Caribe Guatemalteco y Peten
QUIRIGUÁ Desde Ciudad de Guatemala recorro 210 km para llegar al sitio arqueológico de Quiriguá, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1979. Antaño debió ser un lugar tapizado por la selva, pero hoy sólo queda el bosque que rodea las ruinas mayas; el resto lo ocupan grandes extensiones de bananos que pertenecían a la United Fruit Company, compañía norteamericana que fue un poder fáctico durante buena parte del siglo XX, y que influyó en la forma de gobierno. Nada se sabía de Quiriguá hasta 1839, cuando fue descubierta por John Lloyd Stephens, un norteamericano que andaba estudiando las estelas de la vecina y famosa ciudad maya de Copán (Honduras). El descubridor no pudo evitar ser hijo de su tiempo, y propuso al propietario de las estelas que se las vendiera para llevárselas a Nueva York. Afortunadamente, un desacuerdo en el precio permitió que las estelas continuaran en su lugar de origen. En Quirigua se encuentra el conjunto de estelas mayas más importante de Guatemala y el segundo de toda América después de las de Copán (Honduras), de las que sólo dista 40 kilómetros en línea recta. Indudablemente fueron dos ciudades precolombinas muy interrelacionadas. Copán casi siempre logro dominar a Quirigua, pero en el año 737 d. C. –bajo el reinado de Cauac Cielo– se reveló contra Copán consiguiendo hacer prisionero a su soberano, el que más tarde fue ejecutado. Una de las estelas se refiere a los sacrificios humanos. Los mayas eran muy cultos, pero nada remisos al sacrificio y lo representaron mezclado con toda la serie de simbología de astros, dioses, monstruos y demás parafernalia creativa. Como todos los políticos desde la noche de los tiempos, Cauac Cielo quiso dejar constancia de su gloría en monumentos y construcciones emblemáticas; para ello se erigieron unas cuantas estelas de hasta 10'5 metros de altura y 65 toneladas de peso (la estela E es la mayor descubierta en el Mundo Maya); una Acrópolis y un lugar para el Juego de Pelota. La ciudad conoció un siglo de prosperidad. Luego declinó hasta desaparecer tan misteriosamente como todas las ciudades mayas. Hay que hacer la salvedad de que la civilización maya, que brilló durante un milenio aproximadamente, colapsó alrededor del 810 d. C. sin que ningún estudio arqueológico haya podido averiguar las causas de la desaparición, casi al unísono, de todas las ciudades mayas, algunas de la cuales –como Tikal– llegaban a tener 100.000 habitantes. Sus grandes pirámides y palacios fueron engullidos por la selva y hasta hace pocos años no han comenzado a revelar sus secretos. Las estelas son bien interesantes. Mi guía, Roberto Guillén, me enseñó a interpretar los signos numéricos. Los especialistas identifican con rapidez día, mes y año; claro que aún les quedan muchos misterios por descubrir, porque cada bloque está repleto de signos y jeroglíficos enigmáticos. PUERTO BARRIOS Tras la visita a Quirigua concluimos el camino en Puerto Barrios a orillas del Caribe. Puerto Barrios se fundó en 1880 con el objetivo de convertirlo en el puerto más importante para dar salida a la excelente fruta, pero actualmente se opera en otro puerto mucho más moderno a varios kilómetros de este pueblo. La aguas del Caribe guatemalteco no tienen ese color turquesa de postal que esperamos ver; generalmente es una costa donde la vegetación llega hasta la orilla de un mar de color azul profundo; por otra parte, las playas no son muy extensas; pero como contrapartida presentan un paisaje de belleza salvaje. Puerto Barrios se ha quedado anclado a un estilo de población que me recuerda algunos pasajes de las novelas de García Márquez; con casas de madera policromada y ambiente portuario. No obstante, por arte de la inversión turística, se ha inaugurado recientemente un complejo formado por un resort de 60 acogedoras villas y una marina con capacidad para 180 yates. El complejo cinco estrellas se convertirá en lugar clave para navegar, ya que la costa guatemalteca del Caribe es prácticamente inaccesible si no es por mar. En cambio Puerto Barrios está excelentemente comunicado por una buena carretera y aeropuerto (el vuelo a la capital dura 45 minutos). Las instalaciones hoteleras del Resort&Marina Amatique Bay se han edificado al estilo colonial español, aprovechando una de las pocas playas extensas de arenas blancas del Caribe guatemalteco, dentro de un bello entono natural. Puede verse información de este lugar en www.amatiquebay.com Puerto Barrios ocupa el centro de la Bahía de Amatique –de aguas cálidas y transparentes– y está colmado de atractivos históricos, culturales y naturales. Por ejemplo, los Cayos de Belice –cuyas aguas sí tienen ese color turquesa de postal– están a 65 km, y la mítica población garífuna de Livingston se encuentra tan sólo a 22 .
