Las cataratas del Iguazú son indudablemente una de las maravillas naturales del mundo. Declaradas Patrimonio de la Humanidad, forman un conjunto de 275 saltos diseminados sobre un par de anfiteatros que se precipitan desde una altura de 80 metros a lo largo de casi 3 kilómetros. Pertenecen a dos países: Argentina y Brasil, pues la frontera pasa justo por la espectacular Garganta del Diablo. Por Iguazú se desploman unos 1.700 metros cúbicos de agua por segundo produciendo un estruendo tal que puede escucharse a kilómetros de distancia. La belleza del agua toma color con los arco iris que aparecen y desaparecen continuamente y son cada cual más intenso.

La parte brasileña

Mucha gente cree que las cataratas de Iguazú son exclusivamente brasileñas porque este país es el que más las promociona en el exterior pero resulta que la mayoría de los saltos están en la parte argentina. La verdad es que hay que ver ambos costados porque cada punto de vista ofrece un panorama diferente y muy hermoso. Llegué a la ciudad brasileña de Foz de Iguazú, que dista 27 kilómetros de las cataratas, en julio y la temperatura era muy agradable. En esta ciudad hay gran variedad de hoteles de todas las categorías. Resulta fácil y económico acercarse a las cataratas tomando uno de los autobuses municipales que salen cada hora. Cargado con mi equipo fotográfico y algo de comida, me pasé todo el día en la misma base de la Garganta del Diablo por donde se precipita la mayor cantidad de agua. La parte brasileña tiene la mejor vista panorámica sobre el conjunto de saltos. Además desde allí despegan unos helicópteros –muy discutidos por los ecologistas– que por unos 70 dólares hacen un completo recorrido por los senderos que llevan a diferentes miradores e incluso bajan hasta acercarse bastante a las aguas. La duración del viaje es de ocho minutos durante los que se sobrevuela aquella maravilla de espuma blanca. Al lugar llegan miles de turistas diariamente –la mayoría desde otros polos turísticos brasileños– y permanecen por unas horas o un día, pero no hay sensación de turismo masivo porque el sonido es tan atronador y el panorama tan impactante que las personas se quedan extasiadas con la simple contemplación. En Iguazú se pierde la noción de que el hombre es la medida de todas las cosas. Quería intentar tomar una foto que transmitiera la sensación de concentrado lácteo del seno maternal que produce el movimiento frenético del agua. Para ello me quedé hasta la caída de la tarde, disfrutando en solitario de la belleza que los últimos rayos del Sol arrancan a la bruma que envuelve las cataratas. Por entre las piedras mojadas, me fui acercando a la base de la cascada, ya estaba completamente empapado por miles de microgotitas, instalé el trípode como pude y expuse varias veces a diferente velocidad. Estaba bajo la Garganta del Diablo pero a mí me pareció que deberían llamarla el “Ombligo de Dios”, pues me daba la sensación de permanecer dentro de un generador cósmico. La visión era más sobrecogedora cuando se acercaba la noche, con la espuma y el agua pulverizada chocando contra las piedras negras basálticas y el bramido del agua más intenso, si cabe, en el silencio nocturno. La parte argentina

Al día siguiente un autobús me llevó hasta la parte argentina. En ambos países se ha declarado el entorno parque natural, eso significa que hay una regulación de visitantes con senderos marcados. Aunque sean senderos trillados no hay que eludirlos porque el respeto de estos senderos ha hecho posible que el entorno se conserve estupendamente. Hay un amplísimo territorio de selva subtropical salvada de la tala gracias al interés económico que despierta el turismo. Dentro de las actividades que se ofertan, me apunté a un recorrido por la selva en jeep durante el que pude contemplar la enorme biodiversidad de plantas y animales. Orquideas, palmitos y sorprendentes árboles de los que los guías dan interesantes explicaciones. Respecto a los animales depende del factor sorpresa: sobre las copas de los árboles, como el magnífico palo rosa –alcanza los 40 metros de altura y los 30 de diametro–, sobrevuelan las aves más abundantes aquí, como los tucanes, loros y cotorras. Además tuve la suerte de atisbar la huella del paso de un jaguar. A continuación nos dirigimos hacia el embarcadero. Con unas barcas a motor, pasamos a visitar la isla de San Martín y el impresionante salto del mismo nombre. Otra Zodiac nos acercó aún más bajo las agitadas aguas de tanto salto, la experiencia del barquero le hace calibrar la distancia justa para no poner en peligro al personal, pero la emoción está asegurada.

Pasear por las cataratas

Sigo en la parte argentina y por la tarde realizo el llamado Circuito Superior, que llega hasta el borde de la Garganta del Diablo. El río parece completamente manso y de momento la fractura hace que sus aguas se abalancen creando densas nubes de vapor. Para llegar a éste y otros miradores se han habilitado pasarelas, puentes y plataformas al borde mismo del precipicio para comtemplar las cataratas muy de cerca. En todos es recomendable llevar calzado con suela que impida los resbalones e impermeable. Está atardeciendo y el tono dorado de la luz hace que sea la hora aconsejable para ver de cerca esta caída ¡la más espectacular! Entonces me vienen a la cabeza imágenes de cine. ¿Dónde he visto esto antes?… ¡Ya está, ”La Misión”!; la película con la conmovedora escena de Robert De Niro crucificado y arrojado a las aguas que le precipitarán hacia el fin. Pero aunque hayamos visto fotos e imágenes en el cine, a buen seguro que la primera visión de las cataratas rebasará cualquiera de nuestras espectativas.

Más allá del agua grande

Cuando el río Iguazú –que viene desde la llanura selvática brasileña– se desploma por las célebres cataratas, apenas le faltan una veintena de kilómetros para terminar sobre el gran Paraná. En esa desembocadura confluyen tres fronteras: Brasil, Argentina y Paraguay. Las tres poblaciones emblemáticas de cada país ofrecen lo que tienen, o lo que pueden. Cruzando el puente de la Amistad, se encuentra Paraguay y su Ciudad del Este, el principal núcleo comercial, con productos de todo el mundo libres de impuestos –fundamentalmente electrónicos, alimentos, licores y perfumes– que son un polo de atracción para las compras de los países vecinos. En fin, un zoco variopinto y caótico en ocasiones. Un poco más al sur comienza Argentina, que tiene en Puerto Iguazú la capital de la provincia de Misiones. Esta ciudad apostó por la artesanía en lana y cuero, además de rebajas de impuestos en todo lo demás. En Foz de Iguazú (Brasil) son interesantes los comercios de minerales. Abundan aquellos que tratan artesanalmente las piedras semipreciosas. Me voy y aún me aguarda una última sorpresa, la que da el piloto al sobrevolar en círculo las espectaculares caídas de agua. La mejor visión suele estar en la parte derecha de las ventanillas, así que vale la pena preguntar y llevarse finalmente el regalo de tan estupendo recuerdo visual.

Apartes:

En Iguazu confluyen tres fronteras: Brasil, Argentina y Paraguay. Tres culturas que se mezclan y se complementan formando un bello complejo turístico

Las cataratas son como un torrente continuo de energía. Hay miles de perspectivas y puntos de vista para disfrutar de este espectáculo natural

El Iguazú es un río tranquilo hasta que llega a las cataratas. Sólo el estruendo de los 1700 m3 de agua que caen cada segundo anuncia el espectáculo que se avecina.