El Museo de Bellas Artes de La Habana sorprende por sus valiosas colecciones.

El Museo de Bellas Artes de Cuba, que ocupa hoy dos históricos edificios, el del original Palacio de Bellas Artes y el del antiguo Centro Asturiano de La Habana, exhibe al mundo un gran número de valiosas piezas representativas de la cultura cubana Y universal. Una operación ejecutada a fines del año 2000 con precisión militar, a la vista de la población habanera pero en medio de impresionante discreción, dejó vacío el antiguo Palacio de Bellas Artes (cerrado desde 1996) luego del traslado de aproximadamente 47,600 obras de arte. Más de 45,000 piezas de este tesoro artístico pertenecen al patrimonio nacional de la Isla; el resto las conserva en depósito el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana. Concluida la cuidadosa primera fase de un propósito cultural que incluía objetivos ulteriores de gran alcance, un equipo de doce ingenieros (con una edad promedio menor de 35 años) asumió el papel protagónico de la reconstrucción y restauración material de tres edificios, a un costo de 24 millones de pesos cubanos y 14,5 millones de dólares. Fue así que el 18 de julio del 2001, cuando el presidente Fidel Castro asistió a la inauguración del "nuevo" Museo Nacional artístico cubano, la instalación integraba dos sitios de exposición: el original Palacio de Bellas Artes, y el imponente Palacio del antiguo Centro Asturiano; a ellos se agregaba un restaurado Cuartel de Milicias de los tiempos de la colonia española, convertido ahora en sede administrativa de la institución. Esta última construcción alberga, además, el Centro de Documentación y una biblioteca especializada (con unos 120,000 volúmenes) y fue rebautizada con el nombre del legendario pintor y conservador de arte Antonio Rodríguez Morey -nacido en Cádiz, España, en 1872- quien en los primeros años del siglo XX se desempeñó como director artístico de la célebre revista habanera Bohemia, asumió una cátedra en la escuela de dibujo y pintura de San Alejandro, y ganó prestigio como conservador del Museo Nacional cubano. En total, 40,742 metros cuadrados; de ellos 12,412 dedicados a exposiciones, quedaron abiertos al público luego de un proceso de restauración que comenzó en 1999 y concluyó dos años y tres meses después. Respecto a la decisión de llevar a cabo este proyecto, Fidel recordó que la inversión de tan cuantiosa suma se realizó en un momento difícil para la economía cubana (1996) entonces severamente deprimida. A esta coyuntura se antepuso "la urgencia de salvaguardar un patrimonio universal de carácter inapreciable", según el mandatario. En este sobredimensionado espacio, el inmueble original del Palacio de Bellas Artes acoge al arte cubano y el palacio construido por los asturianos residentes en la capital, muestra las colecciones europeas y de arte antiguo.