LIVINGSTON Una de las mejores opciones turísticas desde Puerto Barrios es navegar por una de las costas más atractivas del mundo. Tomamos rumbo norte. A poco de partir, observo las colinas repletas de vegetación que llegan hasta la orilla del mar. La frondosidad es tan espesa que no hay caminos. Ese aislamiento por tierra es lo que hace maravilloso llegar a minúsculas ensenadas y playas envueltas en la soledad más absoluta. Pasamos los Cayos del Diablo, antiguos refugios de endiablados piratas y seguimos navegando plácidamente. Las aves marinas son las dueñas y señoras del entorno y pasan en bandadas a muy corta distancia de mi embarcación, zambulléndose y volviendo a remontar el vuelo. En un entretenido viaje avistamos Livingston, población de unos 4.000 habitantes. Allí sólo se llega navegando, bien por mar o por río, ya que se encuentra en el estuario del río Dulce que desagua en la Bahía de Amatique. No hay carretera ni aeródromo y, para el viajero que procede de entornos llenos de automóviles, encontrarse en un lugar donde no existen es bastante chocante. Los garífunas forman parte de una cultura poco conocida, integrada por caribes negros, mezcla de arawak (amerindios) y africanos. Su idioma es un híbrido de lengua africana y arawak, con aportes de inglés, francés y español. Se diría que en la forma del idioma han condensado toda la historia del Caribe. A mediados del siglo XVIII, en la isla de San Vicente, esclavos fugitivos se mezclaron con los isleños y fundaron comunidades independientes, revelándose contra sus amos británicos. Pelearon con bravura, pero fueron vencidos y al cabo, deportados a las islas de la bahía, en Honduras. De allí emigraron a la costa este de Centroamérica, y para 1800 había poblaciones garífunas desde Belice hasta Nicaragua. Los garífunas de Guatemala se concretaron en Livingston, donde se les mantuvo aislados hasta que en 1996, el gobierno reconoció oficialmente la importancia de la comunidad garífuna. La cultura garífuna es muy fuerte, con gran énfasis en la música, el baile y la historia. Tienen su propia religión, que es una mezcla de catolicismo, africanismo y creencias indias. Aquí gusta el reggae y es verdad que el ambiente se parece bastante al de Jamaica, pues se ven muchos jóvenes con pinta de rastas. Su economía se basa en la pesca. El pueblo me parece muy tranquilo e invita a merodear por todos los rincones; además, sus habitantes son muy amables y no ponen reparos en que se les hagan fotos. Me encantó la comida. El plato típico es el "tapado" consistente en una sopa de marisco al que se añade coco, plátano y yuca, lo que le da un sabor dulzón. Tomo un buen tapado en el restaurante Margot. Cerca de Livingston se encuentra un lugar llamado Siete Altares, por ser éste el número de pozas y cascadas que salva un pequeño río en su último tramo antes de desembocar en el mar. El paseo en barca, más la caminata para internarme por el cauce, me sirven para darme un buen baño bajo la última cascada.
RíO DULCE Realmente no me esperaba algo así, pues nada más salir de Livingston, el Río Dulce cruza unas gargantas espectaculares. A cada lado, subiendo perpendicularmente desde la superficie hasta doscientos o trescientos metros, se observa una pared de vida verde. Los árboles crecen desde el borde del agua, con un ramaje denso y sin interrupción, de la cima no se observa nada. Conforme avanzamos con la embarcación fuimos encerrados por todos lados por una pared de bosque que forma una combinación de primorosa belleza y colosal grandeza. Bajo aquel impresionante verdor, Roberto, mi guía, me identifica un lugar en la orilla donde hay aguas termales. Me tiro al agua fría, que va subiendo de temperatura rápidamente conforme llego a la base de la pared rocosa, buscando la zona de temperatura ideal. Me quedaría eternamente, pero la tarde avanza y debo salir, hay que llegar al nuevo destino en el lago de Izabal. El Río Dulce es el desagüe natural de este lago de 50 kilómetros de largo por 20 de ancho. Desde el lago hasta el mar, el río recorre 42 kilómetros, todos navegables. En sus últimos tramos va encajonado, pero luego se abre hasta los 9 kilómetros de ancho formando El Golfete. El entorno es marco de una excepcional muestra de vida silvestre y gran riqueza biológica con manglares, humedales y selva. Entre los animales, destaca el manatí o vaca marina, mamífero acuático herbívoro en peligro de extinción y que habita aquí en número considerable. Al final del río y cuando comienza el lago Izabal, aparece el gracioso Castillo de San Felipe de Lara, erigido para impedir que los piratas se internaran en Guatemala y proteger las mercancías que allí se almacenaban antes de ser enviadas a Europa. La primera torre data de 1595, a la que se fueron añadiendo construcciones para fortificarlo ante el empeño de los ataques piratas. Sigo soñando a la orilla del lago, donde me despide un precioso anochecer desde el embarcadero del hotel ecológico Izabal Tropical. El recorrido final por el río Dulce es uno de los momentos cumbres del viaje a Guatemala. Precisamente, lo que hace a este país fascinante es el contraste entre el Altiplano, El Caribe y el Petén; pocos países pueden presumir de tal variedad en tan poco espacio.
