Para ese caminante que tensa sus sentidos y sus emociones en cada viaje para ampliar sus horizontes, hemos diseñado este recorrido por Diez Sitios del Caribe y Centroamérica declarados por la UNESCO Patrimonios de la Humanidad

1 La Citadelle el reino de este mundo

No por gusto el novelista cubano Alejo Carpentier situó buena parte de la trama de su novela «El reino de este mundo» en esa reliquia imponente, que hace 25 años saltó a la lista de sitios declarados por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad. La Fortaleza de La Citadelle (o La Ciudadela), el Palacio de Sans Souci y las Fortificaciones de Remiers, ubicadas en el Parque Nacional Histórico de Haití, están entre los sitios de más historia en el Caribe.

Para lograr la completa observación de estas instalaciones, el visitante tendrá que tomar caballo o seguir el sendero a pie, pues no son de fácil acceso sus más auténticos y pintorescos rincones, situados a unos 30 km de Cabo Haitiano.

Los tres conjuntos de edificaciones fueron mandados a construir en el siglo XIX por Henri Christophe, nacido en 1767 en la Isla de Granada, quien se alió a los rebeldes negros que luchaban contra el dominio francés, y en 1807 tomó la Presidencia de Haití en la región Norte, autoproclamándose Rey del Norte en 1811 cuando cambió su nombre por el de Enrique I.

Por su atracción ante las obras de arquitectura, Christophe dispuso la construcción de La Citadelle, de Ramiers y del Palacio de Sans Souci. Allí ejerció su reinado de forma tiránica hasta 1820, cuando, paralizado por una hemiplejia, se suicidó.

La Citadelle es una monumental fortaleza de 875 metros de altitud, erigida entre 1805 y 1820 en la cima de la montaña de La Ferriere. Sus murallas poseen cuatro metros de ancho por 40 de altura, ocupa una extensión de 10 000 metros cuadrados, y para edificarla fueron necesarios más de 20 000 hombres. Las Fortificaciones de Ramiers fueron levantadas adjuntas a esta fortaleza madre, y abarcan cuatro fortines menores y una residencia, cuyas características se integran, sin rupturas, al estilo y estructura de la edificación mayor.

El Palacio de Sans Souci se construyó en plena guerra civil, después de la independencia de Haití y de la muerte del mandatario Dessalines, y en él se pretendió imitar la belleza del palacio francés de Versalles. Sus instalaciones acogieron la corte del rey Henri Christophe, integrada por cuatro princesas, ocho duques, 22 condes y 37 barones, todos propietarios en las regiones norteñas del país, donde predominaban los nobles y esclavos negros.

Justo en ese contexto de verdes montañas, ruinas y castillos transcurre la vida de los personajes de otra novela: «Gobernadores del Rocío». El paisaje campesino, escenario de la esclavitud y la decadencia del imperio haitiano, con sus costumbres y fuertes raíces religiosas, fue motivo de inspiración para Jacques Roumain, voz por antonomasia de esa nación caribeña, que hoy rinde homenaje al novelista en su centenario.

2 La Habana Vieja de muros y torreones

Quizás ninguna ciudad del Nuevo Mundo haya sido tan codiciada como lo fue a lo largo de su historia La Habana. Por eso, quizás ninguna pueda exhibir tan inmenso collar de fortificaciones como lo tiene, todavía hoy, la antigua Villa de San Cristóbal.

Desde que en 1537 y 1538 le tocó a La Habana sufrir el asalto de piratas franceses, se levantó por Hernando de Soto, adelantado del Rey de España, la «La Fuerza», que bien poco pudo ante el azote del corsario Jacques de Sores, quien en julio de 1555 la convirtió en cenizas. Reconstruido nuevamente entre 1558 y 1577, el Castillo de la Real Fuerza es la más antigua fortaleza que se conserva en Cuba.

A su sólida edificación, con baluartes en sus cuatro ángulos y levantada totalmente con piedras calizas cubanas llamadas jaimanitas, se le adicionó entre 1630 y 1634, en tiempos del gobernador Juan Vitrían de Viamonte, una torre de vigía circular, coronada en lo alto con una bella estatuilla de bronce a modo de veleta conocida como La Giraldilla, actualmente símbolo de la ciudad y del ron Havana Club.

