Museo Oceanográfico.
Cremá de las Fallas.
Plaza de Toros y Estación del Norte.

Con sus tesoros históricos, sus obras maestras de la arquitectura moderna y sus nuevas ofertas culturales, Valencia es mucho más que fallas y paella. Una ciudad vanguardista donde pasado y futuro conviven armoniosamente con la explosiva alegría de vivir.

La muy conocida canción Valencia fue compuesta a comienzos del siglo XX y comienza diciendo Valencia es la tierra de las flores, de la luz y del amor. Si se hiciese una nueva versión para el siglo XXI, habría que añadir nuevas estrofas a las tradicionales. Por ejemplo, que es la ciudad con el Oceanográfico más grande de Europa y el Museo de la Ciencia más innovador, junto a un Hemisférico con una sensacional pantalla de 2.000 metros cuadrados; que su río se convirtió en jardín; que por su Palacio de la Música se pasean continuamente las orquestas más prestigiosas del planeta y muchas cosas más. Y sin embargo, sigue siendo cierto que las flores en Valencia abundan, la ciudad destella con luz propia y el visitante es recibido con amor.

Empezamos por el Centro El que llega a Valencia por tren, se apea en la Estación del Norte que es una auténtica joya del Arte Modernista, llena de mosaicos, guirnaldas de naranjas coloreadas, farolas de época, arquitectura del hierro y taquillas de madera. Uno baja del tren y se encuentra directamente en el centro de Valencia. Salimos de la estación y vemos a la derecha la Plaza de Toros, con aires de coliseo romano e inaugurada en 1.860. Las principales Ferias Taurinas son la de Fallas y la de Julio. En cuanto a festividades, Valencia tiene unas fiestas tradicionales realmente únicas. Son unas fiestas que al visitante le pueden parecer de locos, de locos maravillosos, porque a nadie se le ocurriría hacer preciosos monumentos de cartón y madera, que cuestan en conjunto millones de euros, y al cuarto día pegarles fuego, pues son más de 300 fallas las que arden la noche del 19 de marzo en toda la ciudad.

Cruzamos la Plaza del Ayuntamiento para acercarnos al Mercado Central. No hay en España mercado tan deslumbrante, escaparate de todos los frutos de la huerta. No sólo vegetal, también carnes, junto al mejor pescado y marisco del Mediterráneo. Por ejemplo, cuando alguien se plantea guisar una buena paella -en Valencia es donde se inventó este plato universal y donde se puede degustar la genuina paella- es capaz de desplazarse de lejos para encontrar en el Mercado Central los mejores productos. Frente al Mercado tenemos un monumento que ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Hablamos de La Lonja, tal vez la mejor muestra del arte gótico civil en España.

Del siglo XIII al XXI Cuando se habla de visitar ciudades, se alaban sus monumentos, la hermosura de sus restos históricos, sus edificios, calles y plazas. En cambio hasta ahora, al referirse a Valencia, se elegía como tema de conversación el carácter emprendedor, barroco y hasta desmesurado de sus habitantes, su capacidad para quemarlo todo en una hoguera deslumbrante o la rotundidad de la paella como plato diferente, la animación nocturna, las zonas de copas en el Barrio del Carmen o Cánovas. Parece como si, por mucho tiempo, nadie le hubiera prestado suficiente atención a la propia ciudad.

Ha tenido que aparecer lo nuevo para que se redescubriera lo viejo. Primero fue el IVAM (Instituto Valenciano de Arte Moderno), luego el Palacio de la Música y seguidamente la Ciudad de las Artes y las Ciencias, las iniciativas que están sirviendo como gancho mundial para que emergiera el enorme patrimonio histórico que tiene la ciudad. Las rehabilitaciones se han ido sucediendo a ritmo vertiginoso y estamos viendo que Valencia tiene mucha y muy buena piedra, en la que fue la mayor ciudad de la Península Ibérica, con sus 100.000 habitantes en el siglo XV, y una de las más importantes y bellas de Europa.

Resulta excitante contemplar el hermoso espacio arquitectónico de la Lonja de la Seda, edificada entre 1483 y 1498. Quince años de trabajos en el arte de la piedra dejaron su constancia en el espléndido salón columnario, la torre, y el anexo Consulado del Mar que se añadió posteriormente, ya camino del Renacimiento. Tal vez nos apetezca ver la ciudad a vista de pájaro desde la torre de la Catedral, llamada el Miguelete por haberse bendecido su campana el día de San Miguel. Para ello deberemos subir los doscientos siete peldaños de piedra por una angosta escalera de caracol. Su altura es de 51 metros, no es mucho, pero lo suficiente para llegar a ver el mar, la huerta y las montañas lejanas, descoloridas a la luz de la distancia.

