Viagem a lua, 2007 / Mármol / Ø 80 cm
Method for Tracing and Maping, 2005 / Alfombra / Carpet / Dimensiones variables / Dimensions variable
Soliloquio / Instalación / Installation

Hace algún tiempo leí dos entrevistas al artista brasileño José Damasceno. Pensé que se trataba de un hombre de la tercera edad. Sentía “hablar”, en forma sentenciosa, a alguien con mucha experiencia de vida. Me sorprendí después al conocer que nació en 1968. Sus respuestas trajeron a mi mente el delicioso libro de Jostein Gaarder, El mundo de Sofía. El autor noruego refiere a un filósofo de la antigua Grecia, quien solía decir que para ser buenos filósofos lo único que necesitamos es la capacidad de asombrarnos. Y Damasceno, al parecer, no ha perdido esa virtud, de la cual es reflejo su obra plástica.

Dice Gaarder que todos durante la infancia poseemos ese don, y lo vamos perdiendo según nos habituamos al mundo, mientras nos hacemos adultos. Pero en Damasceno aún prevalece el niño que llevamos dentro. Por tanto filosofa, aunque de manera peculiar. Se hace preguntas y trata de formular respuestas… sobre el universo, los seres humanos, sus relaciones; los sentimientos, las emociones, lo que se sitúa en las antípodas: lo macro vs. lo micro, lo externo vs. lo interno, lo eterno vs. lo efímero, el orden y el caos, lo frágil vs. lo resistente, lo privado y lo público… todo entremezclado, al igual que los sucesos en la vida. Quizá por eso el espacio deviene elemento fundamental en su obra plástica. No ya sólo por el mero hecho de conocerlo a través de sus estudios inconclusos de arquitectura.

Es que este artista resulta una suerte de “buceador”, tanto dentro del espacio exterior como del interior: el espacio físico, donde están los objetos, donde se desenvuelve la vida de las personas; y el espacio que se constituye al interior del individuo, ese misterioso espacio “metafísico” en el cerebro, metaforizado como espíritu y/o alma. Lo hace con la misma curiosidad con que solía hacerlo en el mar de su infancia, en Rio de Janeiro, mientras oía su respiración y observaba los cambios de colores en el agua, más la diversidad de las rarezas marinas. Lo que él describió como “una actividad de gran concentración, fantasía y aventura”.

Igual se puede valorar la actitud con que asume cada obra. Por eso, aunque difieran entre sí en “estilo”, son identificables por las características antes descritas. Y hacia ese estado mental pareciera querer atraer a los espectadores. Hay que adentrarse con él en sus inusuales atmósferas que, a fuerza de generar interrogantes, nos convencen de participar en su aventura, forjada a fuerza de imaginación, energía y un sutil humor. El mundo de Damasceno resulta a la vez agudo, desconcertante y sofisticado.

Se habla del mundo globalizado. Estemos o no plenamente convencidos de tal aserto. En consecuencia, surgieron los términos “música internacional”, “comida internacional”, “chef internacional” y, claro, “arte internacional”, “artista internacional”… Así, para que una obra se considere a tono con tales circunstancias, debe ser realizada casi como una especie de “plato internacional”. Puede resultar a menudo una “receta”, que demanda unos gramos de minimalismo, otros tantos de conceptualismo, salpimentado todo con algún que otro sazón tomado de la historia del arte en algunas de sus variantes (ismos); sin que falte, por supuesto, la tecnología como aliño. Más ciertos homenajes o citas a autores imprescindibles, aunque sea a modo de piscolabis: Duchamp, Magritte, Beuys… No resulta ya un buen plato si asoma el olor identitario.

Dentro de estos “requerimientos internacionales”, que al final resultan una vía de cernir lo suficiente el grano para que pase por el tamiz del “mercado internacional”, y por las golosas demandas de los “curadores internacionales”, aún muchos artistas se esfuerzan por siquiera tener su “marca” propia: una especie de sello indeleble que les otorgue personalidad, carácter… incluso “sabor”, como un buen vino añejo. Sobre todo, los que se respetan, que tratan de que prevalezca su honestidad para consigo mismos y para con su trabajo. Dura tarea, dadas las circunstancias. Damasceno se sitúa en el ámbito de quienes mantienen la compostura. Él tiene cierta ventaja que habla a favor de esa honestidad. Podía llamarse o sentirse “internacional” incluso desde sus comienzos, por los temas que trata. Desde tiempos inmemoriales, las personas de todas partes del mundo, en distintas épocas, se han venido haciendo las mismas preguntas: quiénes somos, de dónde venimos, el sentido de la vida, si hay vida después de la muerte, si existe Dios, si el espacio es o no infinito, inquietudes globales, inmortales.

