Caribe no fue un término al uso en el lenguaje geo-cultural hasta el siglo XX. La región no adquirió, ni en la cartografía ni en los diccionarios geográficos durante los primeros siglos coloniales, una delimitación precisa ni una diferenciación espacio-regional con características definidas

El espacio «Caribe» se autodefine por la propia complejidad de los diversos orígenes de sus pobladores, con su consiguiente multiplicidad lingüística. En la formación de una conciencia colectiva regional ha sido fundamental la comprensión del justo significado de los valores que compartimos en la noción de Caribe insular o de Caribe insular-costero continental, el Gran Caribe como suele llamarse a esa proyección expansiva del arco antillano.

Remitirnos a «Nuestros Primeros Padres», como denominara Manuel Galich a los habitantes antiguos de nuestros pueblos, significa valorar la dinámica constitutiva de estas culturas y sus procesos fundadores. Los desplazamientos originales que esos grupos humanos tejieron, inauguraron los caminos de los primeros encuentros culturales en esta parte del mundo. Ellos nos han dejado un legado trascendente de lenguas, creencias, imágenes y construcciones que integran hoy un conjunto patrimonial genésico en el que se inscriben los orígenes culturales caribeños.

Obras excepcionales, como Tikal, Cerén o Chichén Itzá, son centro de atención de numerosos visitantes y lugares adonde se llega en silencio, al saber que estamos remontando el tiempo de la historia. Son monumentos grandes como los continentes. En las islas, no se encuentran similares. En ellas sus habitantes de bohíos y canoas, desarrollaron un pensamiento mítico y un modo de vida diferente, una cultura agro-alfarera de escala humana y de convivencia simbólica con los cemíes y los poderes de la naturaleza.

La historia del continente innombrado en la visión euro-occidental comenzó por las islas del Caribe insular, primer espacio de contacto de las naves del Almirante Cristóbal Colón con los cultivadores de la yuca y las nuevas tierras, que suponía pertenecientes a los reinos orientales. Todo comenzó con la violación del límite, cuando España y Portugal decidieron traspasar la marca que -según la leyenda y la tradición- había fijado Hércules entre los montes Abila y Calpes para indicar el fin del mundo. Allí había escrito las palabras Non plus ultra, y con ellas quedó establecida la frontera entre lo conocido y lo desconocido.

Los viajes y los descubrimientos crearon la conciencia de la esfericidad del mundo. Se trató de un hito geográfico de trascendencia histórica pero también de un impacto socio cultural, y del inicio de un proceso marcado por el signo de la asimetría comunicativa y el conflicto semiótico de la alteridad. A través de los cuatro viajes colombinos se completó el mapa del Caribe, pues los recorridos que realizó definieron la geografía de lo que hoy identificamos como Cuenca caribeña, el espacio primigenio del Nuevo Mundo para los europeos hasta el encuentro de las tierras continentales.

Por las casualidades de la historia, esa cuenca recién «descubierta» delimitaba un nuevo mediterráneo, que como el fundador de la cultura europea occidental, sería también una zona de confluencias, confrontaciones y cruzamientos. A la velocidad de bergantines y carabelas, de las versiones e historias contadas desde lejos, se construyeron las visiones de las tierras recién encontradas. Entonces la escritura impuso sus reglas, y la historia contada por los otros, se convirtió en la historia de nosotros.

Los nuevos pobladores hispánicos vinieron para quedarse y construyeron iglesias, palacios y fortalezas tratando de reproducir los modelos de referencia europeos que poco a poco requirieron adecuaciones a las nuevas topografías y condiciones climáticas.

Un conjunto defensivo militar como el que conserva la ciudad de La Habana en el entorno de su bahía de bolsa, y otros similares en zonas portuarias de las islas y el continente, revelan las inquietudes de la metrópoli española ante las apetencias que se despertaban en las otras grandes potencias europeas por el botín americano. El mar Caribe fue testigo de la piratería, el filibusterismo y las acciones militares que terminarían por hacer de esta agua una frontera imperial, con palabras de Juan Bosch.

