Las construcciones adoptan múltiples expresiones formales, según las características de cada lugar.
La casa de madera es representativa de la construcción del siglo XIX y de las tres primeras décadas del pasado siglo XX.

Cuando se acude al diccionario para conocer el significado de vernáculo, encontramos que es un adjetivo similar a doméstico, nativo, propio de nuestra casa o país. En el caso de la arquitectura, el vocablo adquiere mayor trascendencia, por cuanto significa, además, que casi siempre utiliza materiales de construcción fáciles de encontrar en la región o en el lugar de asentamiento; que su ejecución va acompañada de una larga experiencia en su creación, mantenimiento y renovación; que cuenta con una buena mano de obra trasmitida de generación en generación; que es una arquitectura sin arquitecto; y por último, y en El Caribe la característica común, que es capaz de atravesar largas distancias por tierra o por mar.

La arquitectura vernácula en el mar Caribe tiene todas las características expuestas y, en consonancia, múltiples expresiones formales, de acuerdo con la metrópoli colonizadora y la procedencia de sus habitantes, insertados en un nuevo y particular ecosistema insular. La arquitectura vernácula está íntimamente imbricada al factor humano, al ser que la ocupa con su familia, de manera que llega a formar parte y modelar su idiosincrasia, la manera de ser de un pueblo y, de algún modo, su propia identidad nacional.

Todas las influencias culturales a partir del siglo XVI llegaron al Caribe desde la península ibérica, desde Norteamérica, desde otras potencias europeas y también de otros pueblos de continentes más alejados. Esa variedad, donde la cultura indígena dejó poco o nada, constituye hoy su mayor riqueza. Y se constata en la diversidad de idiomas, de gastronomía, de música, de manera de vivir y, por supuesto, de construir. El Caribe es uno y múltiple; hay islas grandes, medianas y pequeñas, y territorios continentales, que debieran integrarse usando las nuevas tecnologías de la información, ya que las distancias geográficas son cortas, pero las reales para la comunicación son enormes.

El mar Caribe es un crisol de culturas, religiones, conquistas y emancipaciones: pero sobre todo es un espacio de convivencia y mestizaje que a pesar de la variedad geográfica, conserva señales de identidad compartida. A través de los siglos de historia de contactos eventuales, el mar siempre se vio con recelo, como propiciador de incursiones peligrosas, nunca como una fuente productiva. Mayoritariamente nuestra producción fue agrícola y ganadera, una cultura de plantación, marcada por la esclavitud de negros de África.

Muy recientemente, el mar se ha convertido en un estupendo recurso económico, no tanto por la pesca, sino como principal atractivo de la región para el turismo, de un enorme potencial de desarrollo cuando es bien manejado. Y ha quedado demostrado día a día, que en un mundo globalizado se busca lo singular de cada cultura y ahí entra de lleno la importancia de conocer y conservar la arquitectura vernácula, siempre símbolo de identidad. La arquitectura vernácula, popular o tradicional, que de varias maneras se conoce, es una de las más completas y contundentes muestras de la gran riqueza cultural de la cuenca del Caribe y eficiente reclamo para difundir el turismo cultural.

Cuando en 1492 los españoles llegaron a Cuba se encontraron las ligeras construcciones aborígenes con techo de guano. Y, aunque resultara exótico para aquellos marinos, las primeras construcciones emergentes que se levantaron en los nuevos parajes –hasta entonces desconocidos para los europeos– fueron hechas a semejanza de las aborígenes. Dentro del enfrentamiento singular de culturas, hay que señalar una sutil ambivalencia en la europea. Los españoles llegaron como abanderados de una cultura occidental-latina, que acababa de vencer y expulsar de la península otra cultura oriental-árabe, que ancestralmente tenían formas diametralmente opuestas de vivir. La occidental-latina vencedora vivía de pie y la oriental-árabe vencida vivía sentada en el piso. La primera necesita del mueble y la segunda utiliza el suelo. Con la adopción del bohío de los aborígenes y los muebles rudimentarios, se produce el bohío postcolombino, el primer mestizo constructivo de la América. En Cuba, hasta la época contemporánea, el bohío es característico de las regiones de población dispersa en fincas, potreros, estancias o haciendas y vegas de tabaco.

El bohío cubano ha permanecido, pero muestra un franco declive cuantitativo producido por el propio desarrollo. Se puede decir que es un exponente arquitectónico en peligro de extinción. Otra expresión arquitectónica emparentada pero con el mismo peligro, es la casa de madera, representativa de la construcción urbana del siglo XIX y de las tres primeras décadas del pasado siglo XX.

En muchas naciones de la cuenca del Caribe, la casa de madera es de estructura, paredes y tabiques del mismo material: la preciosa madera. La cubierta puede variar de acuerdo con la región, pero prevalece el techo de madera cubierto de teja de barro criolla o curva, francesa o plana y en menor proporción cubierta de metal acanalado o del llamado papel de techo (asfáltico). Cada día las nuevas tecnologías añaden sucedáneos, que resultan a veces muy agresivos para esa arquitectura tradicional y frágil por excelencia, que puede perder sus valores ante cualquier pequeño cambio.

En general, hasta ahora, la casa aislada propia de los asentamientos vinculados a los centrales azucareros era mejor mantenida. Los bateyes constituyen, en realidad, agrupaciones urbanas de alto valor patrimonial. En la casi totalidad de los casos su diseño está inspirado en la modalidad de la casa norteamericana armable, la tipología del balloon frame. Estas tipologías evolucionadas localmente se establecieron también en zonas de veraneo, como las de Cayo Smith en la bahía de Santiago de Cuba, las de Punta Gorda en la bahía de Cienfuegos o las de la famosa playa de Varadero, en la provincia de Matanzas.

Claro que la arquitectura vernácula no es exclusiva de una época, pero las dos variantes presentadas: el típico bohío cubano y las casas de madera aisladas o concentradas, constituyen tópicos de alerta y preocupación de toda la cuenca del Caribe. Considerada la importancia del tema, en la Ciudad de La Habana fue creada en el año 2003 la Cátedra Gonzalo de Cárdenas de Arquitectura Vernácula, por acuerdo entre la Oficina del Historiador de la Ciudad y la Fundación Diego de Sagredo de España. La citada Fundación tiene fines culturales y científicos de interés general, para lo cual promueve, difunde, investiga y salvaguarda la cultura arquitectónica en cualquiera de sus manifestaciones, al mismo tiempo que impulsa y apoya la celebración de congresos, encuentros y jornadas pertinentes. Colabora con las universidades en general y con la Universidad Politécnica de Madrid en particular, por tener allí su sede. Es obvia la comunidad de intereses entre la Oficina del Historiador y la Fundación, matizada en el caso de la Cátedra Gonzalo de Cárdenas de Arquitectura Vernácula por su colaboración en especial con el Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría (ISPJAE) y por tener su sede en la Dirección de Arquitectura Patrimonial de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana.