- La Habana Los muros me han dictado…
Nunca había expuesto en La Habana. Hace dos años vine por primera vez, la conocí, y me impresionó: una ciudad hermosísima. Coincidió con que don Eusebio me hizo la invitación a exponer, nos propuso el espacio de la Casa de Carmen Montilla, en la propia Habana Vieja, y yo, muy deseoso, esperé esta oportunidad. No quería que me vieran como un extraño, sino como alguien parte de su cultura, de la misma hermandad. Que fuera parte de esta ciudad, que no fuera ajeno al espacio, a esta atmósfera. Yo me integro junto a esa mirada del andar, del orgullo del rescate y de la identidad.
Toda la vida he estado en la pintura y la escultura. Constantemente estoy haciendo exposiciones. Mi exposición anterior se llamó Tótems y chamanes. Yo me refiero al chamán como el hombre artista, que nace hace quince mil años en las cuevas de Altamira, pero que se expresa con una pintura conceptualmente contemporánea, que hace el eslabón con el mismo Guernica de Picasso, para no hacer la historia tan larga… En la historia del arte hay tres personajes muy importantes: el bisonte, el caballo y el hombre. Por eso cuando Picasso ve Altamira, él sabe que allí nace el Guernica, hablando artísticamente.
Mi manera de empezar a trabajar fue, precisamente, caminar por las calles de La Habana Vieja y ver los muros, revisar los que han quedado con los fantasmas de la depredación, de los colores del desgaste, donde van apareciendo imágenes visuales muy ricas, de textura, de color, de una veta muy diversa y amplia, como si lo vieras en un paisaje, en las nubes, imágenes propias como personajes que están gritando, avisando de su existencia.
Lo que yo sostengo es esa sensación de la experiencia de mi mirada, profunda, hacia el rescate de lo que se está viendo, los modelos que se van a rumiar, a sacar del fondo; y aquí el modelo son los muros de La Habana Vieja, una parte grafiteada de la mampara que entra a La Bodeguita del Medio, un mural que está pintando con unas flechas negras muy marcadas… la parte abstracta del lenguaje, textiformas que vienen desde hace quince mil años, códigos que solo van a leer personas privilegiadas, que es algo eterno, no es una moda, es la continuidad del compromiso de crear.
Yo tenía la exposición de las esculturas del Festival Cervantino, en la ciudad de Guanajuato, en México, en el patio de la Alhóndiga de Granaditas, que es muy grande. Eran treinta y tantas esculturas, y me llevó un año porque son de cerámica, de alto formato, de setenta centímetros a uno noventa; y las de bronce desde pequeñas hasta dos cuarenta de alto. Hice como si fuera un hallazgo arqueológico de las piezas de las esculturas, que fueron halladas en Siria, en Mesopotamia, otras en Grecia, en el norte de España, todas haciendo una historia, un cuento de mis personajes en los muros. Tengo como principio que al mismo tiempo que estoy trabajando una exposición, estoy haciendo otra. Le daba su tiempo a esta de La Habana para traer los valores visuales, hacerlo en este papel hecho a mano, que parece un trapo, una tela, y lograr ese efecto pictórico, que permitiera «cocinar» la obra, sin perder la impronta, el gesto del arte. Que no esté tan sufrido por el desgaste de estarlo trabajando, y a su vez que tenga esa frescura de la espontaneidad.
«Este artífice guanajuatense llega con el mensaje de sus cuadros a nuestra querida Habana Vieja, para dar fe de este campo tan fecundo de la cultura mexicana, un trabajo lleno de pasión. El artista ha hecho carne sus visiones sobre la ciudad y las exhibe en la casa creada por la venezolana Carmen Montilla, quien siempre quiso que este lugar se distinguiera por promover lo más sobresaliente del arte».
Eusebio Leal
La titulé Serie de La Habana Vieja. Es la consecuencia, porque una puerta abre otras puertas en la parte creativa: me están hablando esos muros, me están diciendo algo. No tengo ni que poner una explicación. Son como personajes de la calle, es como la parte chamánica; son esos personajes profundos, festivos… traídos de en un evento de baile, de una mojiganga, como decimos nosotros. Me brincan todos ellos, de espacio, de tiempo, como monstruos híbridos y que corresponden a la esencia, eso que va encima del hombre que lo va cargando.
Quiero aclarar algo: la museografía es perfecta. Los museólogos han engranado el espíritu de la obra, profesionalmente muy bien armada y equilibrada. Si nos paramos frente a este testimonio, testigo de la arquitectura, al lado de mi pieza, verás que hay como algo que se habla, hay un diálogo entre ellos, de texturas, el tiempo… Ayer, cuando los jóvenes museógrafos colocaron esa pieza junto al muro, era como si él fuera una escultura propia de la exposición.
Si yo utilizara ese muro, aunque no pueda, con algunos de los gestos de la línea sobre la piedra, con mis símbolos, podía ser una obra mía. Que brote de la piel, de la roca, de la cal, de los colores viejos que hay detrás de todo esto de la cal. Lo siento y lo disfruto mucho. Grafitear el muro es un acto agresivo, muy fuerte, pero el tiempo va a hacer que se integre. Lo que siga o lo que no diga, solo hay que convertirlo a gestos visuales, no importa más.