Tabaco cubano ¿placer solo para caballeros?
Generalmente la historia de la industria tabacalera en el mundo asocia a los sujetos masculinos con la siembra, cosecha, elaboración y hasta el consumo de este espléndido fruto de la naturaleza. Pero... ¿qué hay de cierto en esa habitual identificación hombre-tabaco? ¿Fue ésta realmente una mercancía producida solo por manos varoniles? ¿Era, en sus inicios, un placer únicamente elaborado para el disfrute de los caballeros?
Al remontarnos a los orígenes de esta legendaria industria cubana, salta a la vista que al mencionar a quienes convertían la verde hoja en delicioso habano, se ignora la actividad de la mujer. Esta exclusión que hoy nos irrita, también desagradó a varios miembros de la Sociedad Económica de Amigos del País (SEAP).
La prestigiosa institución, nacida en La Habana a fines del siglo XVIII con el propósito de fomentar la instrucción y la industria doméstica no azucarera, en 1852 lanzó una convocatoria para hallar mecanismos que permitieran emplear a la abundante y baratísima mano de obra femenina que no hallaba dónde ganarse "el pan de cada día". En su argumentación, los redactores fundamentaron por qué se debía utilizar a las criollas en la industria tabacalera: "[...] En este ramo está la base de la ocupación de nuestras pobres y es que la hoja -de suprema EXCELENCIA- parece haber sido colocada por la mano de Dios en esta tierra de mujeres débiles para que su delicada elaboración se haga en manos análogas [...]".
Y a renglón seguido puntualizaron: "Es en verdad una ocupación ligera a la que la mujer puede dedicarse, y a la que se dedica, no hay que dudarlo: ellas son las que pertenecen a las familias de las regiones donde se cultiva la planta..."
Tan antiguo documento, además de demostrar la presencia de mujeres en algunas fases del proceso productivo de esa industria, animaba a que otras se incorporaran, pues, unido al probado rendimiento de la fuerza laboral femenina, los Amigos veían la interacción mujer-tabaco como un don divino que privilegiaba a "las hijas de Eva".
Sin embargo, este interés de la Sociedad Económica era la continuación de una estrategia que algunos de sus integrantes pusieron en práctica desde finales del siglo XVIII en la Casa de Beneficencia de La Habana, donde habilitaron un taller para "labrar cigarros". Aquí las huérfanas y algunas esclavas aprendieron el oficio con una maestra torcedora, la negra Juana Díaz. De modo que, a pesar de su corta edad, "las educandas no producían poco", y, en alguna medida, las ventas que hacían en su tarima (ubicada en la concurrida plaza Fernando VII), contribuyó al autofinanciamiento del asilo.
No obstante, durante el período colonial la relación de las cubanas con la industria tabacalera desbordó el estrecho espacio de la Casa de Beneficencia, o de la Casa de Recogidas donde también sus albergadas hicieron "manufacturas de tabaco".
El historiador José Rivero Muñiz asegura que con anterioridad los vegueros y su familia torcían el tabaco para consumo doméstico y que otras piezas las vendían en las bodegas del pueblo. Por este dato inferimos que las hábiles mujeres de la casa debieron haber intervenido tanto en el torcido como en esa "fuma" familiar, y que algunas también pudieron haber sido intermediaras en la venta de tabacos. Incluso cuando, desde 1868, los hombres se sumaron a la guerra de independencia, no pocas emigradas torcieron o despalillaron tabaco para sobrevivir a las penurias que les impuso el exilio.
La literatura es otra fuente que ofrece valiosas informaciones, como el pequeño verso "La guajirita de Vuelta Abajo", escrito por un poeta pinareño en 1835, donde alude al quehacer habitual de las campesinas de esa rica zona tabacalera del occidente cubano: "Yo soy flor del campo/ yo soy la veguera/ de la Vuelta Abajo./ Conózcanme ustedes:/ yo tejo sombreros,/ yo tuerzo tabaco,/ yo riego las flores/ y cuido canarios".
Por su parte, Fernando Ortiz, en su magistral obra Contrapunteo cubano del Tabaco y el Azúcar, reseña una jocosa arista del tema al relatarnos que hacia 1850, mientras para un viajero húngaro resultaba repulsivo ver cómo en La Habana las negras torcían el tabaco en sus piernas, un periodista francés consideró que, precisamente, la excelencia de los habanos se debía a que eran torcidos "por las bellas mulatas sobre sus muslos desnudos..."
Si tales datos argumentan el accionar de las cubanas en la industria tabacalera, otras evidencias hablan de que a muchas criollas les encantaba fumar. De las anécdotas sobre sus viajes a Cuba en el siglo XIX, sabemos que no pocos extranjeros se impresionaron con las sensuales costumbres de las criollas, quienes solían prender los habanos de los hombres; y cuando un visitante masculino acudía a las tertulias familiares, gustaban de ser obsequiadas con flores y tabacos. Además, si el caballero interpretaba piezas musicales al piano o con guitarra, la bella anfitriona mantenía encendido su puro brindándoselo amablemente a cada pausa de la melodía. Tan habitual era ver a mujeres fumar habanos al terminar la cena o en las veladas, que ese disfrute hizo que las más exigentes prefirieran los costosos tabacos marca Cabañas y hasta los mundialmente conocidos Dos amigos.
Asimismo, durante los intermedios de los conciertos ofrecidos en lujosos liceos y teatros del país, se veía desfilar a las elegantes aristócratas arrastrando decenas de colillas prendidas en la cola de sus largos vestidos. Y se cuenta que si una dama visitaba una tabaquería, el solícito dueño del local le regalaba aromáticos tabacos en un primoroso estuche envuelto con finísimo papel.
La mujer -no cabe duda- ha sido mucho más que la musa inspiradora de litógrafos y decoradores de las marquillas que ornamentan esas preciosas cajas, desde siempre admiradas por quienes saben aquilatar las maravillas del tabaco hecho en esta tierra. Pues, aunque a lo largo de los siglos ciertos prejuicios han ocultado la real historia de nuestras antepasadas, no es un secreto que también manos femeninas elaboraron ayer -y hacen hoy- gran parte de la producción tabacalera. Como tampoco es misterio que, en la actualidad, igual que como ocurrió en otros siglos, mujeres y hombres de la Isla y de muchos países comparten juntos el "humo embriagador", y ese fabuloso placer que encierra cada bocanada de un incomparable tabaco cubano.