En el último semestre Chile ha sido noticia permanente debido a las manifestaciones sociales multitudinarias que ha convocado el pueblo contra medidas neoliberales del gobierno y lamentablemente también por las reacciones represivas. El teatro, siempre con su olfato aguzado para medir las tensiones sociales, ya había dado muestras de insatisfacciones y abusos. Ahí están Mateluna, de Guillermo Calderón, sobre la injusta condena a un exguerrillero acusado falsamente de un asalto a un banco, en brillante experiencia de teatro documento; Ñuke, de Paula González, sobre las arbitrariedades que padece la población mapuche, representada en un espacio que reconstruye el de la ruca o vivienda típica de ese pueblo, y una pieza sui géneris que quiero comentar: Paisajes para no colorear, acerca de la violencia de género, desde la óptica de nueve adolescentes. 

El director, Marco Layera, es un polemista innato, que al frente de su compañía La Re-Sentida ha provocado revuelo con puestas en escena como La imaginación del futuro o La dictadura de lo cool, pues su teatro aborda con crudeza una herida que no cierra, causada por la dictadura.

Paisajes para no colorear es fruto es de un proceso colectivo en el cual nueve adolescentes de entre 13 y 17 años, y sin experiencia teatral, en talleres y encuentros dialogaron con más de un centenar de muchachas de cinco comunas de Santiago que habían sufrido abuso sexual o algún tipo de violencia; durante el proceso algunas de las mismas creadoras fueron víctimas de abuso. Bajo la guía de Marco y de Carolina de la Maza armaron escenas que develan hechos reales y muestran el compromiso de la juventud con problemas que no formaban parte de la agenda pública. Juntos construyen una hermosa trama escénica que articula lo artístico con lo social, denuncia la sociedad machista en que viven y rezuma ternura y solidaridad.

Esta obra se estrenó en el Festival Internacional de Nueva Dramaturgia en Berlín. Fue el éxito más sonado del Festival Santiago a Mil 2019. El público colmó la sala del Centro Cultural Gabriela Mistral y aplaudió de pie, emocionado. En octubre pasado, en el Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, buena parte de los asistentes al Teatro Falla gritamos «¡Bravo!» cuando las muchachas saludaron y desplegaron una tela con un rótulo en solidaridad con los manifestantes en Chile. Se han presentado también en Madrid, Barcelona y São Paulo. Siguen girando por el mundo, y siempre con fuerte impacto por la combinación de candor y crudeza de su discurso.

Desde el discurso simbólico, el teatro contribuye a las luchas reivindicativas de las mujeres.