El Studebaker del Son
Atesora La Habana el último auto original del prestigioso sonero Miguel Matamoros, creador de Lágrimas Negras, canción que marca un hito en la historia musical de Cuba y el Caribe.
Recorrer la Alameda del Prado para el músico y compositor cubano Miguel Matamoros fue un paso obligatorio. Conducía en la década del 50 por esa ancha avenida hasta la Calzada de Monte, tarareando y marcando con sus dedos en el timón, la avalancha sonora de sus composiciones: Promesa, Dulce embeleso, Elíxir de la vida, El trío y el ciclón, La mujer de Antonio, y Mamá son de la loma, entre otras canciones. Ese paseo en un Studebaker Commander, convertible, un hito en la historia del estilo automovilístico de la época, intensificaba su contacto social con los transeúntes y el hervidero de estudiantes, dispuestos bajo la sombra de los frondosos árboles en los altos portales peatonales. Ante la línea futurista de la carrocería, tal pareciera que estuviese montado en un cohete listo para el despegue. Aspecto de esa marca, que siempre le llamó la atención al inventor del Son Montuno, a quien lo avalaban sus conocimientos de mecánica automotriz, aprendidos en su natal Santiago de Cuba, donde el Ayuntamiento le expidió su título de chofer. “Ahí viene el Trío Matamoros”, dicen damas y caballeros al verlos detenerse a un costado de las piragüitas del Hotel Saratoga, en un carro beige de frontal en punta, motor de seis cilindros en línea, faros prominentes, cilindrada de 3.7 litros, suspensión delantera independiente con muelles helicoidales, transmisión automática y 20 galones de capacidad de combustible. Durante más de 60 años, Studebaker, marcó pautas en la industria automotriz norteamericana, debido a su calidad a precio reducido, construcción sencilla y económica, y su imponente estilo. En 1955 el español José Baz Toledo, aplatanado en la Isla por el buen ron cubano y sus pegajosos ritmos musicales, adquiere el último carro de Miguel Matamoros. Dueño de un aserrío en la calle Carvajal No.65, en el capitalino municipio del Cerro, el comerciante ibérico mantuvo como una “joya” la máquina, en la cual encontró una fortuna en el maletero: el diapasón de una guitarra y sus cuerdas, serpentinas, esbozos musicales, y hasta una botella vacía de TERRY MALLA DORADA, una buena amiga para noches de bohemia. Tras un largo insomnio, sometido al delirio inagotable del amante, Baz vendió el Studebaker Comander, convertible, de un espacioso interior decorado, a Eduardo Álvarez Valiente, trabajador del Ministerio de la Industria Ligera. “No supe del origen del carro, hasta revisar bien la propiedad, explica Eduardo al recordar también sus infortunadas gestiones para incluir esa pieza rodante en el patrimonio museable del Estado. Actualmente mantiene su motor original, sólo que hay que “pasarle la mano”. Es mucho el tiempo que tiene sin visitar las carreteras. Si me pidiesen un tema musical para festejar junto a este Studebaker del Son, algo auténtico y genuino sería: Aunque tú me has dejado en el abandono, aunque ya han muerto todas mis ilusiones, en vez de maldecirte con justo encono, en mis sueños te colmo, de bendiciones...