Nuevamente, poco a poco, el Vino renace en Cuba para regresar del prolongado destierro al que lo condenaron bebidas de embriague y temple como el ron, desde que los piratas y marinos prefirieron la destilación fermentada de la caña de azúcar, antes que la antiquísima poción resultante de la uva. Ha sido larga e injusta la condena al vino. Muchos prejuicios le han rodeado, como el achacarle efectos nocivos al combinarlo con el calor y la humedad del clima cubano, e incluso catalogarlo como algo ajeno a las costumbres de los criollos. Pero el Vino, la bebida alcohólica más antigua del mundo, se resistió a morir y hoy regresa de nuevo, paso a paso, a las mesas y apetitos de los cubanos, reconquistando un espacio y un gusto que nunca se perdió por completo, y que permanecía dormido en algún recóndito lugar del paladar y la memoria. Mucho tiene que enfrentar todavía el Vino para compartir el trono con sus hermanos la cerveza o el ron. Delante tiene siglos de una economía cañera que cimentaron el consumo y gusto del ron, una campaña comercial y publicitaria que todavía lo sigue presentando en no pocas ocasiones como un producto de élite, pero sobre todo debe superar un gran desconocimiento entre muchas personas del apasionante mundo vitivinícola y sus múltiples combinaciones para todas las ocasiones. A su favor tiene el Vino siglos de historia en la mesa que nunca se han olvidado, efectos realmente asombrosos en la salud humana por su consumo moderado, y el gusto de los cubanos por lo exquisito, en cualquiera de sus manifestaciones. Sea pues, bienvenido nuevamente el Señor Vino.

JOSÉ CARLOS DE SANTIAGO