Las múltiples lenguas que hablamos proceden de las metrópolis coloniales respectivas. Sin embargo, existe en el Caribe un modo peculiar de decir y una manera caribeña de expresar, y múltiples lenguas indígenas y créoles surgidas de las simbiosis de lo europeo, lo africano, y otras posibles influencias.

Son muchos los sentimientos y pensamientos comunes, las acciones y las reacciones, que ya se han integrado al proceso inclusivo de las culturas del Caribe y que se nos revela como la cualidad que mejor identifica a este lugar del mundo donde todos llegaron. La cultura es el elemento integrador de esa geografía dispersa y es por eso que tiene un profundo carácter emancipatorio y liberador.

Las islas del Caribe vivieron una satelización con respecto a sus metrópolis, cada una girando en esas órbitas diferenciadas, y todas en galaxias distintas que las dividieron y fragmentaron en sus sistemas de relaciones e interconexión, lo que amplió las distancias geográficas de los naturales pasos de mar que existen entre ellas. En este panorama de encuentros y desencuentros, la identidad caribeña ha actuado históricamente como una contraofensiva cultural al aislamiento y a la parcelación creada por la historia colonial, y como un magma antihegemónico profundo, cuyo sustrato esencial está en sus fuentes populares.

La entrada masiva de esclavos procedentes de África en los territorios caribeños marcó un momento esencial en esa trayectoria cultural. África es recurrente en toda la cultura del Caribe. Es una fuente nutricia de imaginarios a partir de lo que significó la masiva trata negrera. Fueron millones los individuos traídos a las islas y repartidos por todo el continente que se preguntarían -en su inquietud- dónde estaban y por qué. Muchas debieron ser las respuestas. Entre ellas la reivindicación de la palabra libertad.

Otros procesos migratorios tendrían lugar a lo largo de los dos últimos siglos. Y la cultura caribeña se haría receptora de influencias procedentes de la India y de China. Lo más importante a destacar es cómo el proceso de sedimentación cultural tiene su más sólida concreción en las expresiones múltiples de la cultura popular, sobre todo cuando desde unas islas a otras se producen interacciones de población y con ellas, de diversos modos artísticos, musicales y danzarios. Fueron los desplazamientos interinsulares e ínsulo-continentales los que generaron ese entretejido que define la unidad y diversidad de las culturas caribeñas: el vodú haitiano en Cuba, los garífunas en Belice, los ritmos costeros colombianos, entre otros.

La memoria colectiva de nuestros países, constituye un elemento fundamental para construir puentes entre las islas y de ellas con los territorios mayores. Los intercambios culturales son un espacio de encuentro y debate sobre las realidades actuales e históricas. La circulación de pensamiento sobre soportes diversos urge para el diálogo cultural intercaribeño.

Pero no se trata sólo de la dimensión puntual de eventos ocasionales. Se trata de alcanzar la sistematicidad en la educación y en el conocimiento sobre el Caribe en la formación de nuevas generaciones, lo que presupone el trabajo en equipos interdisciplinarios y el reto de comprender el carácter contradictorio de la modernidad en la que se inserta el Caribe. Ello será una contribución fundamental a los problemas de los estudios culturales en esta parte del mundo.

La educación y la cultura son los mejores caminos para recuperar y proteger un legado cultural que ha estado marcado por las estigmatizaciones y los estereotipos. Habitar nuestra diferencia y comprenderla desde su interior es tarea fundamental y se inicia desde los libros de lectura, de historia, con los que el niño entra en contacto con su contexto y su vocabulario inicial.

Se trata pues de proteger todo el Patrimonio que es en sí mismo el Caribe, donde la naturaleza resulta parte esencial, y que en todo su espacio manifiesta una identidad diferenciada en la arquitectura, en los ambientes, en la expresión, en las artes.. de lo que fueron sus centros metropolitanos.

Es ese su patrimonio esencial, su capacidad para la regeneración creativa de lo implantado y la reconversión de significados en expresión de una nueva personalidad cultural.