La Fuerza fue durante mucho tiempo almacén para los tesoros de «La Flota», agrupación de navíos que dos veces al año surcaban el Océano Atlántico para llevar las riquezas del Nuevo Mundo a los Reyes españoles.

Por ese motivo se edificaron además San Salvador de La Punta, cuya construcción comenzó en 1598, y el Castillo de los Tres Reyes del Morro, ambos erigidos bajo la mirada atenta del ingeniero militar Juan Bautista Antonelli, designado por Felipe II para fortificar Cuba y otras tierras del Caribe.

Así, durante más de un siglo las fortalezas alejaron a corsarios, piratas o posibles invasores de San Cristóbal de La Habana, que entre 1671 y 1740 quedó completamente amurallada, con puertas que se cerraban y una enorme cadena que se tendía a través de la bahía. Todo fue bien hasta que en junio de 1762, en guerra España e Inglaterra, los ingleses cercaron La Habana con una flota imponente de 26 navíos de línea y 13 fragatas, unos 2 000 cañones y 15 barcos de transporte en los que viajaban 25 000 hombres. Tras duros combates, los británicos vencieron la resistencia de los criollos y durante un año completo dominaron La Habana, hasta que España decidió canjearla por Florida.

No obstante, el Rey Carlos III, espantado ante la idea de volver a perderla, mandó a reconstruir las defensas. Además se levantaron tres nuevas construcciones: el Castillo de Atarés, El Príncipe y San Carlos de La Cabaña, la más grande fortificación del Nuevo Mundo.

Pocos cambios tuvieron desde entonces los fuertes, salvo el Castillo del Morro, donde se construyeron nuevas baterías, y se le agregó en 1845 su faro.

También fue erigida en la loma de Taganana, casi al extremo de la Caleta de San Lázaro, sitio habitual de desembarcos de piratas, la Batería de Santa Clara, donde todavía hoy se conservan algunos de sus impresionantes Cañones Ordoñez, considerados entre las más grandes piezas artilleras de su época.

3 Tikal El primer Patrimonio

Su condición de primer sitio arqueológico declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, en 1979, y un lustro después pionero también entre las áreas patrimoniales mixtas (ecológica y arqueológica), hacen de las ruinas de Tikal, en la selva guatemalteca, el sueño muchas veces acariciado de miles de viajeros. Este gran tesoro de la arqueología mundial fue, durante más de 1 500 años, asiento de una ciudad sagrada, erigida en medio de la selva por los mayas.

Del altísimo desarrollo cultural, arquitectónico, urbanístico y astronómico que logró la civilización creada por aquellos hombres de maíz, dan fe los restos visibles de Tikal, una urbe que se asegura llegó a abarcar más de 60 km², pero de los cuales apenas 16 han sido cartografiados.

A pesar de ello, hoy pueden recorrerse allí más de tres mil construcciones diferentes, entre palacios, templos, plataformas ceremoniales, juegos de pelota, plazas, terrazas, residencias, calzadas y baños de vapor.

Este «Lugar escondido donde los dioses hablan», nombre con que lo bautizó en 1863 Sylvanus Morley, forma parte del Parque Nacional Tikal, situado a su vez en el selvático y norteño departamento de El Petén, el más grande y menos poblado de Guatemala.

Tikal dista a unos 500 km de la capital del país y a 55 de la ciudad más cercana, Flores. Desde allí, todos los días del año y apenas rayando el amanecer, cientos de visitantes van al encuentro de esta deslumbrante maravilla arqueológica situada, por demás, dentro de la Reserva de la Biosfera Maya, que se extiende sobre 50 000 km² de tupido bosque tropical.

La real dimensión de este Parque Natural sólo puede apreciarse subiendo a lo más alto del llamado Templo IV, o de la Serpiente de Dos Cabezas, que con 65 metros de altitud es la construcción más alta de todo Tikal. Desde esa altura la vista es impresionante: no sólo por la apreciable magnitud del sitio arqueológico, sino también por el esplendor de su fauna y su flora.

Las siluetas de los otros templos principales son visibles también desde allí: el Templo del Gran Jaguar, el Templo de las Máscaras, el Templo de las Inscripciones, y los Templos III y V (este último la única pirámide del sitio donde no se ha descubierto una tumba, por lo que su propósito continúa siendo todavía un gran misterio).

