- Restauración definitiva de la Guayabera.
Las naciones del Caribe tienen mucho en común: son extrovertidas, dinámicas, multiculturales. Comparten el apego por los ritmos desenfrenados, las comidas calientes y sazonadas con especias, la piel curtida por el sol, la sal de un mar apacible y feroz al mismo tiempo, la humedad de la selva. Ser una mujer o un hombre del Caribe es, sin lugar a dudas, una actitud ante la vida. Por ende, esa actitud no encierra solo las razones tangibles de su existencia, sino que lo envuelve todo: la forma de caminar, gesticular, decir, la manera de soñar y rebelarse, la musicalidad de sus poetas, el embrujo de los mitos nativos, africanos y europeos, el vestir holgado y con telas frescas. Y es en este último elemento, el vestir, en el cual existe una pieza que va a unir a casi la totalidad de las habitantes de la región: la guayabera.
Su historia se remonta hacia el siglo xviii, cuando llegaron a la villa de Sancti Spíritus, en el centro sur de Cuba y a unos cuatrocientos kilómetros de La Habana, los inmigrantes andaluces José Pérez Rodríguez y Encarnación Núñez García. Joselillo era alfarero y a los tres meses de instalarse en la ciudad ya tenía su propio taller a orillas del río Yayabo, alrededor del cual se edificó la urbe hace casi quinientos años. La oralidad revela que después de recibir una pieza de tela enviada por sus familiares desde Granada, España, el hombre le pide a su esposa que le confeccione unas camisas largas, con bolsillos grandes a los lados, para guardar los tabacos y algunas herramientas del taller. Es así como entra al mundo la tan controvertida leyenda de la guayabera. La anécdota de Joselillo y Encarnación se ha tomado como punto de partida con algunas variantes que difieren respecto a si la prenda fue creada en la Isla o ya la traían los inmigrantes, pero lo cierto es que desde tiempos inmemoriales la guayabera ha permanecido en la ascendencia de los cubanos como su prenda de vestir más identitaria, junto a la bata cubana. En opinión del periodista Ciro Bianchi Ross «no hay documentación que avale su nacimiento en tierras del Yayabo. Pero justo es decir enseguida que no existe tampoco documentación en sentido contrario y que ninguna otra región cubana ha discutido a Sancti Spíritus la paternidad de la prenda. La primitiva yayabera se extendió por las provincias vecinas, y fue trochana en Ciego de Ávila y camagüeyana en Camagüey, sin perder el cuño que le imprimieron los espirituanos».
La guayabera comenzó a popularizarse en Cuba durante la presidencia del general José Miguel Gómez (1908-1912), quien era nativo de Sancti Spíritus, y fue legitimada como locución en el Vocabulario cubano de Constantino Suárez publicado en 1921. La prenda alcanzó su máxima utilización durante el gobierno de Ramón Grau San Martín (1944-1948), quien era tan adicto al ajuar que llegó a convertirla en un verdadero traje de corte. Hubo reacciones en contra por la excesiva informalidad de las ceremonias oficiales. Una prestigiosa sociedad femenina, el Lyceum, llegó a organizar en 1948 un simposio sobre el uso y abuso de la guayabera y financió la grabación de la guaracha Cero guayabera, que popularizara Daniel Santos con la Sonora Matancera.
Muy a pesar de esos avatares, la hoy famosa camisa siguió ganando espacio en la preferencia de los cubanos, principalmente entre los campesinos, hacendados y políticos republicanos. Es entre finales de la década del cuarenta del siglo XX y principios de los años cincuenta que el uso de la guayabera trasciende las fronteras de la Isla, llegó hasta Broadway, en Nueva York, pasó a Centroamérica, México, Filipinas y hasta se vio en Corea. Una información publicada en el periódico habanero Información en 1948 decía así: «…El presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman, que se encuentra descansando en Cayo Hueso, Florida, después de haber sido elegido como primer mandatario de su país, adquirió algunas guayaberas, como la que lució satisfecho el día que fue a recibir al vicepresidente electo…». De otro lado, era la ropa de los yucatecos de clase alta, quienes la compraban en la tienda El Encanto en sus frecuentes viajes a La Habana.
A finales de los cincuenta, la prenda pierde valor al confeccionarse no solo con telas de hilo —que era el tejido original—, y empiezan a producirse de algodón, se simplifican los diseños, se aceptan otros colores, las mangas no son siempre largas y los botones de nácar se sustituyen por plásticos.
