegar lo aprendido en la Resad, pero me doy cuenta de que no he podido. Las primeras piezas en España tienen la visión clara de hacerme un pequeño hueco».
«En The Place me fue bien. Tenía un contrato, tuve beca… y al finalizar, estuve a caballo entre Londres y Madrid. Me quedé en España, pero pronto sentí que el potencial allí era menor. A Londres no he vuelto desde 2005. La ciudad me confrontaba con algo violento, y cuando estás allí ves más lo malo que lo bueno», asegura.
Las obras más recientes parecen asentar sus búsquedas, especialmente su solo Ahora que no somos demasiado viejos todavía, en el que combina su pasión por la danza y la escritura. «Con esta pieza sentí que encontraba un lugar. No una gran estructura ni un marco conceptual, sino intentar ser, buscar lo que había dentro de mí. Ha sido revelador, pero aun así sigo cuestionando cuál es el lenguaje. No es que quiera aprender otras cosas, no me voy a poner ahora a hacer acrobacias, pero con lo adquirido, con lo que tengo, me gustaría comunicar algo más personal al público», dice.
Esta obra, mitad danza, mitad escritura, creada en 2016 en varios periodos de residencia artística en DT Espacio Escénico y el Centro Cultural Conde Duque, en Madrid, se estrenó en octubre de ese año como parte del Festival Internacional Danza-MOS.
Ahora que no somos… fue candidata a los Premios Max 2017 en la categoría de Mejor Autor Revelación; seleccionada para la plataforma europea de Danza Contemporánea Aerowaves 2018 y para el catálogo de artistas de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid) 2018-2019, y elegida, además, por la Red Nacional de Danza Sueca para presentarse en seis ciudades de ese país durante 2019.
Podríamos dividir el solo en dos partes que se complementan: la primera, la interpretación de Rubio Gamo, minimalista, arriesgada, aprovechando tanto los silencios como la música de Ryuichi Sakamoto; y el monólogo, que también escribe e interpreta el propio coreógrafo. Danza y escritura, ha dicho, son dos de sus grandes pasiones. Y en esta pieza ambas se integran para hacernos reflexionar sobre el paso inevitable del tiempo y las cuestiones que aún podemos hacer o cambiar en la vida, más cuando se acerca una edad crucial, como parecen ser las cuatro décadas para el artista.
La obra —comenta Rubio— es un solo «de danza y escritura sobre mi situación actual. Sobre Madrid, la gente que tengo alrededor, sus deseos y expectativas, y sobre todos esos paraísos perdidos en los que una vez creímos y a los que todavía les seguimos bailando».
En el escenario observamos a un hombre transitando un conflicto existencial: Rubio parece enajenado, preocupado, atormentado por una situación repetitiva de la que busca salir. «Llevo ya varios años dándole vueltas: todavía no soy demasiado viejo para empezarlo todo de nuevo. Todavía estoy a tiempo de cambiar de opinión, de mudarme de ciudad o de irme a un pueblo abandonado», asegura el bailarín, ganador de la beca Mae-Aecid para desarrollar un Máster en Coreografía en la London Contemporary Dance School (The Place) y un Máster en Práctica Escénica y Cultura Visual por la Universidad de Alcalá, en colaboración con el Museo Nacional de Arte Reina Sofía.
Desde su estreno en 2016, Ahora que no somos demasiado viejos todavía se ha presentado en festivales y teatros de Madrid, Bilbao, Cádiz, Sevilla, Barcelona, Ourense, Valencia, La Coruña y Santa Cruz de Tenerife, y en Colonia (Alemania), Sofía (Bulgaria), Luxemburgo, Atenas (Grecia), Zadar (Croacia) y Brest (Francia), entre otras ciudades.
Jesús Rubio Gamo ha sido artista en residencia en centros como los Teatros del Canal, La Casa Encendida y la Compañía Nacional de Danza en Madrid, La Caldera, en Barcelona, el Ballet Biarritz, Dantzagunea, el Teatro Guimerá, y el Auditorio Adán Martín, en Tenerife. Ha recibido diferentes becas, como la DanceWeb Europe (ImpulsTanz, Viena) o el proyecto europeo Tour de Coreógrafos, desarrollado durante 2011 en diferentes centros coreográficos de Alemania, España, Francia, Irlanda y Polonia.
«No soy de seguir un camino, porque me aburro. Me voy encontrando con lugares y motivaciones que me hacen seguir trabajando. Son estos caminos distintos los que conforman mi búsqueda. Tengo algo muy matemático y algo muy emocional. Me fascina el detalle, el movimiento abstracto, pero, por otro lado, tengo necesidad de sentimientos concretos. El movimiento te da la posibilidad única de comunicar algo sin tener que decirlo. Es como un secreto», comenta el creador español.
Sus obras se han mostrado en festivales europeos. Fue premiado en las ediciones del Certamen Coreográfico de Madrid 2009 y 2010. Compagina su labor artística con la pedagogía y colabora asiduamente con la revista británica Dance Europe como escritor y traductor.
Su obra más reciente, Bolero, es interpretada por Clara Pampyn y Alberto Alonso, y según las palabras del catálogo es «una pieza sobre la obstinación, sobre el límite entre lo ligero y lo grave, sobre el tránsito entre el placer y el agotamiento. También podría decirse que es un baile sobre el paso del tiempo. Y es, desde luego, algo parecido a la melodía del Bolero de Ravel y al amor: algo que, de tanto usarse, casi siempre acaba por romperse».
«Gran bolero —nos cuenta— es una oportunidad para recordar que un día decidimos confiar en que la danza y la música iban a salvarnos de todo lo demás. Me estaba planteando algunas cosas y no sabía muy bien qué hacer, y un día me puse a escuchar el Bolero de Ravel. Fue como un impulso hacia adelante. Me subí. La música y la danza te salvan a menudo de la soledad. Primero hice un dúo de quince minutos. Ahora tenemos unos doce bailarines, seis de Madrid y otros seis de Barcelona. Todos juntos. La danza hace que el cuerpo tenga esperanza. La música transforma el tiempo en algo mejor».