Las fases constructivas de la Catedral se observan claramente en sus tres puertas. Se empezó a edificar por la puerta románica del siglo XIII, para luego cambiar los gustos hacia un gótico predominante en todo el edificio, como se ve en la Puerta de los Apóstoles del siglo XIV. Cuando llegaron a terminar el templo, ya había irrumpido el barroco, y podemos admirar su legado en la apoteosis pétrea de la Puerta de Las Rejas. La Iglesia es amplia e invita al paseo interior sosegado, pero un encanto especial tiene el Aula Capitular, de un gótico finísimo, paramentados su muros con trofeos de guerra medievales, frescos descoloridos y tumbas episcopales. En este Aula se venera el Santo Cáliz de la Última Cena. Quizá Indiana Jones se equivocara de escenario para encontrar el Santo Grial.

Alrededor de la Catedral se desarrolla toda la ciudad antigua, desde sus orígenes romanos excavados en un solar contiguo a la Basílica de la Virgen de los Desamparados -patrona de la ciudad- a la calle de Caballeros, que como su nombre indica era el barrio medieval de alcurnia, comenzando por el Palacio de la Generalidad y siguiendo con muchas casonas del cuatrocentismo. Especial mención merecen las Torres de Serranos -comenzadas a edificar en 1398- como el más bello vestigio de las murallas de la ciudad. Son visitables y ofrecen desde sus almenas una excelente atalaya al borde del cauce del río.

Como museo de imprescindible visita resaltaría el Nacional de Cerámica "González Marti", ubicado en el recargado palacio del Marqués de Dos Aguas, obra de estilo rococó.

El jardín del Turia El río Turia rodeaba la amurallada ciudad antigua casi en su totalidad. En su cauce se llegaron a escenificar batallas navales para entretenimiento de los monarcas durante sus visitas. Con el tiempo se fueron aprovechando sus escasas aguas para regar más huerta y para abastecer el consumo humano del área metropolitana, que ha ido creciendo hasta alcanzar actualmente un millón y medio de habitantes.

Durante todo el año predominan los días de sol y poca lluvia pero de vez en cuando se forma la gota fría en otoño y diluvia en pocos días lo que no cae en años. Entonces, el ancho cauce -habitualmente casi seco- se desbordaba causando estragos. Después de una de las últimas grandes riadas, la de 1957, se tomó la decisión de desviar el río Turia desde las afueras de la ciudad. El lecho vacío quedó como un fantástico espacio de 8 kilómetros a lo largo de la ciudad, que se ha ido llenando de grandes atractivos y espacios de ocio para todos, configurando un río de fiesta y cultura. Se puede encontrar la información completa en la web www.culturia.org

Los tramos más atractivos para el visitante son los del Palau de la Música, obra del arquitecto Ricardo Bofill, y los de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, diseñada por el valenciano Calatrava. Pero si el cauce en sí se está convirtiendo en un inusitado contenedor cultural, en sus orillas se encuentran dos de los museos más interesantes de España: el Museo de Bellas Artes -segunda pinacoteca nacional- con obras de Velázquez, Sorolla, Murillo, El Greco, etc. y el Museo de Arte Moderno (IVAM) con vanguardistas obras de Manolo Valdés, Saura, Viola, el escultor Julio González y otros grandes maestros.

WWW.CAC.COM La Ciudad de la Artes y las Ciencias se está confirmando como motor para atraer a visitantes de todas las partes del mundo. Valencia ha pasado de ser una amable ciudad de provincias a capital de la vanguardia arquitectónica y el turismo cultural. Ya de por sí, contemplar el diseño innovador de su arquitectura causa asombro. Posiblemente éstos serán los monumentos del futuro y, tal vez, dentro de siglos le inventen un nombre, como ahora decimos gótico o neoclásico. Este complejo lúdico-cultural se ubica en el antiguo cauce del río Turia. El conjunto incluye: el Palacio de las Artes (en construcción); el centro artístico de ópera, teatro, ballet y música; el Hemisférico, que dispone de planetario, cine IMAX y proyector de láser; el Museo Príncipe Felipe de las Ciencias, de ambiente lúdico e interactivo para aprender jugando; y el Oceanográfico, ciudad sumergida para conocer el mundo submarino de todos los océanos. Hoy, Valencia ofrece la oportunidad de pasear por túneles transparentes rodeados de tiburones, rayas y centenares de peces, sumergirnos a pleno pulmón en salas acondicionadas para que naden las ballenas beluga, o contemplar a los pingüinos nadando veloces bajo el agua, entre otras muchas sensaciones marinas, que harán inolvidable nuestra visita al Oceanográfico.