Canciones a todo color
Confieso que nunca había tenido una noción más o menos exacta de la enorme cantidad de canciones inspiradas y/o dedicadas a La Habana. He venido a tener conciencia del fenómeno a partir de un encargo de mi amigo José Luis Estrada para esta revista, a fin de que yo preparase un trabajo acerca de la representación de la capital de los cubanos desde la perspectiva de la música. Es cierto que antes de empezar a realizar algunos apuntes para luego escribir el texto, ya sabía de la existencia de un buen número de composiciones que abordaban el tema, pero tengo que confesar que nunca imaginé que fueran tantas las piezas hechas a tal efecto. Una búsqueda rápida por Internet y una que otra consulta con algunas amistades me hizo armar una lista con más de cien títulos de melodías creadas a propósito de ofrecer distintas miradas en relación con la otrora vocinglera Villa de San Cristóbal de La Habana.
En verdad, la identidad de ciudades como La Habana deriva de múltiples fuentes y es susceptible a cambios. Esta clase de urbe se encuentra vinculada a procesos históricos, ligada a las narrativas de todos los sectores de la población y re-creada a través de las prácticas cotidianas de la vida cultural. Obviamente, las percepciones acerca de un sitio como la capital cubana son fragmentadas por divisiones de etnicidad, clase y otros factores. De acuerdo con lo expresado por el académico estadounidense Robin Moore en una ponencia suya titulada Evocaciones de La Habana en las canciones de Gerardo Alfonso (trabajo presentado en el VII Congreso de la rama Latinoamericana de la IASPM, celebrado en La Habana en junio de 2006), más que «reflejar» las ideas de un lugar y momento, la música las interpreta y contribuye a su formación. Los artistas usan canciones para proyectar nuevas imágenes de la vida urbana en circulación.
Tal pareciera que es una ley no escrita que los músicos cubanos deben homenajear a la ciudad de La Habana para llegar a conocer el éxito en la isla. Como los cazadores antiguos, músicos de distintas generaciones y épocas le han ofrendado numerosas canciones, en espera de que ella, la ciudad madre, les otorgase su bendición. Así, con el transcurso del tiempo, La Habana acumula un record impresionante de canciones escritas como tributo a esta urbe.
Dadas las características del presente trabajo, me resulta literalmente imposible poder hacer un estudio o tan siquiera mención de todo ese vasto repertorio inspirado en la capital cubana. Incluso, creo que sería digno de una investigación académica formular un análisis de cómo la imagen de la ciudad vertida en textos escritos para diferentes géneros y estilos musicales ha ido cambiando según cada época en cuestión. Por lo pronto, yo solo hablaré aquí del acercamiento al tema de la representación de La Habana en distintas manifestaciones de la música popular urbana y en particular, en la Canción Cubana Contemporánea, hecha por compatriotas nuestros durante los últimos decenios, tanto dentro como fuera de las fronteras territoriales del país.
Existe consenso entre los estudiosos del tema de la música popular cubana en cuanto a que en la canción de origen trovadoresco, al igual que ha ocurrido en el resto de las manifestaciones artísticas en Cuba, durante los últimos 20 años ha habido cambios en su discurso, temas y enfoques. Es sabido que a través del devenir de la trova, desde fines del siglo XIX ha sido una tradición la vinculación de la misma con los problemas sociales, políticos y de toda índole dados en su época. Ese legado o vínculo con lo histórico tiene una continuidad en el quehacer de los creadores afiliados a la Nueva Trova y en los cultores de la Canción Cubana Contemporánea, porque la incorporación de lo social a la canción no entra en contradicción con el hecho de que esta continúe siendo un instrumento de expresión artística y al que se le otorga una dimensión trascendente, con lo que al género se le concede tal facultad desde una categoría popular. En dicho sentido, a partir de los últimos años de la década de los 80, y en especial a comienzos de los 90, cuando se producen acontecimientos como el derrumbe del campo socialista y la irrupción del Período Especial, hay una transformación en las poéticas artísticas y que se van a reflejar en el modo de ofrecer una mirada acerca de La Habana y su realidad.
Hay creadores que hacen del asunto de la representación de La Habana una suerte de arte poética. Esos son los casos de Carlos Varela, Frank Delgado y Gerardo Alfonso. Estos tres cantautores pueden reconocerse como cronistas de lo que sucede en lo fundamental dentro del ámbito urbano, y una y otra vez acuden temáticamente a La Habana, a la obsesión por la ciudad y sus paisajes, que para ellos trascienden el fenómeno geográfico para habitar dentro del ser humano.
La anterior es la lectura que, al menos en mi caso, le doy a temas como Bulevar y Jalisco Park, de Carlos Varela; La Habana está de bala y La farándula habanera, de Frank Delgado; o Aquí cualquiera tiene, Sábanas blancas, Lo que me atrapa y Suave, suave, de Gerardo Alfonso. En ese sentido, si una composición de Carlos es representativa de su relación con la capital cubana, esa resulta sin la menor discusión Habáname, singular declaración de amor por nuestra ciudad. En esta composición, como ha expresado Xenia Reloba en una ponencia presentada en uno de los congresos de LASA, Varela «personifica la ciudad, lamenta su deterioro y, desde una perspectiva comprometida, le canta. Aunque culpa explícitamente al paso del tiempo también se respira su inconformidad por la intervención destructiva o la indiferencia de sus habitantes».
