Henry Ford
Ford Fairline 500 convertible de techo duro (1957)
Henrry Ford. Con uno de sus primeros motores V8
Ford Mustang. Otro incono de la marca del óvalo azul
Los Indetenibles Pickup Ford, F 100
Ford Focus, campeón WRC (2007)

Tozudo hasta el infinito (decía: “imposible significa que no has encontrado la solución”), Henry Ford vivió 84 años. Revolucionó la industria automotriz con sus aportes, estableció reglas de mercado y llevó adelante programas socioeconómicos muy particulares. Hace 105 años fundó la marca que lleva su apellido. Hoy es la tercera compañía constructora de automóviles del mundo. Como cualquiera, defendió sus ideas con inusitado ímpetu, energía y frenesí, unas veces para bien y otras para mal. “Los que renuncian son más numerosos que los que fracasan”, sentenciaba.

Hijo de granjeros del oeste de Detroit (Dearborn), el joven Henry desde pequeño decidió que no seguiría los pasos de su padre en el rancho, lo cual le proporcionó muchos disgustos y la animadversión de su familia. Nació el 30 de julio de 1863 y fue el primogénito de cinco hermanos, todos hijos del matrimonio entre William Ford, un inmigrante irlandés de 37 años, y Mary Ford, una joven huérfana local de 24 años.

Ante la falta de interés de Henry por los trabajos de la granja, su padre William lo llevó a trabajar como aprendiz en los talleres ferroviarios de Detroit. Armado solamente de una educación elemental, a los 22 años ya era un buen mecánico de locomotoras. Alrededor de 1890 llegaron a Detroit las primeras noticias del automóvil desde la lejana Alemania. Henry se interesó inmediatamente y se dio a la tarea de fabricar sus propios prototipos. Sin embargo, estos primeros intentos fracasaron.

No fue hasta su tercer proyecto, en 1903, que Ford consiguió construir un automóvil viable. Su idea y la misión de su empresa (Ford Motors Company) siempre fue la de fabricar autos sencillos y baratos, destinados al consumo masivo de la familia americana. Hasta ese momento, el automóvil había sido una obra confeccionada de forma artesanal por mecánicos prestigiosos, con altísimos precios de venta y, por tanto, solo accesible a los ricos.

UN NUEVO CONCEPTO DEL AUTOMÓVIL

Fue Henry Ford quien convirtió el automóvil en un vehículo de uso diario con su famoso modelo T, al alcance de las grandes masas. Este novedoso concepto social fue su contribución para cambiar radicalmente los hábitos de vida y de trabajo con la llamada “civilización del automóvil”, que impuso un nuevo decorado a las ciudades del siglo XX. Antes del Ford T todo era diferente, después de ese nuevo “miembro” de la sociedad moderna (el automóvil), el trabajo tomó otro dinamismo y la familia conoció otro tipo de recreación.

El éxito de Ford fue reducir los costos de producción para vender sus autos a precios asequibles a cualquier técnico medio u obrero bien calificado. Su sistema para abaratar la producción de automóviles se basó en el modo de trabajo de los mataderos de Detroit, que consistía en armar una cadena de montaje donde el obrero no caminaba hacia el vehículo, sino que el vehículo (por medio de correas de transmisión y guías en el suelo) llegaba hasta donde estaba el obrero. Así el vehículo avanzaba lentamente mientras los obreros le colocaban las piezas requeridas hasta armarlo completamente.

Este sistema, que se conoce como “fordismo”, tiene un basamento serio y está avalado por la organización científica del trabajo de F.W. Taylor. Otro aspecto aprovechado por Ford es el sistema de piezas intercambiables, el cual ya usaba en la fabricación de armas y relojes. Este sistema hacía menos costosas las reparaciones y, al mismo tiempo, estandarizaba el producto. Sin embargo, todas estas innovaciones eran en extremo riesgosas, pues fabricar en cadena exige vender rápidamente en cantidades importantes. Si la oferta superaba la demanda, la ruina era segura.

