Ya sabíamos de su presencia en la Semana de Arte en Miami, gracias a un amigo en común, Geo Ripley, otro ferviente adorador de las culturas y raíces africanas que nos unen. Por tal motivo, en nuestro recorrido por las múltiples ferias que junto a Art Basel llenan de arte la ciudad, nos detuvimos en Design Miami con el firme propósito de entrevistar a Reynold Kerr.

Kerr, quien ha dedicado su vida a estudiar, disfrutar y custodiar arte africano, expone parte de su valiosa colección en este espacio y amablemente accede a dialogar con Arte por Excelencias.

 

¿Cuándo y cómo comenzaste en el mundo del arte?

Durante algunos años fui directivo para América Latina de grandes compañías, y me harté de lo corporativo. Entretanto, había coleccionado arte precolombino —principalmente oro— y luego de que me pagaran los bonos por mi trabajo en las empresas, me salté al arte. De eso hace cincuenta años, 

en 1969.

 

No está mal. ¿Qué edad tenías en ese momento?

Treinta y tantos, estaba joven y bello [ríe].

 

Cuando te interesaste en el arte africano, ¿a qué países acudiste?

Eso fue una transición. No podía coleccionar oro precolombino, porque es muy caro, y mi colección la compró el Museo de Boston. Luego descubrí el arte africano, que inmediatamente me capturó. Para mí eran deidades al alcance de poder discutir con ellos. Hice ese ritual, y ese ritual me tiene que producir una acción.

 

Comenzaste a coleccionar arte africano en Estados Unidos…

En Estados Unidos. Después me mudé a Ámsterdam, donde, en ese momento, había mucho movimiento sobre el arte africano, también en Bruselas. A ambos lugares iba y venía con facilidad porque la distancia es corta, pero mi sede fue en Ámsterdam primero y después Bruselas, y más tarde volví a Ámsterdam: siete años pasé en esta hazaña, trabajando en arte africano. También venían los artistas, los Cobra principalmente, y me cambalachaban arte africano.

Por ese entonces iba y venía a Nueva York. Un día, al pasar por la frontera en el aeropuerto, me dice el de la aduana: «Bienvenido a casa», y en ese momento sí lo sentí. Entonces cogí un apartamento en el mismo vecindario donde vivo ahora, al lado del Metropolitan Museum of Art. Más tarde cambié del 61 al 16, le di vuelta al número, y allí llevo cuarenta años. Mi mujer vino de Indianápolis a Nueva York hace treinta y seis.

 

¿De qué países tienes piezas en exposición?

El arte que estoy exponiendo aquí es de países de África Central y África Occidental.

 

¿Algún país concreto de África Central?

De Gabón, en África Central, tenemos una pieza muy muy famosa que es una Kota: tiene una historia fantástica. Estas piezas son muy raras y se venden a altos precios, por lo que yo hice un cambio con un colega y coleccionista de Phoenix: le di una máscara y me quedé con la obra.

De repente, un académico que yo he ayudado y que estaba en Nigeria me manda una película, y cuando la estoy viendo descubro mi pieza. El filme se llama The Monuments Men y en él el personaje que hace el video fue el dueño de la pieza. La película trascurre al finalizar la Segunda Guerra Mundial y el Departamento de Estado encarga a una brigada el rescate de obras de arte robadas por los nazis. Las encontraron en diferentes partes, hasta en cavernas, y esa es la hazaña que ese señor protagonizó al restituir el arte robado por los alemanes al resto de Europa.

La pieza la tuvo él, después de la guerra fue curador del museo de Brooklyn —al jubilarse se fue a Tucson, Arizona— y se hizo amigo del coleccionista colega mío. Al morir el curador, mi amigo compró la pieza. Es un objeto que viene con un abolengo enorme, no solamente por la persona que la tuvo, sino por quien la vendió, que era un gran marchante.

 

¿Qué precio puede tener una obra como esa?

Doscientos cincuenta mil dólares.

 

¿De qué material está hecha?

Esa tiene madera, cobre y latón.

 

Impresionante pieza, impresionante historia… ¿Cuántas componen su colección?

Es enorme, estamos hablando de casi dos mil objetos, pero 

seleccionados.

 

¿Cómo se evalúa la calidad de una obra de arte antigua africana?

Es muy fácil responder: estética. Autenticidad y estética.

 

O sea, antigüedad, autenticidad y estética.

Exactamente.

 

¿El nombre del artista no tiene tanta importancia?

Tiene importancia, lo que pasa es que no sabemos quiénes son muchos de ellos. De algunos sí sabemos porque en los años cincuenta, sesenta o setenta había sociólogos o arqueólogos que se dedicaban a eso.

 

¿Qué material se trabaja más?

La madera.

 

¿Ébano?

Ébano nunca en el ritual, eso es para el turismo. La madera que se utiliza para un objeto depende de a qué deidad le está dedicada. Se encuentra primero el árbol donde reside la deidad que quieres halagar, y después le quitas todo lo que no es, para que la figura tenga lo que tiene que tener.

 

Antes de despedirnos de Reynold Kerr, contagiados por su entusiasmo por el arte africano, tomamos unas instantáneas que les dejamos como muestra de la veracidad de sus palabras: estas obras sobresalen por su antigüedad, autenticidad y estética. 

 

 

Reynold Kerr`s Collection

We already knew of his presence at Art Week in Miami, thanks to a common friend, Geo Ripley, another passionate lover of African cultures and roots that unite us. For this reason, in our tour around the multiple fairs that, together with Art Basel, fill the city with art, we made a stop at Design Miami with the firm intention of interviewing Reynold Kerr.

Kerr, who has devoted his life to studying, enjoying and guarding African art, exposes part of his valuable collection in this space and kindly agrees to dialogue with Arte por Excelencias.

«For a few years, I was a CEO for Latin America divisions of big companies, and I got fed up with the corporate. At the same time, I had collected pre-Columbian art - mainly gold - and after I was paid the bonds for my work in the companies, I jumped into art. That was fifty years ago, in 1969.

»The art I am exhibiting here is from countries of Central Africa and West Africa».