UN DILUVIO DE TIEMPO Y DE CIRCUNSTANCIAS TEJIÓ EL DISTINGUIDÍSIMO CAMINO DE ESAS TAN ÚTILES COMO FINÍSIMAS PIEZAS, SIN LAS CUALES ES IMPOSIBLE BORDAR HOY LA GALANURA DE CUALQUIER RESTAURANTE CON CLASE

Ha llovido mucho desde que los pueblos nórdicos se sentaban sobre haces de heno que utilizaban para secarse las manos después de las comidas, o desde que los atenienses más refinados las limpiaban en unas bolitas de pan que, una vez utilizadas, eran arrojadas a los perros y aves de corral.
Un diluvio de tiempo y de circunstancias tejió el distinguidísimo camino del mantel y la servilleta, esas tan finísimas como útiles piezas, sin las cuales es imposible bordar hoy de elegancia y distinción cualquier restaurante que pretenda considerarse con clase.
El nacimiento de la servilleta se remonta, como la de muchos instrumentos de uso diario, a la época del Imperio Romano. En aquella etapa se denominaba tovagliol y era entregada a los comensales por el anfitrión nada más entrar al banquete. Además de utilizarse para mantener la boca limpia durante las celebraciones, se usaba para guardar los restos de comida y llevarlos a casa.
En el antiguo Egipto no era pensable un gaudeamus en el entorno del faraón sin la presencia de la servilleta de mesa. Como todavía no existía el tenedor había una necesidad de mantener limpios los dedos, y para ello la utilizaban.
Las primeras servilletas eran trozos de lienzo grandes, como una toalla. En el siglo XVII ya se conoció en Europa, sobre todo en Italia. En Gran Bretaña, un siglo más tarde, el sastre Doily hizo rodear los bordes con un encaje. Esta era utilizada para servir los postres. Pero luego se convirtió en el pañuelo que actualmente conocemos.
Los galos y romanos usaban manteles de lino, algunas veces de colores. Los invitados llevaban sus propias servilletas que eran colocadas cerca de sus sofás y que se usaban para llevarse los sobrantes de las comidas.

UNA MARCA DE NOBLEZA
La importancia de las comidas en la tradición judeo-cristiana contribuyó significativamente al desarrollo del mantel. Fue en la Edad Media que los manteles cobraron importancia y se utilizaban frecuentemente. Se convirtieron en objeto de genuina veneración, debido a que eran una marca de nobleza de los lores, y solo se compartían con personas del mismo rango.
Los nobles, precedidos por los reyes, limpiaban sus manos en el mantel, y solo al finalizar la comida los criados acercaban el aguamanil, con una toallita, para que se asearan sus manos, pues todos los alimentos se comían con estas.
La mayoría de los manteles eran decorados con labores y flecos. Al mismo tiempo que simples manteles aparecían, por ejemplo, en algunas tabernas la gente limpiaba sus manos en un largo pedazo de tela puesto en el borde del mismo.
En el siglo XV se asistió al surgimiento del serviette, considerado el ancestro de la servilleta moderna. Era una larga pestaña de un material de más de 13 pies de largo, doblado en dos sobre una varilla y pegado a la pared como una toalla.
La servilleta, como la conocemos hoy,  data del siglo XVI, pero era bastante larga. Se elaborada con lino de damasco y pronto se volvió popular. Para esta época estaba de moda doblarlas con forma de pájaros, animales y frutas. Esta usanza se mantuvo más de 200 años, hasta que una persona, aséptica al extremo, comentó que no era menester hacerlo.
Hasta el siglo XIX los manteles y las servilletas eran usualmente de damasco, un material con idénticos motivos tejidos por delante y por detrás. El nombre proviene de la ciudad Siria.
El damasco de seda era famoso, exportado de Persia y después de Venecia por largo tiempo. Es entonces cuando los países del norte de Europa, que carecían de materiales sin refinar, inventaron el de lino, que fue muy notorio hasta comienzos del siglo XIX.
El arribo del algodón revolucionó este material. Debido a la suavidad su producción se industrializó gradualmente. La tradición de doblar servilletas desapareció progresivamente y el tamaño disminuyó.
En el siglo XX el color comenzó a usarse en las mesas. En un principio los manteles eran de colores pasteles, para pasar luego a oscuros y brillantes. Las servilletas igualmente comenzaron a hacer juego o contraste con los manteles.
Luego de un período en que los manteles y servilletas nuevamente volvieron a ser blancos, regresaron los colores a las mesas.
En la actualidad la servilleta, ya sea de tela o de papel, tiene una doble función: por un lado limpiar la boca durante las comidas, y por otro evitar que dejemos marcas o restos en los vasos y cubiertos.
 El buen comer es en la modernidad mucho más que elaborados platos y excelentes vinos. Las elegantes maneras en la mesa y la correcta colocación y utilización de la cubertería, la vajilla o las servilletas son parte fundamental del éxito o del fracaso de un acto social.

