- Alicia Perea, digna embajadora musical.
Esa noche tuvimos el privilegio de asistir a un concierto poco común. Poco común, porque su ejecutante es una pianista sobresaliente y porque, además de la calidad, tuvimos la oportunidad de escuchar a autores muy pocas veces ejecutados en nuestras salas de concierto. Concierto de identidad americana: la identidad del pensamiento martiano resumida en el concepto claro y tajante de «Nuestra América».
Alicia Perea es, sin duda, una gran artista que a lo largo de su destacada carrera como concertista y pedagoga ha podido articular un repertorio de prácticamente todos los grandes del piano. Nos ofreció un concierto con música seleccionada de entre lo mejor de la música cubana de este género.
Alicia expuso los fundamentos de su selección y dio una breve referencia de cada uno de los autores que interpretaría, destacando que la música latinoamericana tiene grandes representantes en nuestros países: Villa-Lobos en Brasil, Barrios Mangoré en Paraguay, Ponce o Moncayo en México y Lecuona en Cuba.
Abrió el programa una serie de danzas de Ignacio Cervantes, autor romántico del siglo xix y amigo personal de Martí. De este autor, Alicia nos ofreció tres obras en forma de suite: Adiós a Cuba, de corte clásico, pero con profundo espíritu cubano; Ilusiones perdidas, melódica y armónica; y Siempre sí, verdadero juguete musical.
El segundo bloque nos trajo la figura del gran Ernesto Lecuona, quien se hizo presente primero en Preludio en la noche, obra en la que hacen su aparición las armonías disonantes, con un espíritu que nos hizo evocar a Debussy en sus cambios semitonados que nos producen esa grata sensación de las telarañas de cristal, y donde la técnica de Alicia se desbordó en el difícil recorrido por acordes y arpegios complicados. Inmediatamente vino Danza cubana, con una primera parte de profundo corte nacionalista y una segunda en la que la obra se torna de una gran delicadeza. De la suite Andalucía nos ofreció Córdova, que retrató con gran sobriedad la vieja capital del califato: escenas sonoras que evocaban viejos patios de geranios y claveles, ágiles pasajes que trajeron a nuestra imaginación el gran mercado de la Corredera. La presencia de Lecuona cerró con Cómo baila el muñeco, pieza de intención descriptiva, un tanto abstracta, que requirió de una técnica interpretativa sobresaliente.
Carlos Fariñas es un autor contemporáneo, pero con una obra de corte armónico tradicional y delicadeza. De este autor, Alicia nos regaló primero Habanera del ángel, de ritmo entrecortado, pero armónica y melódica, y Preludio de Sofía, delicadísima pieza, dulce y sentida. En ambas obras prevaleció el temperamento de la concertista.
José María Vitier García es hijo de dos grandes poetas y amigos nuestros: el inolvidable Cintio Vitier y la inmensa poeta Fina Gracía Marruz. José María es ya bien conocido por sus temas musicales para el cine cubano, donde han destacado la música incidental para Fresa y chocolate y la inolvidable Lucía. De este talentoso músico, Alicia nos ofreció Caballo blanco enamorado, con ritmo y sabor de campo, para luego unirse a ella un joven y talentoso percusionista: Rubén Gavilán, quien con las tarolas habría de marcar en forma magistral el ritmo de Danzón imaginario, pieza melódica y muy emotiva, que con el ritmo de la percusión adquirió un espíritu cubanísimo que llenó el foro de las voces antiguas de la contradanza y el son montuno.
Cerró el programa una obra de concierto ampliamente calificada en el orbe todo: nada menos que el Intermezzo de Manuel M. Ponce, músico mexicano de fines del romanticismo y padre del nacionalismo. Intermezzo exige una delicada digitación que Alicia supo resolver con gran maestría.
Nutridos aplausos y bravos coronaron la actuación de Alicia Perea, quien ha llegado a nuestra tierra como una señorona del piano y una gran embajadora musical de Cuba. Ojalá pronto tengamos de nuevo el placer de escucharla y disfrutar otra noche maravillosa.