Los sagrados fondos museográficos habaneros La sorprendente variedad y riqueza de los fondos museográficos conservados en la capital de la Isla tiene su propia historia. Las primeras obras llegaron a La Habana gracias a donantes. Fueron coleccionistas cubanos en su mayoría (particularmente aquellos que preferían la pintura española) quienes hicieron los primeros aportes; a ellos se sumaron más tarde instituciones de diverso rango. La Iglesia católica, por ejemplo. Aunque el original Museo Nacional se fundó en 1913, sólo en los años veinte el Estado compró en territorio europeo un número bastante limitado de obras pictóricas. Jamás dispuso de presupuesto idóneo para sus requerimientos institucionales, lo que provocó el incremento de los fondos por aluvión, o sea, gracias a lo que llegaba a sus bóvedas gratuita y azorasamen- te. En estos momentos el nuevo Museo Nacional de Bellas Artes, en su nueva dimensión espacial, se ha beneficiado con la posibilidad de exhibición de obras cubanas antes condenadas a los almacenes: 624 obras jamas mostradas con antelación son expuestas hoy día a los visitantes. Valga la aclaración, sin embargo, de que para no traicionar la concepción de museo y evitar un funcionamiento con el criterio de una galería, la institución no exhibe, obligatoriamente, todo lo que posee, según se advirtió a la prensa especializada oportunamente. Una circunstancia derivada de la confrontación del Gobierno de La Habana con un sector minoritario de la comunidad cubana asentada en La Florida, devino anécdota luego de los cinco años de paciente trabajo casi artesanal para la habilitación del nuevo Museo de Bellas Artes. "¿Tanto trabajo e inversión tan costosa para qué? No tendrán nada que exhibir", alegaron desde el otro lado de la azul Corriente del Golfo. La Habana respondió con hechos contundentes en el plano artístico, dado el número ya referido del fondo museable (más de 47,000 piezas) y la restauración cuidadosa de los inmuebles involucrados en este complejo de arte. El diseño de las ventanas amortigua en el antiguo Palacio de Bellas Artes la penetración de la luz natural a su interior, que es el modo adecuado, según expertos, de iluminar las obras artísticas. "También los nuevos falsos techos hacen las veces de reflectores y, al unísono, protegen las piezas de la agresión directa de los rayos del sol -opinó un experto consultado al efecto- ya que estos penetran atenuados por un vidrio de especial consistencia que, a su vez, reduce al mínimo el calor en el interior del inmueble". El rigor secuencial de las exposiciones cubanas La secuencia de la muestra artística insular que hoy se puede contemplar en las paredes del remozado Palacio de Bellas Artes ha sido diseñada con gusto y rigor. La pintura paisajística y de costumbres de la Colonia inicia la ruta a recorrer (Escobar, Landaluze, Collazo). Surgen, después, los lienzos de dos creadores que marcaron el cambio insular del siglo XIX al XX -Leopoldo Romañach y Armando Menocal. Luego se alcanza un universo de intimidad cubana y búsqueda de la identidad con obras enmarcadas en una parábola que va de Victor Manuel a Mariano Rodríguez, incluidos Carreño, Sicre y Portocarrero entre otros. Finalmente, se exhibe la pintura cubana realizada ya en las últimas cuatro décadas (Tomás Sánchez, Nelson Domínguez, Zaida del Río) para culminar con la muestra de lo más reciente (también instalaciones y performance) de José Bedia, Antonio Eligio Fernández (Tonel), Belkis Ayón, Alexis Leyva (Kcho), Machado y otros muy jóvenes.

Cultura y pasión La pequeña legión de ingenieros (doce en total) que dirigió las obras de recuperación constructiva del Palacio del Centro Asturiano, admite que esta instalación, con sus 5,000 metros de decoraciones de todo tipo, requirió cautela, tacto y paciencia, pero su deterioro no era tan notable como el que presentó el antiguo Palacio de Bellas Artes. "Sólo le dispensamos un mantenimiento general", acota un ingeniero consultado. Ese mantenimiento renovó totalmente las funciones del estilo ecléctico de la construcción habanera.

Aquí el conjunto de pintura procedente del Viejo Mundo -en especial piezas del Renacimiento italiano, barrocas españolas y flamencas- se impone al resto, más de seiscientas obras artísticas egipcias, griegas o romanas y de otras culturas. Una muy vasta muestra de pintura francesa e inglesa (siglos XVIII y XIX) se integra en los remozados salones de esta instalación, junto a otras expresiones de la colonial latinoamericana y norteamericana, también de las centurias dieciochesca y decimonona. Obras del recientemente concluido siglo XX también aguardan al visitante, incluidas en sala aparte las hermosas estampas niponas denominadas internacionalmente Ukiyo-é. Según un diletante sexagenario habanero, "ahora disfrutamos de obras que jamás fueron exhibidas en nuestro anterior Museo de Bellas Artes. Me refiero a piezas de Rusia, Noruega, Austria y los iconos del arte chino. Esta novedad es una fiesta para quienes gustamos de la pintura y la escultura universales". A partir de su reapertura, el 18 de julio del 2001, el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, puso en marcha un propósito ulterior del gran proyecto artístico: convertirse en un animado Centro Cultural, frecuentado por los estudiantes de arte y vinculado, de modo permanente, a la comunidad y las instituciones culturales de su entorno: el pintoresco municipio de La Habana Vieja. En principio, una característica de sus visitantes es que más del 50 % de ellos lo conforman niños y jóvenes. También en las noches sabatinas se ofrecen conciertos de primeras figuras de la canción cubana. El Museo ya sirvió de subsede de un Festival Internacional de Teatro. Y los domingos, no faltan propuestas para la distracción y la instrucción de los más pequeños. La voluntad de llevar adelante estos objetivos ha fascinado a todos los involucrados en este sueño. No en vano uno de los directivos de la instalación ha reiterado a la prensa local y extranjera: "La actitud del visitante sigue siendo la misma: mezcla de sorpresa y ensoñación ante la realidad que les ofrecemos: cultura y pasión por las bellas artes".