Dónde colocar la servilleta
-En el centro del servicio de mesa (encima del plato de cada comensal).
-En el lado izquierdo del servicio de mesa (al lado del tenedor).
-Dentro de la copa (doblada en pliegues al estilo acordeón). Este método se usa fundamentalmente al aire libre. Lo más higiénico es doblarla y situar los cubiertos dentro para evitar el polvo y las hojas de los árboles.
-En los dos primeros casos la servilleta se colocará ligeramente doblada, en triángulo o en forma rectangular, con los monogramas o los bordados a la vista, si los tiene.
-Es el camarero quien puede situarla en el regazo del comensal, sobre todo si esta queda encima del plato de presentación a la hora de servir el primero de estos.
-En un aperitivo se sacarán en una bandeja bien dobladas, y se depositarán en las mesas amontonadas, para que cada comensal pueda tomarlas a su gusto.
-En un desayuno o una merienda solo se utilizan pequeñas, pero no se colocan en el regazo, se dejan junto al plato, a la izquierda.
-Cuando ofrezcamos a nuestros invitados un vaso de agua, este siempre debe  ir acompañado de una bandejita o un platito y de una servilleta pequeña.
-Doblarlas de muchas formas estimula que el salón comedor se distinga de una forma muy personal.
-Nunca retirar de la mesa hasta que el comensal se haya levantado.
-En las comidas muy informales se impuso la utilización de mantelitos individuales con servilletas de papel.

Se aconseja naturalidad

-Se usa para limpiarse los labios, siempre de una forma delicada y natural, antes y después de beber y comer.
-Si tenemos que levantarnos de la mesa durante la comida —una acción no  recomendable— nunca nos llevaremos la servilleta, sino que la dejaremos al lado izquierdo del plato, doblada en pliegues sueltos.
-También puede utilizarse para taparse la boca o la nariz cuando estornudamos o tosemos.
-No debe mojarse o humedecerse dentro de la copa para quitar alguna mancha en la ropa.
-No deben mancharse demasiado con el lápiz labial. Se recomienda poner con la servilleta de las señoras otra de papel para este fin.
-Cuando se ha manchado mucho, lo cortés sería retirarla tras el plato y colocar una nueva. En ese momento se ofrecerán en una bandeja, con toallitas humedecidas tibias, que se retirarán inmediatamente después del uso.

El tamaño adecuado
-60 x 60 cm:
Las más elegantes.
-45 x 45 cm:
 Para comidas y cenas.
-34 x 34 cm:
 Para comidas ligeras y bufés.
-22 x 22 cm:
 Para meriendas.
-20 x 20 cm:
 Para aperitivos.

-Es incivil usar la servilleta para secarse la cara. Lo es más todavía frotarse los dientes con ella. Y sería una de las mayores groserías servirse de ella para sonarse. También es una incorrección limpiar los platos y fuentes.
-Al terminar la comida la dejaremos sobre la mesa, con naturalidad, sin doblarla, puesto que tiene que ser lavada. La dejaremos sobre el lado derecho. Jamás sobre la silla.
-Si está entre quienes le disgusta la manipulación de su servilleta, puede pedirle al dependiente que se la retire y le coloque una sencilla.

 

Napkins: The Edges of Elegance
It’s been a mighty long time since the Nordic people used to sit on the haystacks to dry their hands after meals, or since the most refined Athenians used to rinse their hands with little bread balls that were afterwards tossed down to the dogs and fowls.
A deluge of time and circumstances wove the distinguished path of the tablecloth and the napkin, those fine and useful pieces that now bring elegance and distinction to any restaurant that wants to be considered a classy place.
History has it that the birth of the napkin –like many other items used on a daily basis- harkens back to the times of the Roman Empire. At that ancient time, they were called “tovagliol” and they were handed over to the patrons by the host in an effort to both help them keep their mouth clean during the celebrations and wrap up the take-home leftovers.