Un tabaco puroDe Manicaragua,Con una sortijaQue ajusta la capaY en lugar de tripa,Le encontré una carta,Para mí más bellaQue la flor de la caña.

Cuando en la década del 40 del siglo XIX comenzó la gran expansión de los habanos por el mundo, los fabricantes o marquistas iniciaron la más esmerada decoración de las cajas y cajoncitos de los habanos, no solo por un problema estético y para que atrajera a los compradores, sino también como defensa ante el fraude y la imitación que sufría en los mercados foráneos nuestro tabaco elaborado, que se había impuesto en el mercado por su calidad y bella presentación.

Al variarse el sistema para envasar los habanos para su exportación, cambió a su vez notablemente la forma de presentación de estos, para distinguir las diferentes marcas que había en el mercado cubano. Por eso cada cajón de cedro llevaba impreso a fuego o tinta con un hierro o calimba, las iniciales o nombre completo del exportador y el nombre o título de la marca, con su diseño o sin este.

Para identificar mejor el producto y a su marquista, se colocaba en esta caja, cajón o cajoncito, según su tamaño, una etiqueta impresa en litografía a una sola tinta, sobre papel de diferentes colores: blanco, rosado, verde, amarillo, azul o gris, generalmente, en tonalidades pálidas. En ella se especificaba el nombre del tallerista o marquista, nombres que también identificaban al fabricante, la marca con su dibujo o viñeta o contraseña, si la tenía, el nombre o título de la marca de fábrica, y la dirección de esta y La Habana, por supuesto, como su lugar de procedencia.

La mayoría de las mejores marcas tenían además esta información en inglés, francés o alemán, según los mercados a que fueran destinadas, o bien en los tres idiomas en una misma etiqueta. Todos los impresos se hacían en las dos primeras litografías establecidas en La Habana casi al unísono desde 1840. Estos talleres procedían de Europa, uno dirigido por franceses, y el otro por españoles.

Por documentos de la época hemos conocido que en las papeletas o etiquetas impresas se tenía que especificar la calidad de los habanos, expresada en ese entonces en números ordinales: primera, segunda o tercera. Pero esta forma fue rechazada por los fabricantes, pues los perjudicaba con los compradores comerciantes y con los consumidores, dada la alta calidad del tabaco cubano utilizado aún en aquellos que se marcaban como tabaco de tercera.

En cuanto a la decoración de los envases, además de la papeleta se utilizaban papeles de colores importados de Francia, y se sellaban las aristas de la madera con una precinta, después denominada filete, palabras que dieron origen a los vocablos precintador y fileteador para designar a las personas encargadas de adornar los envases de habanos. Este filete se utilizó en un principio para evitar la fuga del aroma del producto, pero después constituyó también un elemento decorativo.

También en la década del 40 del siglo XIX entró en uso la anilla -conocida entonces como sortija-, para sujetar la capa de los habanos, como lo reflejó el poeta Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido) en su letrilla titulada "La flor de la caña". A pesar de no utilizar en las primitivas etiquetas de los habanos el color, excepto en las impresas sobre el papel de un solo color de tonalidades pálidas, los habanos cubanos tenían fama por su bella presentación.

Prueba de ello es el documento enviado por la reina Isabel II de España, a fines de la década del 50, donde pedía información sobre todo lo concerniente a la ornamentación de los habanos: tipos de papel que se usaban, importados de Francia; tipos de maquinaria que calaban el papel y de otros usos, también importados de tierra gala; y otros detalles, como los diferentes tipos de caja y cajoncitos hechos con madera de cedro. La Reina lo solicitaba para ayudar a los productores filipinos en esa tarea, donde se destacaban los artesanos y obreros cubanos.

Por otra parte, la cromolitografía se usaría en la industria de los cigarrillos antes que en la de los habanos, importada desde 1859 para la fábrica La Honradez, propiedad de los Susini (padre e hijo), que estaba situada en la plazuela de Santa Clara, a unos pasos del antiguo convento de igual nombre.

La cromolitografía tardó casi 20 años para dar más realce a la presentación de los envases de los habanos. Esto sucedió cuando entró en uso la habilitación, conjunto de etiquetas de distintas formas y tamaños que vestirían los envases a partir de entonces. Y como dijo nuestro poeta Eliseo Diego, todo tuvo un final feliz "… con estallido de mucho verde y oro y rojo, y femeninas opulencias criollas y 'la rubia cabeza de Fonseca', y Julieta con su Romeo, y palmas -claro-, muchas palmas e incontables moneditas doras".