TIKAL Aunque estoy a medio camino, desde la pequeña población de Río Dulce (también llamada Fronteras), el tramo de carretera que falta hasta llegar a Tikal no está en muy buen estado y se tarda siete horas, más otras doce para volver a la capital. Es mejor partir de Ciudad de Guatemala en avión hacia el aeropuerto de Flores. El vuelo dura una hora. Llego a Flores con tiempo para desayunar en el Hotel Petén Espléndido, junto al lago, nombre muy acertado para calificar la zona. El Petén es una zona selvática, bastante llana, que ocupa todo el norte de Guatemala y oculta en su interior algunas joyas mayas. Es Tikal el lugar donde la arquitectura maya alcanza su cúspide dentro de un entorno natural fantástico. De Flores a Tikal hay sesenta kilómetros; se tarda una hora por una carretera bastante buena. El centro arqueológico de Tikal fue descubierto durante el siglo XIX por chicleros –personas que iban a la selva en busca de la resina del árbol chicozapote con la que se fabricó el chicle hasta la década de los 70–. La primera expedición científica se organizó en el año 1848, si bien los trabajos de excavación sistemáticos no se iniciaron hasta 1956. Desde entonces se ha realizado una labor gigantesca para rescatar las obras maestras de la arquitectura maya invadidas por la potente selva. Queda muchísimo por hacer, pues hay miles de yacimientos. Durante el recorrido se ven construcciones que aún no han sido acondicionadas. Accedo al Templo I y a la Gran Plaza y obtengo así la primera visión sobrecogedora de Tikal. Bajo ese Templo I, llamado del Jaguar Gigante, fue enterrado el soberano más poderoso, llamado Ah Cacau. Enfrente está el Templo II, conocido como de las Máscaras, en honor a la esposa de Ah Cacau. En la parte este de la plaza se encuentra la Acrópolis Norte, con ocho templos funerarios y enfrente, la residencia de gobernantes. Rodeado de tal magnificencia, me siento a observar en el césped de La Gran Plaza. Unos indígenas mayas confeccionan un altar de incienso de copal para rendir tributo a sus antepasados. Algunos turistas intentan subir a lo alto de los 38 metros del Templo II; las escaleras se les resisten, pero al final lo consiguen y desde allí disfrutan del panorama. Aún es mejor el que se vislumbra desde la serpiente Bicéfala en el templo IV, que es el edificio prehispánico más alto del Mundo Maya. La cantidad de materiales para la construcción fue inmensa, baste decir que el templo que corona la cima tiene muros con un grosor de 10 metros. Aunque se tienen pruebas de la ocupación de Tikal durante 15 siglos, los expertos han trazado 577 años de historia dinástica gracias a los testimonios de las estelas de piedra, que van narrando su período de mayor apogeo entre los años 250 y 850 d.C. La ciudad fue abandonada hacia el año 900. En Tikal hay dos museos: uno en el centro y otro llamado "Sylvanus Morley" muy interesante, pues se han desenterrado más de 100.000 objetos diversos entre cerámicas, adornos personales y herramientas. Destaca una réplica de la tumba de Ah Cacau, y sobre todo, su estela original (la número 16) realmente fantástica.
*Agradecemos la colaboración del Grupo Taca Líneas Aéreas/ www.taca.com
Los mayas llamaban Yax al color verde y al amanecer, cuando la luz invade el inmenso mar vegetal mostrando cientos de tonalidades verdes.
En El Caribe guatemalteco nos aguardan enigmáticas ciudades mayas de monumental belleza y sorprendentes parajes naturales.
La ciudad de Livingston es la cuna de la cultura garífuna, producto de la mezcla de arahuacos, caribes insulares y los africanos traídos como esclavos.