En el análisis de cómo la música entre nosotros ha reflejado el día a día de la capital cubana, hay también que referirse al abordaje del asunto por parte de nuestros rockeros. Decididamente, atrás han quedado los tiempos en que el rock hecho por los cubanos tenía muchos problemas en cuanto a la calidad de sus letras. Desde mediados de los 90 es posible aludir a producciones caracterizadas por la buena factura en el discurso textual. Excelente ejemplo de ello lo encontramos en la banda sonora de la película Habana Blues, como lo demuestra la pieza homónima del filme, escrita por X Alfonso, Kelvis Ochoa y Descemer Bueno.
El saber expresar ideas inteligentes, incluso en una propuesta de clara orientación hacia lo comercial, en canciones donde La Habana resulta la protagonista, se trasluce en un álbum como Havana (Generamúsica), realizado por la agrupación homónima dentro de los parámetros del rock latino. En el fonograma se incluye un tema tan trascendente como Otro amanecer, que transmite el sentir de muchos de los miembros de nuestra generación que han emigrado. En virtud de su armoniosa conjunción entre música y texto, esta creación, escrita por Iván Latour en colaboración con Osamu Menéndez, clasifica entre lo mejor del rock nacional.
El grado de teatralidad y de mise-en-scene que son parte consustancial de la táctica de simpatía que caracteriza al cubano, igualmente conforman la motivación de nuestros artistas afiliados al discurso popero y que en sus creaciones han reflejado de un modo u otro la presente imagen de La Habana. A esto se suma en ellos la fuerza que ha cobrado entre nosotros el gusto por la burla pública, como lo evidencia cierta zona de la creación de una agrupación como Moneda Dura. En la constante ironía, en el choteo sutil, en ese exquisito relajo que campean por su libre albedrío en un disco como Cuando duerme La Habana, estamos en presencia de una de las claves de nuestro humor, del ser que somos. La prominencia de lo erótico ¿no corresponde al papel de esa función en la vida cotidiana de los cubanos? El uso de interjecciones, onomatopeyas, metáforas ¿no es sustancia viva del habla popular? Las interacciones exterior interior, el sometimiento de lo individual a lo colectivo, dados en una pieza como Romerillo –perteneciente al segundo álbum de Moneda Dura– son decisivas influencias, presencias indudables en el comportamiento de cada miembro de la comunidad.
Como parte del nuevo discurso que expresa la complejísima problemática de estos años, las angustias, los desasosiegos…, pero a la vez las alegrías y esperanzas, hay cambios de perspectiva, de enfoque y se tocan temas álgidos y conflictivos que de algún modo sintetizan el sentir de las generaciones de los 80 en adelante ante las transformaciones vertiginosas que tienen lugar en Cuba desde finales de la penúltima década del pasado siglo XX. Por ese camino, hay manifestaciones de un tratamiento neohistoricista en el trabajo de algunos compositores y que han dedicado temas a La Habana. Tal resulta el caso que se da en una pieza de Julio Fowler nombrada Tienda en Neptuno, en la que a partir de contar una historia de finales de los años 50 se dialoga con el presente.
El desencanto que a partir de inicios de los 90 aflora en la obra de cantautores, rockeros y raperos que en sus composiciones van a abordar el tema de La Habana será expresión tanto de la situación de crisis económica y que, en mayor o menor medida, nos afectase a todos los ciudadanos en el país, así como de lo impactante que resultó darse cuenta de lo irreal del mito en que se había vivido y bajo cuyo manto fuimos educados los nacidos con posterioridad al 1ro. de enero de 1959.
Como parte de la nostalgia por un mundo que se esfumó surge un repertorio de piezas que gana otra dimensión muy significativa para la cultura del país, en la que prevalece una visión hacia dentro en una constante angustia. Ello era una necesidad raigal de manifestar lo que se estaba sintiendo. Quien formule una revisión de mucha de la música de esos años, se dará cuenta de que la obra de no pocos creadores resulta un testimonio de las contradicciones y los disímiles sentimientos que tuvieron lugar en el país en tan complejo momento. Son composiciones que transmiten a la perfección el desaliento que se adueñó de muchos en determinada etapa del ayer reciente.
De ese modo, un sentimiento colectivo es codificado en versos cantados. Así, este tipo de creación de carácter dialógico para con su entorno se torna en arte, a la par que conjuga poesía y testimonio, interpretación de los tiempos y de tal forma, se mantiene viva la ya larga tradición entre nosotros de que el creador artístico se proyecte en absoluta conexión con la realidad.
Así, la creación musical recupera la función de ser interpretación de los tiempos y reaparece la figura del creador en funcionalidad con la abigarrada realidad, la cual es asumida no solo desde el interés de reflejarla, diseccionarla, exaltarla o denostarla, sino para, a partir de ella, conscientemente crear una realidad otra, o sea, la de la obra de arte y que, como es sabido, se atiene a lo que pudiéramos definir como una dialéctica particular que dicta, en última y/o primera instancia, los criterios de maestría y excelencia, y que son los parámetros que a la postre se tendrán en cuenta.