Todos ellos resultan imponentes, como también lo son la Gran Plaza (el antiguo corazón de la ciudad), la Plaza de la Gran Pirámide o Mundo Perdido, la Plaza de los Siete Templos, la Acrópolis Central, y los palacios de las Ventanas o de los Murciélagos, el del Cielo Tormentoso, de Maler, de las Acanaladuras y el de los Cinco Pisos.

En Tikal es también visita obligada el Museo de Silvanus Morley, donde se exhiben piezas de la cámara de entierro de los Señores de Tikal, una colección de cerámica, hueso tallado, jade y esculturas, que hablan de una cultura material maya que ha desafiado el tiempo.

4 Copán El París de los Mayas

Las Ruinas Mayas de Copán, en la región occidental de Honduras, justo a unos 14 kilómetros de la frontera con Guatemala, resultan el lugar más interesante y atractivo de este país centroamericano.

Declaradas por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad en 1980, entre arqueólogos e historiadores ha quedado este sitio del territorio hondureño como el «París de la cultura maya», homologándolo a la capital de Francia, blasón de la civilización europea. El Parque Arqueológico de Copán se divide en diversas zonas de interés para los visitantes, como el Juego de Pelota, considerado el centro social de la ciudad, o La Gran Plaza, famosa por las estelas, monumentos conmemorativos y altares que la decoran.

También asombran monumentos como la Escalinata Jeroglífica, la más meridional de las grandes ruinas mayas, que por sus múltiples inscripciones permiten datar su construcción a mediados del siglo VIII.

Esta gran escalera monumental, que permitía acceder a un templete superior, hoy desaparecido, se organiza en un solo tramo de 90 peldaños, donde se esculpieron más de 2 500 jeroglíficos.

Sólo los dieciséis primeros peldaños están en su lugar original, pues muchos de la parte alta están desprendidos, lo que ha imposibilitado descifrar sus jeroglíficos. La Escalinata de los Jeroglíficos se alzaba en el lateral de una gran plaza, en un lugar preeminente, lo cual parece confirmar que el templete puede haber sido el centro o laboratorio de los estudios astronómicos efectuados por los mayas en Copán. Erigida en el año 749 por el Rey Humo Caracol para perpetuar el éxito del reino maya, es la inscripción más extensa que se encuentra en el mundo moderno sobre la otrora poderosa civilización, y probablemente el monumento más famoso de Copán.

La Acrópolis, por su parte, está dividida en dos grandes plazas: la oriental y la occidental, donde aun persisten monumentos como el Templo II, levantado por el último rey de Copán, Yax-Pac; o el Templo 16, bajo cuya construcción se encontró otro similar casi en perfectas condiciones, joya única en el mundo: el templo Rosalila.

A unos dos kilómetros del Parque Arqueológico se encuentran las Sepulturas, que fuera zona residencial de la élite copaneca durante el último reinado maya, llamada así por la costumbre maya de enterrar a sus muertos en la misma casa donde habitaban.

Visitar las Ruinas Mayas de Copán es darle la mano a una cultura americana emblemática e inolvidable, que se alza en medio de una jungla tropical que con sus montañas, selva virgen, lagos tranquilos y ríos tumultuosos arropa la historia del mundo maya.

5 Joya de Cerén la ciudad sepultada

Visitar Joya de Cerén, en El Salvador, es como viajar hacia el mundo perdido de la más importante civilización indígena de América. Esta comunidad, situada a 35 km al occidente de la capital salvadoreña, se considera el hallazgo arqueológico más importante de los últimos años en toda la llamada Ruta Maya. Y no porque sus estructuras tengan la envergadura de un Copán hondureño, sino porque muestra, con extraordinaria frescura, la vida diaria del pueblo maya.

Sus casas, caminos, vasijas, utensilios de cocina, cestos y hasta semillas originales pueden ser vistos y tocados por los visitantes en esta sorprendente comunidad prehispánica, única del mundo maya en mantenerse intacta desde hace 1 400 años, debido a la erupción de un poderoso volcán.

Joya de Cerén fue una comunidad agrícola maya que, al igual que Pompeya, en Italia, quedó sepultada bajo los candentes desechos del volcán Loma Caldera, situado a menos de un kilómetro del asentamiento.