Con el triunfo de la Revolución Cubana en 1959 la guayabera desaparece de los espacios públicos y de Gobierno. Para los nuevos gobernantes era símbolo de politiqueros y burgueses. El uniforme de las Milicias Nacionales comienza a utilizarse para todas las tareas cotidianas, desde una boda hasta un velorio. A finales de los años setenta y luego de casi veinte años de ausencia de los roperos aparecieron en los mercados nacionales las camisas marca Yumurí. Pero es una tímida reaparición que deja a un lado el hilo y el algodón, que son sustituidos por el poliéster.
En 1979, en la Sexta Cumbre de los Países No Alineados, celebrada en el Palacio de las Convenciones de La Habana, los asistentes se encontraron que los gastronómicos, oficiales de sala, porteros y todo el personal de seguridad y servicios vestían las mismas guayaberas que los delegados e invitados.
No fue hasta la celebración a principios de la década de los noventa del pasado siglo en Cartagena de Indias, de la Cumbre Iberoamericana que la camisa creada a orillas del Yayabo, resurge ante los ojos de la nación de una forma inesperada. El entonces Presidente Fidel Castro deja a un lado su simbólico uniforme verde olivo y por primera vez en la historia de la Revolución Cubana inunda las pantallas de televisión de todo el mundo vestido de guayabera, en lo que muchos coinciden fue un golpe de efecto tras la caída del Muro de Berlín y la decisión inevitable del país de mirar otra vez a su entorno natural: América Latina y el Caribe.
Restauración patrimonial de la guayabera
Con todos estos sobresaltos en su historia, en 2007 un grupo de artistas e intelectuales de la ciudad de Sancti Spíritus emprenden lo que a los ojos del tiempo pudiéramos llamar la «restauración de la guayabera» como su patrimonio intangible más importante. Para revertir esa realidad se crea el Proyecto Sociocultural La Guayabera.
Inicialmente abarcó la totalidad de la población espirituana, en tanto se propuso provocar una reanimación de las ofertas culturales diversificando las opciones, para lo cual utilizó como móvil principal la prenda de vestir y todo lo que en materia de identidad local, nacional y defensa de valores simboliza.
La colección de guayaberas, que se ha integrado desde sus inicios por piezas donadas por sus dueños o herederos, ha mantenido durante todo este tiempo la presencia de la vida cultural de la ciudad en el foco de interés nacional y a los ojos del mundo, partiendo del hecho de hacer coincidir piezas de hombres y mujeres de a pie y de personalidades que forman parte de la historia contemporánea de Cuba y de otras regiones.
Un elemento clave en este proceso de restauración es la inclusión desde 2009 de una guayabera gigante en la ritualidad del carnaval de la ciudad, reconocido como Santiago Espirituano por estar dedicado a Santiago Apóstol. El 25 de julio de ese año —fecha en que se celebra desde principios del siglo pasado el Día de la Guayabera y el Día del Espirituano Ausente—, hizo su aparición en las calles de la villa una guayabera de lienzo de tres metros de ancho por cinco de largo, que fue confeccionada por el artesano Fidel Díaz. Como singularidad, la pieza tiene como etiqueta el escudo de la ciudad —venido a menos después de 1959—, elaborado por el artista de la plástica Julio Neyra. La guayabera comienza su recorrido —llevada en manos por los pobladores de la ciudad— en el área central de los desfiles de comparsas y carrozas, se adentra por las avenidas más céntricas y concluye su peregrinaje en el parque central, donde los trovadores le ofrecen una serenata mientras es izada en el antiguo edificio de la Sociedad Cultural El Progreso, hoy Biblioteca Provincial. Allí permanece hasta horas de la tarde del día siguiente, en que es retirada y regresa a su espacio de exhibición en la actual Casa de la Guayabera, donde puede ser vista el resto del año.
La Casa de la Guayabera, en su apego a la restauración patrimonial de esa prenda de vestir tan espirituana, tan cubana, tan caribeña, propone el beneficio colectivo, una mejor calidad de vida, el desarrollo humano desde todos los puntos de vista, con énfasis en el sector creativo porque es ahí donde nace el patrimonio cultural. Es nuestra comunidad quien ha definido cuál es su patrimonio y más: cuál es su valor.