La trayectoria artística de Damasceno ha sido coherente con su vida. Porque en ella ha focalizado –directa o indirectamente– ese tipo de preocupaciones, surgidas desde su infancia, a juzgar por el modo en que se ha referido a los tipos de juegos que escogía, donde estaban presentes la capacidad de asombro mencionada por Gaarder. Y aún indaga. Todavía le sigue gustando desarmar, no ya un juguete para ver lo que había dentro. Ahora pareciera querer desarmar las formulaciones construidas sobre los temas perpetuos, más los relativismos.

Uno de ellos es la preocupación de las personas por el tiempo. Su obra “Organograma” es una suerte de “chiste” al respecto. Trabaja versiones de este proyecto desde 1997. Lo ha concebido en diferentes medios, a veces sobre papel, otras directamente sobre la pared, o en forma objetual. Un organograma es un diagrama que se utiliza para organizar, tareas, lugares… el de Damasceno utiliza las palabras ayer, hoy y mañana, secuencias temporales donde se desenvuelve la vida, supuestamente en forma lineal; pero en su caso se entremezclan de forma laberíntica y absurda. Nos confunde y no sabemos dónde empieza el ayer y donde termina el mañana. ¿Por dónde vamos hoy? De pronto nos sorprendemos reflexionando sobre el tiempo.

Ésta es otra palabra clave en la obra de Damasceno: la sorpresa, al igual que la curiosidad. “Una curiosidad permanente me mueve y me anima”, ha dicho. “Y ella me permite buscar nuevos caminos”. Y por eso siempre nos resulta mutable en cuanto a forma, a materiales y técnicas empleados. Pero, al igual que en la vida existe la causa y el efecto, estas relaciones parecieran darse en sus dibujos, instalaciones, esculturas: lo que da unidad a su trabajo emana de ahí, de manera un tanto subrepticia. La cohesión está en los conceptos que expresa, donde siempre parece dejar una “pista”, una huella, un rastro, que se pueden seguir. En el acto de pensar la obra, surge su densidad.

Una densidad más que todo de asociaciones poéticas. Él ha dicho: “Nuestras preguntas, dudas, ansiedades, pueden encontrar sólo alguna respuesta cuando son hechas poéticamente”. “Viaje a la luna”, su instalación en la Bienal de Venecia, en 2007, es un buen ejemplo. Al igual que “Soliloquio”, de 1995, que se encuentra en la colección del Museo de Arte de Rio de Janeiro. Hay también poesía y humor en “Archoptical Slide” y “Knotptical Slide” (juego de palabras en inglés). Insiste aquí en ese mirar sobre pares opuestos, donde se entrelazan ambivalencias, ambigüedades y relativismos de todo tipo, en este caso partiendo de las dimensiones de los objetos, de la escala.

La galería Camargo Vilaça hizo una exposición con los trabajos de Damasceno realizados entre 1992 y 1998. En el catálogo, un verso de William Blake introduce el despliegue fotográfico de las obras. Su traducción libre sería más o menos así: “El roble, como la lechuga, perecen. Pero su imagen eterna y su individualidad nunca mueren, pues retornan a través de sus semillas; así las imágenes hechas con creatividad perduran en la semilla del pensamiento contemplativo”. Hasta hace poco tiempo el estudio de Damasceno eran libretas de notas que llevaba consigo a todas partes. Ha confesado que puede estar trabajando en una obra actual, mirar sus cuadernos viejos y retomar una idea que había formulado antes, al descubrir una cierta relación entre ambas.

Damasceno también parece acudir a su memoria, a recuerdos de su pasado, de donde le surgen también ideas. Con una mesa de billar, lana y lámparas hizo “Snooker”, en el 2001, y la pieza nos recuerda la ley del eterno retorno, pues acuden a la mente los corales que debió ver el artista en su infancia de explorador marino; al igual que en “Method for Tracing and Mapping”, de 2005. Damasceno continúa su buceo por los espacios de Río, abstrayéndose dentro; continúa inventado imágenes para que perduren en quienes como él tienen el don del pensamiento contemplativo y el sello de la individualidad.