La erupción afectó solamente 5 km², pero enterró a la aldea bajo 14 capas de cenizas, las cuales cayeron en oleadas a temperaturas que oscilaban entre 100 y 500 grados Celsius.

Como no se ha encontrado ningún resto humano, se cree que los aldeanos lograron huir a tiempo, dejando atrás utensilios, cerámicas, granos y casas, sepultados por las cenizas. Llamada la «Pompeya de América», Joya de Cerén es uno de los sitios arqueológicos más fascinantes a escala universal y punto de referencia obligada en el turismo internacional.

Precisamente por esas razones asume el título de Joya, pues Cerén es el nombre de la hacienda donde a partir de 1976 realizó importantes investigaciones el profesor de Antropología Pasyson D. Sheets, de la Universidad de Colorado, en Estados Unidos de América. Debido a su importancia científica y cultural, Joya de Cerén fue declarada en 1993 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Allí, diez edificaciones, viviendas, edificios comunitarios y hasta un temascal o baño de vapor, le muestran a los turistas la realidad cotidiana del pueblo que dejó escrita una página inolvidable en la historia.

6 Isla del Coco excelente escapada

«Sin ingredientes artificiales», tal y como rezan las campañas de publicidad turística, se antoja una visita a la increíble y fantástica Isla del Coco, un recóndito paraje de la geografía costarricense, de apenas 24 km², localizado en el Océano Pacífico, a más de 530 kms de Cabo Blanco.

Llegar hasta este Parque Nacional declarado por la UNESCO Patrimonio Natural de la Humanidad en 1997 es, de por sí, un verdadero reto: con la mar en calma, la travesía desde territorio firme puede demorar entre 30 y 36 horas.

Una vez allí, el lugar sorprende con su biodiversidad excepcional y regala a los más intrépidos la posibilidad de explorar una geografía irregular y abrupta: ríos, quebradas, cascadas, cuevas submarinas y acantilados de hasta 183 metros de altitud, y como si fuera poco, también es posible bucear a mar abierto en sus límpidas aguas azul turquesa.

Para muchos la mejor época del año para emprender una escapada a la Isla del Coco es entre los meses de enero y marzo, el período menos lluvioso. También en esta temporada las condiciones para bucear son idóneas, pues en días de sol la visibilidad puede rebasar los 100 pies.

Eso sí: las inmersiones son recomendables sólo para buzos con experiencia y deben realizarse en grupos no mayores de diez personas, guiados por un Dive Master acreditado, que lo llevará a ambientes diversos como los de Silverado, Isla Manuelita, Roca Sucia, Dos Amigos, Alcyone o Bahía Wafer.

Cubierta por un bosque verde y tupido, la Isla del Coco está considerada por los científicos uno de los mayores laboratorio biológicos del planeta. En su inventario de biodiversidad figuran 1 300 especies animales marinas y terrestres, y 235 de plantas. En otros tiempos, llegar a este maravilloso pedazo de tierra que pisó por primera vez el navegante español Juan Cabezas, en 1526, fue el sueño dorado de los caza-fortunas, conocedores de cientos de leyendas, según las cuales entre 1684 y 1821 bucaneros y piratas enterraron allí varios tesoros.

Tan llamativa resultó la historia, que a finales del siglo XIX el Gobernador de la Isla, el alemán Augusto Gissler, quizo establecer en la zona a 50 familias germanas para que trabajaran la tierra, mientras él trató en vano durante más de tres lustros de hacerse de las fortunas escondidas.

Hoy, salvo científicos autorizados, nadie más puede pernoctar en este territorio, en el que tampoco está permitido acosar la fauna terrestre o marina, ni extraer muestras de su flora.

7 Belice cofre azul para corales

Con casi 300 km de aventuras submarinas, Belice sorprende al viajero con una de las mayores barrera coralinas del Hemisferio Occidental. Este paraíso de los buceadores y uno de los centros clave de la cultura maya, está situado en América Central, y con apenas 23,000 km2 tiene fronteras con México al norte, Guatemala al oeste y el Mar Caribe al este. Si antes sus costas eran objetivo de grandes imperios coloniales como el español y el británico, ahora constituyen uno de los tesoros más demandados por submarinistas de todo el mundo.