Pero Ford seguía fabricando automóviles cada vez más baratos mientras el público entusiasmado compraba “su felicidad” de cuatro ruedas. Su visión para evaluar correctamente la capacidad adquisitiva del ciudadano medio americano, lo llevó al umbral de lo que hoy conocemos como “sociedad de consumo”. E hizo más, como la labor de un operario en la cadena de producción requería mínimos conocimientos, pudo emplear la inmensa masa de inmigrantes que arribaban a Estados Unidos. Así, descalificó la mano de obra de los mecánicos-artesanos y golpeó duramente los gremios y sindicatos de la entonces naciente industria automotriz norteamericana.

FORD LO CONTROLABA TODO

Los capitalistas de la época quedaban atónitos al ver como Ford controlaba su producción (o el ritmo de trabajo de sus obreros) a través de la velocidad de la cadena de montaje. Esto le permitió reducir los costos a cifras inimaginables, sin embargo, no redujo los salarios, al contrario.

Los trabajadores de las plantas Ford llegaron a ganar cinco dólares diarios, salio no pagado entonces por ninguna factoría estadounidense. Y gracias a estos jugosos salarios, este personal fue entrando en las llamadas clases medias, para convertirse en futuros consumidores potenciales de disímiles productos. Entre ellos automóviles, por supuesto.

Contra lo que reza una de las más brutales leyes del capitalismo salvaje hoy día (no traspaso de tecnología de punta), Ford puso a disposición de la competencia todo su arsenal de conocimientos en aras del crecimiento de la industria automotriz. Y no solo es Estados Unidos, sus consejos, recomendaciones y amistas personal con el francés Andrés Citroën son bien conocidas. Henry Ford estaba tan seguro de su triunfo que daba miedo a sus accionistas. “El secreto de mi éxito está en pagar como si fuera millonario y vender como si estuviera en quiebra”, decía. El gigantesco éxito comercial del Ford modelo T (se vendieron 15 millones de unidades, solo superado a fines del siglo XX por el Volkswagen Beetle), lo convirtió en uno de los mayores fabricantes de automóviles del mundo (hoy día el tercero, detrás de General Motors Corporation y de Toyota).

Los magníficos resultados en la producción de automóviles de Henry Ford no fueron monopolizados, él mismo se encargó de darle la máxima difusión y muy pronto otras industrias y otros sectores se beneficiaron con la fabricación en cadena.

NO TODO ES COLOR DE ROSA

Las ideas de Ford sobre la competencia y el libre mercado dibujaron las bases del actual consumismo, que tanto daño hace a la sociedad moderna. Si bien es cierto e innegable que sus aportes revolucionaron el desarrollo industrial, no solo en la esfera automotriz, por distintos medios llevó al obrero a la dependencia total de su empleador. Con sus altos salarios eliminó los sindicatos, que tuvieron que esperar años y cruentas luchas para finalmente estar presentes en las plantas de la compañía Ford. A su llamada “plantilla de obreros satisfechos y nada conflictivos”, le impuso normas de conducta estrictas, tanto dentro como fuera de la fábrica, vigilando incluso su vida privada a través de su “Departamento de Sociología”.

Henry Ford fracasó como pacifista durante la I Guerra Mundial y se desacreditó más tarde con su campaña propagandista antisemita, en los años 20. Además su lucha fratricida con los sindicatos en los años 30, hablan muy mal de su ética e integridad laboral. Para salvar su empresa, Ford mintió, hizo jugarretas financieras poco loables (aunque brillantes) y dejó a más de un obrero, empleado o accionista desarmados. Las divergencias empresariales con su hijo Edsel merecen un capítulo aparte. Henry Ford murió en 1947.

En fin, Henry Ford fue un hombre tan bueno para unos como tan malo para otros, lo que nadie puede negarle es su descomunal aporte a la industria automotriz mundial y al desarrollo del automóvil en particular.