Imagen histórica del banquete ofrecido en el Teatro Tacón en honor de los tercios vascongados.
Función del Ballet Nacional de Cuba.

Aunque el arte del ballet tiene una antigua y rica trayectoria en Europa, su aparición en Cuba data de finales del siglo xviii, condicionada por las transformaciones sociales que sufrió el país como resultado de la aplicación de la llamada política del despotismo Ilustrado. En lo referente al ballet esa política gubernamental española incidió en dos hechos fundamentales: la creación de los primeros teatros (Coliseo-Principal, 1776-1803), El Circo (1800) y Diorama (1829), que posibilitaron las representaciones iniciales de dicho género en la Isla, y la aparición del Papel Periódico de La Habana (1790), que nos dejó el registro documental, iniciado con las noticias acerca del estreno de Los leñadores el 28 de septiembre
de 1800, en el teatro El Circo, situado en los terrenos del llamado Campo de Marte, zona ubicada en el actual Parque de la Fraternidad y el Capitolio.

Aunque durante casi cuatro décadas diferentes compañías extranjeras mostraron a los criollos un variado repertorio, que incluyó exponentes del ballet de acción, pas de deux, pas de trois, solos y bailes pantomímicos y pastorales, no fue hasta la creación del Teatro Tacón que el gran ballet pudo ser disfrutado en la Isla.

Según prueban testimonios y documentos de la época, don Miguel Tacón, capitán general de la Isla desde 1834, dio una serie de facilidades a don Francisco Marty y Torrens, un acaudalado catalán, quien había logrado una gran fortuna con los negocios del pescado y la trata negrera, para que edificara dicho teatro. Para ello le obsequió toda la piedra necesaria procedente de la cantera del Gobierno, y le concedió seis bailes de máscaras para su propio beneficio y el trabajo gratuito de los presos, quienes tuvieron a su cargo las labores de construcción. Las obras, iniciadas en agosto de 1836, concluyeron un año después, en un terreno realengo, situado frente a las puertas de la muralla que rodeaban la ciudad de La Habana, en las calles Monserrate y el Paseo de Isabel II, hoy Paseo del Prado, zona cercana a la vieja ciudad y a los nuevos barrios surgidos en la llamada Habana de Extramuros.

La capacidad de instalación era de cinco pisos: dos de palcos principales, uno de palcos terceros y butacas, uno de tertulia y otro de cazuela, que podían albergar cómodamente a unos tres mil espectadores, pues una profusión de puertas y ventanas contribuía a un rápido acceso al mismo, así como a su ventilación y desalojo. Aunque en su apariencia exterior carecía de majestuosidad —un simple pórtico de orden dórico, y arquerías embutidas y carentes de estatuas—, la riqueza y el buen gusto de su ornamentación le valieron los elogios más entusiastas, que los comparaban con sus similares en París, Londres, Viena, Milán o San Petersburgo.

Aunque inaugurado el 18 de febrero de 1838 con un baile de máscaras, rápidamente se convirtió en el sitio supremo de la danza escénica en Cuba, especialmente a partir de la primera temporada de Los Ravel, afamada compañía que ofreció en su escenario actuaciones que se extendieron hasta 1865.Tanto la continuada labor de Los Ravel, como las visitas de la legendaria bailarina austriaca Fanny Elssler (1841-1842), de Hippolite Monplesir, estrella de la Ópera de París (1848 y 1850-1851) y de otros conjuntos danzarios, especialmente catalanes y franceses, dieron a conocer lo mejor del repertorio romántico, en las creaciones de coreógrafos tan afamados como Filippo Taglioni, Jules Perrot, Jean Coralli, Jean Aumer, Joseph Mazilier y Arthur Saint-León.

Después de un largo periodo de receso, motivado por nuestras guerras de independencia y la crisis que vivió el arte del ballet europeo tras el apogeo del romanticismo, las actividades de ballet en Cuba volvieron a encontrar marco apropiado en el Teatro Nacional, nombre que adquirió el Coliseo tras la instauración de la República, el 20 de mayo de 1902. Luego de la capital reparación de 1915, que lo convirtió en parte del emporio del Centro Gallego de La Habana, tocaría a la gran bailarina rusa Anna Pávlova revivir allí una gran tradición, con sus presentaciones en las temporadas de 1917 y 1918-1919, en las que enriqueció la cultura danzaria de los cubanos con obras representativas del estilo clásico, surgidas del talento creador de Marius Petipa y Lev Ivanov y de las revolucionarias reformas del ballet implantadas a principios del siglo xx por el también ruso Mijail Fokine.