Además de poseer una de las barreras de coral más extensa del planeta, el país centroamericano está plagado de atolones que flotan sobre las aguas de sus costas. Por eso no es de extrañar que el arrecife de Belice llame la atención de buceadores y biólogos marinos, o que haya sido incluido entre las Siete Maravillas Submarinas del Mundo.

Lugares como el Cenote Azul - conocido como Blue Hole -se han convertido en el emblema del Belice marinero, gracias al científico francés Jacques Ives Cousteau, quien dio a conocer en 1970 este inmenso agujero, de más de 300 metros de diámetro y 135 metros de profundidad, formado en el centro del atolón del arrecife del Faro o Lighthouse, a 80 kilómetros al este de la ciudad de Belice.

Otro sitio especial es el callejón del Tiburón Ray, dentro de la reserva marina de Hol Chan, cuya gran atracción consiste en ver bailar a ejemplares de tiburones gato mientras un buceador les da de comer. También pueden visitarse parajes como Cayo Media Luna y el Cayo de Pájaro Risueño, dos de los innumerables parques nacionales de un país donde este tipo de reservas ocupa casi la mitad de la extensión de su territorio.

Además se puede recorrer la Reserva Marina de Hol Chan («canal pequeño» en lengua maya), al sudeste de la Barrera de Arrecifes, en el cayo Ambergris, donde es posible ver gran cantidad de rayas y tiburones nodriza en uno de los lugares más espectaculares de todo el Caribe.

Son muy conocidos los parques nacionales más nuevos como Laughing Bird («Pájaro Reidor»), localizado 21 km al sudeste de Belice, ideal para el buceo con snorkel o con tanque, ya que su arrecife coralino posee profundos canales, algo característico de estos fondos marinos. 8 Cartagena ciudad de piedra

Todavía, a más de cuatro siglos de que el corsario inglés Francis Drake atacara en 1586 a la entonces naciente Cartagena de Indias, la ciudad parece estarlo esperando con sus murallas intactas, listas para derrotar cualquier intento de invasión.

Nacida amurallada tras el saqueo del afamado corsario a las órdenes del Imperio británico, Cartagena de Indias es hoy el polo turístico más importante de Colombia, y uno de los sitios de América de más fascinante historia, lo cual le valió que la UNESCO la declarara Patrimonio de la Humanidad en 1984.

Capital del Departamento de Bolívar, y con casi un millón de habitantes, Cartagena fue uno de los puertos de mayor actividad durante toda la colonia, por lo cual no es extraño que los británicos intentaran de nuevo tomarla en marzo de 1741, cuando la ciudad fue sitiada por las tropas del almirante inglés Edward Vernon, que congregó para ello una escuadra de 186 navíos y 23 600 hombres, la flota más grande reunida hasta entonces y que no sería superada hasta el Desembarco de Normandía, durante la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, ya la ciudad estaba preparada para cualquier ataque, pues un complejo sistema de fortificaciones la dividió en cinco barrios: Santa Catalina, con la catedral y numerosos palacios estilo andaluz; Santo Toribio, donde vivían los comerciantes y la pequeña burguesía; La Merced, emplazamiento del cuartel del batallón fijo; San Sebastián, barrio de viviendas modestas de un solo piso, y el arrabal de Getsemaní, distrito de artesanos y trabajadores del puerto.

Todavía pueden recorrerse estos lugares, o visitar edificios coloniales como la Casa del Marqués del Premio Real, la Casa de la Aduana, la Iglesia y Convento de San Pedro, e incluso la Alcaldía Mayor o el Museo de Arte Moderno.

Cartagena, que es una y dos al mismo tiempo, la «Cartagena Conocida o de Indias», el destino turístico, y la «Cartagena Champetuda», donde hoy se levantan las edificaciones modernas, es famosa en todo el mundo por sus monumentos, hoteles, playas, por la vida nocturna, la exquisita comida, pero en especial por su gente alegre, amable y extrovertida, quienes dan color a la ciudad más bulliciosa del Caribe.

9 Portobelo y San Lorenzo Las puertas hacia el Pacífico

Situadas en la costa caribeña de Panamá y asediadas en sus orígenes por la piratería, las fortificaciones de Portobelo y San Lorenzo muestran la huella indiscutible del arquitecto italiano Juan Bautista Antonelli.