En otro orden, la emigración, temporal o definitiva, como experiencia pedagógica, como aditamento instructivo, tiene un papel de mucha importancia en la producción sonora de un gran número de jóvenes rockeros, raperos, cantautores… que han pasado a radicarse a partir de la década de los 90 del anterior siglo en diferentes sitios del mundo. La estancia en el extranjero y el contacto con mentalidades y culturas extrañas provocan en estos compositores e intérpretes un profundo sentimiento de nostalgia y de reafirmación de sus tradiciones autóctonas, que con posterioridad encuentran reflejo en su producción artística. He ahí la razón de por qué, por ejemplo, abundan canciones dedicadas a La Habana
La historia del arte cubano comprueba que la emigración hace que las personas se encierren en sus propias raíces. En muchos casos, la distancia idealiza a la Madre Patria. De ese idealismo nace la añoranza de los paisajes y de las gentes, de los cantos y de las danzas populares que componen el sustrato genuino de la cultura propia. Estos jóvenes músicos de nuestro país, en el presente afincados en sitios tan disímiles como España, México, Alemania, Estados Unidos, Italia, República Dominicana, Francia, Argentina, Finlandia, Japón, Suecia, Chile…, tomarán buena cuenta de los ritmos y de los giros melódicos de su amada tierra, transformándolos, adaptándolos e incluso, deconstruyéndolos hasta convertirlos en algo nuevo y distinto de lo precedente, tan brillante como sincero, y en cualquier caso, efectivo musicalmente. Por lo anterior, en mi criterio, con la proliferación de temas dedicados a La Habana por parte de creadores cubanos radicados fuera del país, se hace presente el deseo de superar la personal y propia nostalgia por una época ya quedada atrás, a fin de cuentas la memoria no es un pathos sino una elección respecto al pasado.
Uno de los principales valores de buena parte de la reciente creación musical dedicada a La Habana radica en ser continuidad de la indagación antropológica y sociológica que ha distinguido al arte en Cuba. El análisis de los textos de muchas de estas piezas funciona a manera de un resorte que nos facilita la comprensión de ciertos hilos invisibles, o visibles, que mueven el tejido social de la capital de nuestro país ahora mismo. Hoy esto se hace sin la menor retórica, sin tener que pronunciar palabras políticas, con la agudeza de entrever, en cada sentimiento o en cada actitud, su eco o su causa social.
Una ganancia de lo mejor entre esta clase de creación, en el sentido del intenso diálogo que sostiene con su entorno, radica en el hecho de que se ha librado de la ambición total de pretender posible definir la complejidad de nuestra situación en cada verso o estrofa de una melodía. Así, el tratado de sociología sobre La Habana del presente que se desprende de este repertorio musical resulta efectivo tanto por su carácter implícito, muy distante de lo verborreico, y que parte de lo emocional para abordar la actual vida en nuestra ciudad. Por ello, con independencia de las aptitudes, posturas y credos asumidos por cada cual, ya sea en Cuba o en otros países del mundo, los temas de rock, pop, rap, canción… facturados por nuestros compatriotas y que tienen como fuente de inspiración La Habana, no dejan de ser al menos un diagnóstico preciso de la época, un retrato del espíritu que la animó y la conmovió… Son creaciones que, si bien en no pocas ocasiones aparecen transidas por la nostalgia y la noción de pérdida, poseen como importantísimo valor el hecho de persistir en preservar la memoria.
Ello es expresión de un profundo y auténtico amor por hacer un país mejor y al que se refiere Vanito Brown (antes Caballero) en su composición Habana a todo color y que deviene el sentimiento común que da vigencia y trascendencia a la creación musical de cada generación que se ha inspirado en La Habana para dedicarle sus composiciones.
Gracias a la amistad forjada en otros momentos de nuestras vidas y al respeto mutuo por la manera de pensar de cada quien, sostengo un fluido intercambio con numerosos de los músicos cubanos radicados en diversos puntos del globo terráqueo y confieso que me llama muchísimo la atención que, a pesar del tiempo que lleven fuera de Cuba y del sitio en el que residan, al hablar o escribirme acerca de la obra que están haciendo como artistas se proyectan como si la hubieran realizado en nuestro país. Para ellos, este pedazo de tierra caribeña continúa siendo su punto de partida. No se trata de que en nuestros diálogos me teoricen al respecto, ni siquiera que traten de explicármelo. Nada de eso. Es algo que me transmiten, diría que de forma extrasensorial. Es por ello que temas compuestos en Madrid, Barcelona, París, Miami, New York, el D.F., Buenos Aires, hechas por compatriotas nuestros en tales ciudades a propósito de sus particulares sentimientos por La Habana y concebidos a partir de una perspectiva humanista, con miras a contribuir al crecimiento espiritual del potencial oyente, para mí son expresiones de lo verdaderamente revolucionario y de una Cuba que, gústenos o no, cada día es más transnacional, plural, políglota y transterritorial.