Otro hito importante en ese teatro marcó la presentación, en 1930, de la Ópera Priveé de París, integrada por bailarines y cantantes rusos, la cual realizó el estreno en Cuba, el 21 de enero de ese año, de El lago de los cisnes, de Chaikovski, en una puesta en escena en la que tomó parte Nikolai Yavorski, quien posteriormente habría de convertirse en el director de la Escuela de Ballet de la Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana y en el primer maestro de Alicia, Alberto y Fernando Alonso.

El hoy Ballet Nacional de Cuba, entonces bajo su primer nombre: Ballet Alicia Alonso, en su afán de hacer llegar el arte del ballet a todos los sectores de la nación, inició el 24 de febrero de 1950 un ciclo de funciones populares en ese teatro, que se extendieron durante los meses de marzo, abril y junio, en las que el elenco, encabezado por la prima ballerina cubana, dio a conocer un variado repertorio, que incluyó clásicos como Giselle, el II acto de El lago de los cisnes, Coppelia, Cascanueces, Las bodas de Aurora, el pas de deux Don Quijote, Pas de quatre, así como creaciones contemporáneas como Las sílfides, Apolo, Danzas polovtsianas, El espectro de la rosa, La muerte del cisne, Pedro y el lobo, Fiesta y Ensayo sinfónico.

Una década después el Ballet Nacional volvería a ese escenario, por entonces denominado Teatro Estrada Palma, durante la celebración del 1er. Festival Internacional de Ballet de La Habana, ocasiones en las que se presentó Giselle y Coppelia, los días 23 y 26 de marzo de 1960 respectivamente, centralizadas por la Alonso.

El 8 de abril de 1965 nuestro principal conjunto danzario volvió a ese escenario, denominado García Lorca desde 1961, para el estreno de una nueva producción de El lago de los cisnes, con Alicia Alonso y Rodolfo Rodríguez en los roles centrales. A partir de entonces, ese histórico escenario devino su sede teatral permanente y en ella ha protagonizado acontecimientos del más alto fuste artístico e histórico, como han sido las celebraciones del Festival Internacional de La Habana, a partir de 1966; los jubileos por el aniversario 35 del debut de Alicia Alonso en el rol protagónico de Giselle (1978), el aniversario 50 de su debut escénico como bailarina (1981), el aniversario 30 de Mirta Plá (1983), Josefina Méndez y Loipa Araújo (1985), de Aurora Bosch (1986), Marta García (1987) y María Elena Llorente (1989), y las entregas de su Premio Anual a relevantes figuras nacionales e internacionales que han contribuido a su extraordinario prestigio.

En su rica historia, el teatro ha acogido a prestigiosos conjuntos de ballet extranjeros, entre ellos el Ballet del Siglo XX, de Maurice Béjart (1968); el Ballet Independiente de México (1969), el Ballet Clásico de Francia (1970), el Ballet Kirov, de Leningrado (1972), el Ballet Rumano de Bucarest (1976), Les Grands Ballets Canadiens (1977) y el Ballet Estable del Teatro Colón de Buenos Aires (1990).

A partir del 2 de marzo de 1980, el Coliseo volvió a cambiar su nombre, esta vez por el de Gran Teatro de La Habana, como eje central de un complejo cultural dirigido por Alicia Alonso en el período 1981-1991, que incluyó salas de conciertos, conferencias, ciclos cinematográficos, galerías de artes plásticas y espacios alternativos para escenificaciones teatrales de diversos géneros.

En sus 177 años de historia, la gloria del Tacón-Gran Teatro de La Habana se mantiene viva. Jubilosos debemos celebrarla en ocasión de la próxima reapertura que tendrán su sala principal y el resto de las dependencias que lo integran, luego de una total restauración por el Ministerio de Cultura que ha concitado la admiración de todos los cubanos.