Declaradas por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1980, estas construccioness de gran belleza y majestuosidad son espléndidos ejemplos de la arquitectura militar de los siglos XVII y XVIII, época en que integraban el sistema defensivo de la Corona Española.

Necesitados de una vía de comunicación entre los dos océanos, que pusiera en contacto a España con las tierras de Perú y Bolivia, el río Chagres asumió esa función desde 1503.

Pronto su desembocadura, donde se encuentran las ciudades de Colón, Portobelo y San Lorenzo, se vio amenazada por ataques de piratas, corsarios y bucaneros, lo que hizo imprescindible las fortificaciones. La bahía de Portobelo, descubierta por Colón en 1502, durante su cuarto y último viaje de conquista, tuvo como antecedente el poblado Nombre de Dios, el cual fue remplazado en 1597 por la actual urbe de Portobelo, entre Playa Langosta y María Chiquita. Bautizada en aquellos tiempos fundacionales como «San Felipe de Portobelo», en honor al monarca español Felipe II, la villa conserva hoy parte de su arquitectura colonial. Allí el Fuerte de San Lorenzo es la fortificación española más impresionante que aún queda en Panamá, desde que las primeras edificaciones militares fueron construidas en 1595, a pesar de lo cual cayeron en repetidas ocasiones en manos de piratas como Francis Drake (1596) y Henry Morgan (1670). En la ciudad destacan también los castillos de San Jerónimo, Santiago de la Gloria, San Cristóbal y el Castillo de Hierro de San Felipe de Sotomayor, la fortificación más importante de la ciudad, a la que se une el fuerte El Farnesio.

El conjunto de estas fortificaciones, además de algunos edificios coloniales, los restos de antiquísimas maquinarias militares y las trincheras que se conservan en el entorno de la bahía, forman parte de las 35 929 hectáreas que integran el llamado Parque Nacional

10 Portobelo. Chichén Itzá El calendario gigante

«En la orilla del Pozo de los Itzáes», o lo que es lo mismo, en Chichén Itzá, duerme buena parte del mundo maya asentado en el estado mexicano de Yucatán. Esta zona arqueológica, seleccionada en 1988 como Patrimonio de la Humanidad por la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), fue hacia el siglo IX precolombino uno de los más importantes centros políticos de las tierras bajas del Mayab.

Un diseño esmerado, que incluye pirámides monumentales, grandes edificaciones y amplias calzadas conforman la fisonomía de Chichén Itzá, antigua ciudad de guerreros, sacerdotes y comerciantes que dominaron a los pueblos toltecas.

Este conjunto arquitectónico suma hoy a su condición patrimonial, la preferencia de millones de internautas, que la seleccionaron entre las «Siete Nuevas Maravillas del Mundo», pues Chichén Itzá no sólo guarda parte de la historia del pueblo maya sino, además, sorpresas únicas, que el turista respetuosamente debe ayudar a conservar.

La Pirámide de Kukulkán, símbolo por excelencia de Chichén Itzá, constituye uno de los edificios más altos y notables de la arquitectura maya. Asentada sobre una plataforma rectangular de 55,5 metros de ancho y con una altura de 24 metros, resulta el mejor testimonio de los conocimientos más profundos sobre astronomía desarrollados por los mayas. La suma de todos los escalones da 365 como el año maya... y el nuestro.

Su diseño permite que dos veces al año, durante el equinoccio de primavera y otoño, una sombra sinuosa descienda por la escalera norte en busca de los relieves con las cabezas de serpiente de la base, para formar el cuerpo de una serpiente del tamaño de la pirámide. Este instante, esperado y único, en que los rayos solares dibujan la serpiente, o sea al dios Kukulkán, representa en la cosmogonía maya el «descenso del dios para dar fertilidad a la tierra». Para mayor sorpresa, esta visión se combina con otro fenómeno acústico: si uno se coloca frente a la pirámide, alineado el cuerpo con el centro de la escalera, y grita o da una palmada, se escucha entonces como eco un chillido agudo. Y si de pie en la plataforma superior, donde se encuentra el templo, se habla en un tono normal, la voz será escuchada por los que están a nivel de la tierra.